Moda, poder y presencia: el regreso triunfal de las hombreras

Hay quienes vivieron los años ochenta en primera persona y quienes solo los conocen a través de películas y series de televisión: en cualquier caso, el encanto de las tendencias de moda ochenteras sigue resistiendo el paso del tiempo. Cinturones que esculpen la silueta, faldas tubo (siempre de cintura alta), colores fluorescentes combinados sin miedo, looks vaqueros de pies a cabeza y, por supuesto, las icónicas chaquetas de hombros cuadrados, un detalle que más allá de su valor estético, representa algo más profundo: una manera de ocupar espacio, de afirmarse, de convertir la moda en lenguaje de poder y presencia. [caption id="attachment_325361" align="alignnone" width="576"] Stella McCartney[/caption] El lado descarado de los ochenta Las hombreras, reinas indiscutibles de la moda de aquellos años, han vuelto a marcar tendencia. Reinterpretan looks que han pasado a la historia, como el de Rachel, la replicante interpretada por Sean Young en Blade Runner, en el que se reconocen los volúmenes estudiados de Issey Miyake y Krizia, los trabajos con materiales de Kenzo y los contrastes absolutos, blancos y negros, de Rei Kawakubo. O también la intemporal Alexis de Dinastía, la exmujer del magnate petrolero interpretada por la legendaria Joan Collins (vestida solo con alta costura, entre Valentino y Claude Montana). Sin olvidar a la Madonna de ¿Quién es esa chica? y la energía magnética de Grace Jones, inolvidable en la fotografía Blue-Black in Black on Brown de Jean-Paul Goude, portada del álbum Nightclubbing. Hoy, las hombreras vuelven a las pasarelas con el mismo orgullo que entonces: oversize, cuadradas, esculturales. No solo sirven para estructurar la silueta, sino para esculpir una identidad. Desde abrigos hasta blazers, desde blusas hasta camisas, llevan consigo toda su carga simbólica e icónica. [caption id="attachment_325300" align="alignnone" width="819"] Moises Nieto[/caption] Las hombreras entre psicología y cultura Pero estos elementos no son solo un detalle sartorial o un simple adorno estético. Tienen una profunda función simbólica y, a lo largo de los siglos, han transmitido una verdad simple pero poderosa: ocupar espacio es un acto político y social. Nacidas como protección física, con el tiempo se han convertido en instrumentos de «protección psicológica». Llevar una prenda con hombros marcados transmite seguridad, autoridad y la capacidad de llamar la atención sin necesidad de palabras. Ocupar espacio con los hombros significa establecer límites, afirmar la propia presencia y comunicar poder (ya se trate de un oficial, una mujer con traje de chaqueta en los años ochenta o una modelo contemporánea). Así, las hombreras se convierten en un verdadero lenguaje visual, capaz de atravesar siglos y contextos, pasando de ser un símbolo de rango a una herramienta de empoderamiento, hasta convertirse en un icono de estilo y teatralidad moderna, y cada regreso a las pasarelas o al prêt-à-porter nunca es casual ni puramente estético: siempre narra una necesidad de fuerza, de visibilidad, de presencia. En el fondo, la historia de las hombreras es también la historia de nuestra relación con el espacio, el poder y la identidad. Un pequeño detalle sartorial capaz de reflejar grandes transformaciones sociales. [caption id="attachment_325301" align="alignnone" width="819"] JUUN.J[/caption] Una historia de estilo Nacidas como protección para los jugadores de fútbol americano a finales del siglo XIX —su invención se atribuye a L. P. Smock, estudiante de Princeton, que en 1877 cosió trozos de cuero y madera a su camiseta de juego—, las hombreras hicieron su aparición en el vestuario femenino en los años treinta gracias a Elsa Schiaparelli. La diseñadora introdujo en sus colecciones siluetas cuadradas y hombreras, capaces de conferir autoridad, dramatismo y presencia escénica: una elección audaz en una época en la que las mujeres aún tenían que luchar por ocupar un espacio social. Sus hombros anchos se convirtieron en una auténtica armadura sartorial. La gran