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Gritar desestresa en vacaciones (y otras terapias relajantes raras raras)

Antes, eso del veraneo estaba reservado solo a unos pocos. Cuando se empezó a hacer más popular, familias enteras cargaban el Seiscientos como si fuera un trailer y con toda la familia más abuelos y maletas enfilaban carretera, manta y bocadillos de tortilla rumbo al pueblo. O a la playa, si era ya una familia de nivel.

Y una vez en la aldea que les vio nacer, pongamos por caso, los sufridos trabajadores que habían apencado todo el año sin tener ni puñetera idea de qué era eso del estrés (porque aún no se había inventado) se relajaban ahora espantando moscas, jugando al dominó en el bar social y dejándose los riñones arreglando los desperfectos que la casa familiar heredada de los padres se empeñaba en lucir. Que de todos es sabido que los trabajos manuales ayudan a relajarse.

Eran otras maneras de desestresarse, no vamos a entrar a valorar si más sanas o no. Pero como los tiempos adelantan que es una barbaridad, lo del porrón, los torreznos y la ruta de fiestas populares degustando calimocho ya no nos hace desconectar como antes. Así que buscamos nuevas maneras de descargar tensiones para disfrutar de esos días de vacaciones que nos hemos permitido coger.

Opciones hay muchas, a gusto del consumidor. Hay quien viaja hasta las Bahamas a crear una empresa offshore y, ya que va, darse un chapuzón entre cerdos en las cristalinas aguas de Big Major Cay. Ser uno más de la manada. Convertirse en un cochinillo feliz entre las cálidas olas. Los menos pudientes pueden intentar reproducir la experiencia pidiéndole prestada la piara al tío Antón, el Porquero, pero suponemos que la sensación de retozar como un marrano entre el barro sucio del corral no tiene mucho que ver con la suave arena de estas playas paradisíacas.

Otros prefieren liberarse del estrés regalándose masajes con serpientes. Dicen que el movimiento de estos reptiles sobre el cuerpo humano elimina la tensión de los músculos y nos permiten alcanzar un profundo estado de relajación. Si eres ofidiofóbico, no es probable que esta sea tu terapia desestresante. Casi mejor (aunque igual de arriesgado) es ir a visitar a la tía Toñi, la que vive en el pueblo y a la que apenas ves. Sus achuchones son igual de enérgicos que el abrazo de una boa constrictor y además te invita a rosquillas y anís.

Si las terapias de riesgo no son lo tuyo, pero quieres contar cuando vuelvas a la oficina que has tenido unas vacaciones diferentes, haciendo cosas con tus propias manos, entrenando a tu cerebro para que aprenda a concentrarse y a hacer varias cosas a la vez, dándole oxígeno para que reaprenda a ser creativo… quizá puedas sentarte junto a las abuelas en la plaza de ese pueblo al que ahora llamas complejo rural a hacer ganchillo o calceta. Tejer nos ayuda a relajarnos y hacerlo en compañía fomenta las relaciones sociales. Y de relaciones sociales saben mucho las mujeres de tu pueblo. La prensa del corazón no sabe lo que se está perdiendo por no ir a hacer ganchillo a los mentideros rurales.

Pero para ser cool cool de Estambul y presumir de estar a la última, nada mejor que probar la penúltima terapia en llegar al mercado: berrear como si no hubiera un mañana. Gritar, dar alaridos, vociferar, chillar; usa el sinónimo que prefieras. O ponte fino y llámalo Shout Therapy si eso te hace sentir mejor, pero abre la garganta y expulsa la tensión que acumulas vía oral.

Aunque no sirve un lugar cualquiera si lo queremos llamar vacaciones. Irte al banco a soltar improperios porque no te devuelve las pelas que has pagado de más con la cláusula suelo que te colaron no sirve. Eso lo puedes hacer un día cualquiera, alma de cántaro.

Lo suyo es irte a un hotel, rodearte de otros gritones como tú ansiosos de relajar tensiones y dejarte llevar por la deliciosa sensación de gritar a pleno pulmón. Por supuesto, la terapia de berridos no va sola. En el menú figuran otros platos como los masajes desestresantes, una alimentación healthy de las buenas y un poquito de deporte. Porque pagar solo por gritar no estaría muy bien visto. Ahora, si ya van todos los extras incluidos en la minuta, es otra cosa.

Al cierre de este artículo, es muy probable que ya se estén publicitando otras terapias alternativas para hacer de tus vacaciones una experiencia diferente. Sean bienvenidas, si cumplen la función que se les supone. Aunque nosotros, la verdad, seguimos prefiriendo los torreznos, el vino y una conversación intrascendente con los amigos de toda la vida.

 

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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