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El origen de los dichos: Hasta las cachas

¡Qué castiza y rotunda forma de expresar la profundidad e intensidad de un sentimiento o una acción! «Estoy enamorada de ti hasta las cachas». O, más acorde con nuestros días, «está corrompido hasta las cachas».

No hace falta explicar más, su significado está claro: en demasía, en extremo, sobremanera. Vamos a por su origen.

Etimologías de Chile no se atreve a dar un origen exacto de la palabra cacha (ni el propio Diccionario de la RAE en su última edición, la de ya mismo). Sugiere, a través de su diminutivo cachete, que puede venir del latín capula, plural de capulum («puño, empuñadura de una espada, cuerda»).

Y es en esa empuñadura donde tiene el origen esta expresión hasta las cachas, según José María Iribarren. Cacha es «cada una de las dos piezas que forman el mango de las navajas y de algunos cuchillos», nos explica en El porqué de los dichos.

«Comenzaría a usarse este modismo en un sentido material de «hundirle a uno la navaja hasta las cachas»», continúa. Que ya hay que ser bruto, digo yo, para ejercer semejante fuerza.

[pullquote class=»left»]Su significado está claro: en demasía, en extremo, sobremanera[/pullquote]

Pero como leo vuestras mentes turbias, seguro que más de uno identificaréis el término cachas con el culo o las nalgas. Bien, no andáis mal encaminados. Ese es otro de los significados de la palabra.

Lo dice el DRAE en su 5ª acepción: «nalga (porción carnosa y redondeada)». Para que luego digan que no son sensuales nuestros señores Académicos.

En 1de3 nos aclaran que fue en Salamanca y Extremadura donde empezó a llamarse así a las piernas, «(por eso de una a cada lado, se supone), sobre todo a las bien formadas que embellecían el conjunto de la persona, tal como las cachas de una navaja embellecen el conjunto que forma con la hoja».

No es ilógico pensar, según esta explicación, que «hasta las cachas» sea un sinónimo de «hasta el culo». Pero mejor salir de este jardín, que alguno irá por el lado de la profundidad y con la escatología habremos topado, hermanos.

Mejor seguir explicando otra variante del dicho de hoy, que es «hasta las trancas». Buscando en internet, he topado con una página del ABC  en su edición de Sevilla de 1989 (ni os cuento lo joven que era yo en esa época, para qué) que habla de modismos andaluces. Y según esto, en la rumbosa Andalucía, estar hasta las trancas es estar muerto de miedo. Nada que ver con la tranca castellana… o sí.

Tranca, según el Diccionario, es un palo grueso y fuerte que se pone detrás de una puerta o ventana cerrada para su seguridad, a modo de puntal. Quien pone eso para bloquear la entrada es porque tiene un miedo horroroso a ser invadido.

[pullquote class=»right»]En la rumbosa Andalucía, ‘estar hasta las trancas es estar muerto de miedo[/pullquote]

Pero en la página del ABC también nos dicen que la tranca indicaba el nivel que había alcanzado el agua en tiempo de inundaciones («hasta las trancas de las puertas»), cosa que, además de dar mucho miedo, indica el extremo y la desmesura de una inundación. Ergo, la versión andaluza y la castellana no se diferencian tanto.

Bueno, vale, es cierto. Está muy traído por los pelos. Pero, si hacemos caso a lo que nos cuentan desde Academic, cuya fiabilidad no he sido capaz de comprobar (no sé leer cirílico) y que nos remite a un Diccionario de dichos y refranes, sin más aclaración que la de «2000», es posible que trancas sea una deformación de trencas, que remite a los palos que sujetan los panales dentro de las colmenas y que, cuando esta es mucha, cae por ellos.

De ahí que, por ejemplo, en El Buscón, se diga: «… cuando desperté halleme sucio hasta las trencas». Parece lógico pero dejémoslo en cuarentena, por lo que pueda pasar.

Solo queda por decir que hasta las trancas es un coloquialismo muy usado actualmente, en especial por los más jóvenes y por servidora, que no ha terminado aún de madurar.

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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