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GORDO

En realidad, soy incapaz de discernir cuánto hay de apreciación personal y cuánto de realidad objetiva. Me encuentro en una etapa vital en la que cualquier cosa contribuye de manera irremisible a mi conversión al lado gordo de la fuerza. Lo peor es que me la suda. Y oiga, por ahí sí que no. Algunos países emplean formas muy, digamos, creativas de incentivar la pérdida de peso y de quitarse de en medio a quien tiende a la redondez.

Esto de dejarse llevar, dietéticamente hablando digo, tiene mucho de deriva personal hacia un lugar desconocido, hacia un estado en el que la chistorra con patatas se convierte en entrante ligero y los cubos de Mercadona que imitan a Haagen Dazs pasan a ser tarrinas monodosis. Es ese sentimiento que te hace retar a un duelo al amanecer a quien osa ponerte un refresco light en un bar. El estado de abandono es tal que ya no te importa dejarte barba para ocultar la papada o que en el partido de fútbol semanal con tus amigos, todos -ellos también instalados en la ‘fondonería’- parezcan Oliver y Benji.
Descartada la opción de solicitar el ingreso como guitarrista en Boo-Yaa Tribe (ver vídeo), lo que queda es comprometerse a instalarse en un estilo de vida más saludable. Si, como yo, carecen de fuerza de voluntad, siempre cabe la posibilidad de entregarse a la tutela de algún poder gubernamental coercitivo que haya decidido que ser gordo no mola.
Nunca lo había pensado, pero la ‘emigración dietética’ es un concepto poco explorado y con multitud de posibilidades. En Dubai, por ejemplo, el gobierno ha puesto en marcha un proyecto que se ciñe a las fechas del Ramadán pero que por lucrativo no deja de ser admirable. El emirato árabe premiará con oro a quien sea capaz de perder dos kilos o más en el periodo que va del 19 de julio al 16 de agosto, fin de la fiesta musulmana. Los participantes se llevarán a casa el equivalente en oro a los gramos perdidos durante ese tiempo.
En Estados Unidos se apuesta por la tecnología. Me van a permitir que traduzca literalmente por miedo a que alguno entienda mal de qué va el tema y acabe metiéndose por el ombligo el inflador de la bicicleta. «Se denomina terapia de aspiración, pero es básicamente un bomba estomacal personal. Se implanta quirúrgicamente un tubo en el estómago y es conectado a un puerto cutáneo en el abdomen, permitiendo a los pacientes sacar por bombeo el 30% de la comida ingerida antes de que se digiera». AspireAssist se llama el invento. Cágate.
En Japón, esto es sencillamente un asunto legislativo. El país oriental promulgó una ley en 2008 mediante la cual aquellos ciudadanos que superen una cierta talla deben someterse a sesiones de tratamiento y apoyo. En concreto, aquellos japoneses que se encuentren entre los 40 y los 74 años y cuyas cinturas sobrepasen los 90 centímetros en el caso de las mujeres y 85 en el caso de los hombres. Además, existen multas para gobiernos locales y empresas que no alcancen determinados objetivos. Emprendedores obesos, morid.
Cuando hablábamos de emigración dietética no hablábamos de Nueva Zelanda. El país cuenta con algunas cláusulas peculiares en sus normas de inmigración. Aquellas personas cuyo Índice de Masa Corporal esté por encima de 35 no cumplen con las políticas sanitarias necesarias para establecerse en la nación oceánica. Las autoridades explican que no cuentan con la capacidad económica necesaria para asumir el coste de los tratamientos derivados de las múltiples afecciones que causa la obesidad. ¿No se ha hecho aún ninguna película de terror con la zona de tránsitos del aeropuerto de Auckland llena de gordos?
Espero que este texto, que en cualquier caso era una mera excusa para publicar el GIF que tienen un poco más arriba, les ayude a darse cuenta de que el mundo no les quiere rellenos. Y como ir contra la corriente es una obligación moral de todo ser humano, voy a desayunarme unos torreznos.

Visto en New Republic.

Por David García

David García es periodista y dedica su tiempo a escribir cosas, contar cosas y pensar en cosas para todos los proyectos de Brands and Roses (empresa de contenidos que edita Yorokobu y mil proyectos más).

Es redactor jefe en la revista de interiorismo C-Top que Brands and Roses hace para Cosentino, escribe en Yorokobu, Ling, trabajó en un videoclub en los 90, que es una cosa que curte mucho, y suele echar de menos el mar en las tardes de invierno.

También contó cosas en Antes de que Sea Tarde (Cadena SER); enseñó a las familias la única fe verdadera que existe (la del rock) en su cosa llamada Top of the Class y otro tipo de cosas que, podríamos decir, le convierten en cosista.

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