Hacerse el desentendido. Ese es el significado de esta expresión. ¿Pero qué tiene que ver con los suecos eso de no prestar atención a lo que te dicen? ¿Serán Alfredo Landa o José Luis López Vázquez y su legendario grito de «¡¡a por las suecas!!» los responsables de semejante actitud nórdica?
El diccionario de la RAE define esta expresión como «desentenderse de algo, fingir que no se entiende». Es normal si pensamos en actitudes babosas como las descritas arriba, tan típicas del cine español de los 60.
Para José María Iribarren, el origen etimológico está en la palabra latina soccus, que derivó en zueco, amén de otros términos como zocato y zoquete. El zueco es un zapato de madera de una pieza o un zapato de cuero con suela de madera o de corcho. No lo digo yo, que soy más de playeras, lo dice el diccionario. Pero un zueco es también el tipo de pantufla que llevaban los actores cómicos en el teatro romano clásico, en contraposición con el coturno, que era el calzado usado en las tragedias clásicas. Así pues, en opinión de Iribarren, hacerse el sueco equivale a hacerse el tonto, el torpe, tal y como hacían para provocar la risa los actores de comedia.
Para Sbarbi, sin embargo, como define en su Gran diccionario de refranes, la expresión solo alude al disimulo y la envida propias del pueblo de Suecia, tal y como contaban los viajeros que habían visitado aquel país. No es nadie don José María para hacer amigos, a juzgar por semejante teoría.
El propio Iribarren refuta esta tesis ya que, además de no ser muy cierta –no es que yo haya conocido a muchos suecos, pero no me parece que se caractericen por eso-, «hacerse el sueco» no habla de la envidia ni del disimulo, sino de hacerse el sordo, de fingir que no has oído. Que se asocie a esta nacionalidad probablemente tenga más que ver con la actitud de los marineros suecos cuando llegaban a puerto español por desconocimiento del idioma.
Teorías, con más o menos acierto, hay muchas. Basta con echar un vistazo a este documento de Fernando Álvarez Montalbán, profesor de español en la Universidad de Uppsala en Suecia. Entre todas ellas, él plantea una posibilidad no muy descabellada: el origen estaría en los tratados comerciales entre España y Suecia, que otorgaban importantes ventajas a los nórdicos frente a otros países enemigos: Inglaterra, principalmente. Los suecos no pagarían aranceles y se les permitía comerciar libremente. El resto de navíos pasaba por caja o, directamente, no pasaba.
Por tanto, no era extraño que los marinos y comerciantes ingleses tratasen de burlar los aranceles y las prohibiciones colocando en sus barcos bandera sueca. Todo ello con el consentimiento de los suecos, que se hacían los tontos ante esas triquiñuelas recibiendo así beneficios de las dos partes.
Parece coherente. Pero, no sé… Tampoco habría que descartar definitivamente la primera teoría que alude a José Luis López Vázquez o a Alfredo Landa y a su obsesión por las suecas. Ante semejantes galanes, quién no haría oídos sordos a sus graznidos.
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