Cochazos descapotables de más de un millón de euros, joyas suntuosas, relojes de oro, ropa de lujo, tacones juntos al hiyab y botox por un tubo. La mirada irreverente del fotógrafo escocés Dougie Wallace retrata con maestría un microbarrio londinense, que él mismo bautiza como Harrodsburg. Es un neologismo que rezuma consumismo desenfrenado, ostentación y magnificencia.
Originario de un barrio de Glasgow en la que la vida media de los varones apenas llega a los 54 años, Wallace capta a golpe de flashazo el estridente contraste que representa este barrio de Londres donde la media de vida es 82 años, localizado en los alrededores de la tienda Harrods. Es una meca del consumo de lujo, y no solo porque atrae a miles de árabes multimillonarios que en verano huyen del calor asfixiante de su tierra para celebrar un Ramadán 100% consumista.
Harrods está íntimamente ligado el mundo árabe y musulmán. La histórica tienda, fundada en 1834 por un marchante de té, fue vendida en 2010 por el multimillonario de origen egipcio Mohamed Al Fayed a la familia real qatarí por la friolera de 1.500 millones de libras (1.886 millones de euros). Hoy este exclusivo centro comercial es el reducto de aquel 1% de ricos que consumen masivamente bienes de lujo prohibitivos para el 99% de la población mundial.
«La diferencia de poder adquisitivo no solo es evidente en la tasa de mortalidad sino también en el corte de sus trajes y abrigos, en los accesorios que llevan, en la forma en que las mujeres aplican su maquillaje. Incluso la expresión de sus rostros dice mucho sobre ellos», señala Wallace, al comparar los residentes de Mayfair con los de su Glasgow natal.
El fotógrafo se sirve de dos flashes que utiliza como arma de destrucción masiva. Dispara sin piedad ráfagas insolentes en la cara de sus ingenuas víctimas, con tamaña habilidad que consigue inmortalizar detalles tan inconvenientes como un resto de pintalabios en los dientes o un mapa de arrugas ahogadas en un mar de base de color. «Es como un safari. Puedo detectar los liftings faciales y los labios hinchados desde el otro lado de la calle. Y consigo pillar por lo menos a una persona por día que tiene cirugía estética mal resuelta», afirma Wallace.
Su trabajo va más allá de la mera escenificación teatral de la opulencia. Con sus imágenes, Wallace intenta denunciar la gentrificación, un fenómeno que se ha disparado desde que la capital del Reino Unido fue elegida sede olímpica. Kensington y Chelsea, los barrios adyacentes a Harrods, son las únicas áreas del sudeste con un 40% de edificios vacíos. Es una paradoja en un país que en el último año ha experimentado un aumento del 400% en la demanda de los bancos de alimentos.
Es el viejo truco de los especuladores para inflar artificialmente los precios de un concurridísimo mercado inmobiliario, sin contribuir en lo más mínimo al desarrollo de la economía local. Otros millonarios foráneos mantienen propiedades sin ocupar como refugio seguro para su dinero. Su lógica consecuencia es la gentrificación, un fenómeno global que el propio Wallace se encargó de retratar en Banglatown, centrado en los barrios de Shoreditch y Brick Lane.
Sus fotografías han enfurecido a decenas de millares de personas en Catar, después de que un periódico de Doha hablase de su trabajo documental. Le acusan de haber enojado a los árabes multimillonarios, pero Wallace está lejos de mostrar arrepentimiento. «Ellos vienen aquí porque la regla es que pueden hacer lo que quieren. Bueno, el estado de derecho [en el Reino Unido] dice que yo puedo fotografiarlos», declara.
Sus orígenes Glaswegian marcan inevitablemente su obra. En el barrio donde nació, Calton, más del 40% de los 17.982 habitantes en edad de trabajar están desempleados. «Solo estoy mostrando a los ricos. Estoy tomando fotos de este colectivo para resaltar cosas como los bancos de alimentos en Glasgow», asegura Wallace, que ha escogido meter el dedo en la herida de la desigualdad social a golpe de flashazos impertinentes.
Reportaje de FullBleed sobre Dougie Wallace:
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Fotos: Dougie Wallace/INSTITUTE.
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