pantalla consagró los hombros gracias al diseñador de vestuario Adrian Adolph Greenburg, que los convirtió en el rasgo distintivo de Joan Crawford. En Letty Lynton (1932), la actriz lució por primera vez un vestido caracterizado por los famosos hombros vaporosos: un modelo que no intentaba ocultar la anchura de sus hombros, sino que la enfatizaba, contribuyendo a equilibrar y disimular las caderas, más pronunciadas. «Le puse esas mangas enormes a la señorita Crawford en Letty Lynton porque estaba interpretando a una persona extrema, y al personaje le convenía llevar ropa extrema», declaró el diseñador de vestuario. [caption id="attachment_325302" align="alignnone" width="819"] Moises Nieto[/caption] Sin embargo, fue con Mildred Pierce (1945) (Alma en suplicio en España) cuando los hombros anchos se convirtieron en un auténtico símbolo de fuerza, determinación e independencia femenina. El personaje de una mujer abandonada por su marido que construye su éxito por sí misma, encarnaba el creciente deseo de emancipación y la nueva presencia de las mujeres en el mundo laboral durante la Segunda Guerra Mundial. Los hombros anchos se convirtieron, así, en una metáfora visual de esta nueva fuerza: una forma de imponerse y afirmarse en espacios aún dominados por los hombres. Las hombreras, por lo tanto, no nacieron en los años 80, pero fue en esa década cuando alcanzaron su consagración. Gracias a diseñadores como Yves Saint Laurent, Giorgio Armani, Claude Montana y Thierry Mugler —que las llevó al extremo, transformándolas en símbolo de poder y fetiche estético—, se convirtieron en el manifiesto del power dressing. [caption id="attachment_325362" align="alignnone" width="576"] Stella McCartney[/caption] Los hombros anchos narran la irrupción de las mujeres en las oficinas, su ascenso profesional, su voluntad de imponerse en una sociedad que aún las quería discretas. La estética agresiva y sofisticada de la moda de los ochenta invadió todas las prendas: desde los trajes de chaqueta hasta los vestidos de noche, pasando por los abrigos. Cada hombrera era, y sigue siendo, un signo tangible de empoderamiento. Redimensionamiento y renacimiento: las hombreras entre los noventa y la actualidad En las décadas de 1990 y 2000, la moda cambia de rumbo. El minimalismo se convierte en el nuevo culto: líneas suaves, tejidos ligeros, siluetas más naturales. Las hombreras desmesuradas de los ochenta se vuelven excesivas, casi teatrales, y desaparecen de la vida cotidiana, convirtiéndose en reliquias de una década de ambición exhibida, engorrosa y ostentosa. Sin embargo, la historia no las ha olvidado. A partir de la década de 2010, vuelven a las pasarelas con un toque contemporáneo: Saint Laurent, con Anthony Vaccarello, y Balmain, bajo la dirección de Olivier Rousteing, las reinterpretan utilizando tejidos innovadores y creando siluetas modernas. Ya no son armaduras ni símbolos de estatus empresarial: se convierten en declaraciones artísticas, un puente entre el pasado y la contemporaneidad. [caption id="attachment_325303" align="alignnone" width="819"] JUUN.J[/caption] Y en 2025, el renacimiento de los años ochenta sigue marcando el ritmo de la moda. Las hombreras han dejado de ser un símbolo exclusivo del poder ejecutivo o de los trajes de oficina: hoy en día conquistan todo tipo de prendas y contextos, convirtiéndose en un detalle estilístico versátil, capaz de funcionar en la oficina, en una cena o en una velada. Más allá de la clásica chaqueta, se convierten en el elemento clave que actualiza incluso las prendas más sencillas, añadiendo estructura y carácter. Las pasarelas lo confirman: Saint Laurent, Stella McCartney, como también Moises Nieto y Juun. J, por citar solo algunos nombres, han vuelto a poner de moda los hombros importantes, reinterpretando la silueta ochentera con un espíritu fresco y contemporáneo. En la vida cotidiana quizá no veamos proporciones tan extremas, pero las versiones más equilibradas se multiplican en blusas, abrigos y vestidos de casi todas las marcas, listas para conquistar (de nuevo) nuestro armario.