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Habría que estar loco –o ser un genio- para hacer una gira de conciertos sin consumir un solo vatio

Un cantante entona junto a su banda sobre el escenario del Parque México (México DF): “No me importa nada la lana que ganas/ ni cómo brillan tus ruedas doradas…”, alcanzo a escuchar. Se trata de una melódica arenga pacifista contra los coches y una oda al uso de la bicicleta. “¡My brothers and my sisters and la Pachamama!”, sopla al micrófono Kipchoge Spencer, el vocalista de la agrupación.

Se pregunta uno que cuánta energía gastará un concierto como el suyo con media docena de intérpretes sobre las tablas. Responden los seis velocípedos fijados al escenario sobre los que se sube un público ‘rotante’ y rodante: los asistentes, por turnos, se están encargando de suministrar los vatios que necesita el sistema de sonido del evento. Los estadounidenses Ginger Ninjas vienen cabalgando en sus bicicletas por todo México cargados de sus instrumentos, un mensaje verde y un sistema de ahorro en cada puesta en escena que está creando ejemplo.

El sonido comienza a escucharse más bajo y Kipchogue espeta a los voluntariosos velocistas: «¡Hacen falta pedales!». Un grito revolucionario entre estrofa y estrofa que se gana el sobresfuerzo de las dinamos humanas y una gran ovación del auditorio. Visitas al país con legado 5 – Derroche de energía 0.

Esta agrupación californiana de miembros intermitentes y pulmón ecologista se ha propuesto ganarse la fama a golpe de canciones sensibles, letras irónicas y sobrecargas en los gemelos. El pasado sábado la capital mexicana pudo aspirar un poco de su música cuando su última ruta en bici –dos meses de duración- atravesó la ciudad. “Es nuestro quinto tour al país”, dice Spencer con voz y semblante de meditador zen en las distancias cortas.

Lo de él y sus acompañantes, que este fin de semana participaban en el festival Rodante que se celebraba en pro del uso de la bicicleta (organizado por 2abejas, Troilor Films y su propia agrupación), es cuestión de predicar con el ejemplo: “todos estamos jodidos si lo único que podemos hacer es señalar con el dedo . Comencemos señalando a las personas y lugares que están haciendo lo que queremos hacer, y hagámoslo”, sostiene el cantante respecto a las motivaciones de este inédito estilo de gira.

Instrumentos, equipo, equipaje y comida en las alforjas, los californianos ya suman entre sus escapadas una lista de 15 países recorridos, 20.000 kilómetros rodados, 11.000 galones de gasolina ahorrados en transporte y 3.200 vatios por hora salvaguardados en beneficio del medio ambiente gracias a los centenares de shows a pedales que han dado.

“Creo que el simple uso de la bicicleta, orientando a un estilo de vida en torno a su utilización, es una de las cosas ecológicamente más profundas que el ser humano puede hacer en el siglo XXI, en cualquier rincón del mundo”, afirma con solemnidad este convencido cantante de filosofía a piñones. “Por eso estoy dedicado a compartir ese mensaje con cualquier persona que se preocupe por la situación”.

Todo empezó hace unos años en Ciudad Juarez, el día que estando los californianos de visita por primera vez en México un vago intento de tocar se convirtió en un concierto para recordar toda su vida. Fue ahí cuando Kipchoge y su banda vieron claro el proyecto rodado.

“Pasamos años preparándonos para el gran viaje y tratando de recaudar fondos. Nunca se reunió todo pero finalmente decidimos ir de todos modos. Tuvimos la suerte de que a última hora una empresa nos financiase una buena parte de la gira”.

La ruta  les costaría siete meses, pedalada a pedalada, para pasear su música desde California hasta Chiapas (sur de México) y les reportaría el rodaje del documental que demuestra que su locura es posible (The Pleasant Revolution).

Los Ginger Ninjas son poco menos que la caballería de la música comprometida. Alforjas de entre 55 y 110 kilos, altavoces, generadores, cables, CD, camisetas, comida, cocina, herramientas, piezas de recambio y el sistema de sonido que ellos mismos crearon -dejando aparte sus propios bártulos- para moverse de núcleo urbano en núcleo urbano propagando sus canciones sobre cambios de marcha en las bicis y cambio de rumbos humanos. Pagan sus desplazamientos gracias a empresas o particulares que les apoyan en su afán por proteger el medio ambiente y de sus conciertos y solo sacan lo que el público quiera donar tras el espectáculo.

Estos “gringos güeros (rubios)”, como el propio Kipchoge se autocalifica al micrófono, no han temido cruzar el vecino sureño tirando sus tiendas de campaña para hacer noche en cualquier carretera con tal de dejar clara su idea. El líder, de discurso soñador pero convincente, almacena gran parte del espíritu del proyecto a pesar de rechazar los individualismos en sus respuestas.

“Es casi imposible mantener el ritmo que mantiene Kipchogue, él es como extraterrestre, de otra tierra. De otra tierra donde los niños nacen andando en bicicleta”, dice una de las compañeras que viajó con la banda durante la ciclo-gira musical en la que se rodó el documental con su más larga aventura.

El concierto en Parque México se acaba, los Ginjer Ninjas desmontan las bicicletas que estaban suministrando potencia  a los bafles (las mismas con las que se desplazan ellos) y el público, en su mayoría también jinetes rodantes, acompañan a la banda en sus sillines para seguir la fiesta en el centro histórico.

«¡La cultura viene!», chilla el vocalista de los artistas pedaleadores. «¡Sí viene! ¡Sí viene!», enciende los ánimos. «¡Y viene en bicicleta!», enfervorece su proclama este apasionado del arte y el aire rodado.

Por Jaled Abdelrahim

Jaled Abdelrahim es periodista de ruta. Acaba de recorrer Latinoamérica en un VW del 2003. Se mueve solo para buscar buenas historias. De vez en cuando, hasta las encuentra.

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