Una de las sesiones de fotos más recientes de la revista estadounidense Paper muestra al elenco principal de la serie Impostura (2025, Prime Video) posando con un pastel de carne en manos del creador y protagonista, Benito Skynner. La colección de fotos no solo remiten a las típicas promociones alocadas de sitcoms de comienzos del milenio, sino que, además, el guiño remite directamente a la saga de películas American Pie (Paul y Chris Weitz, 1999).
Más de 25 años han pasado desde que Jason Biggs y Alyson Hannigan protagonizasen la gran desvergonzada comedia americana sobre la pérdida de la virginidad de los universitarios, y la última producción en formato serie de la plataforma de streaming de Amazon parece decidida, desde sus primeras imágenes, a cogerle el relevo.
El paso de estas dos décadas y media tenía que traer consigo ciertos cambios en la representación de la universidad. Los relatos que llegan ahora sobre el período posadolescente quizás no han terminado de deshacerse de la presión sobre la sexualidad, pues, al fin y al cabo, se trata de la misma etapa vital, con las mismas preocupaciones, las mismas hormonas a flor de piel y los mismos tabús. Varias son las producciones actuales que comienzan a convertir todo ese cóctel molotov en un relato de búsqueda de la identidad, e Impostura es de las últimas series en conectar con todo ello.
Benito Skinner sigue siendo Benito en la ficción. Interpreta a un joven atleta, recién llegado a la Universidad de Yates, que busca la manera de mantenerse socialmente aceptado, y por ello intenta disimular a toda costa su pluma. Después de una experiencia insatisfactoria besando a un chico en su lugar de origen, Benny intenta reprimir sus instintos más primates —por aquello de que su despertar sexual llegó al ver a Brendan Fraser con taparrabos en George de la jungla (Sam Weisman, 1997)— mientras lidia con las expectativas impuestas por la fraternidad, y su enamoramiento de uno de sus compañeros de clase.
El título elegido para la serie, Overcompensating en su versión original, no deja de resultar curioso. Se traduciría directamente al castellano como una sobrecompensación o exageración de quien Benny decide ser. Porque el protagonista no se conforma con intentar pasar desapercibido, sino que intenta ser el macho alfa del campus. Lo mejor de su relato, además de unos hilarantes gags cómicos relacionados con fluidos humanos que poco tienen que ver con el sexo, es que realmente acierta con determinadas situaciones en las que esos sobresfuerzos se vuelven la norma general para personas queer en según qué contextos normativos: gestos tan pequeños como saludar a un compañero, chocar esos cinco o expresar sentimientos se vuelven verdaderos retos mentales.
Partiendo de la misma honestidad, todavía más descacharrante resulta la ficción británica de tres temporadas, Big Boys (Jim Archer, 2022, disponible en Filmin). Podría ser este uno de sus mayores logros, si se tiene en cuenta que el pasto del que parte es una de las etapas más oscuras de su creador y guionista, Jack Rooke. Desde el primero hasta el último año de universidad, el joven Jack (Dylan Llewellyn) se ha decidido a salir del armario y acostarse por primera vez con un chico, justo después de haber perdido a su padre por una enfermedad. Su nueva etapa le lleva a conocer a Danny (Jon Pointing), quien se convertirá en su mejor amigo hetero, y quien lidia con sus propios traumas y su bagaje familiar.
A medio camino entre la comedia disparatada y el drama más acogedor, la tierna ficción de Channel 4 es una mirada sumamente introspectiva a aquellos años de encuentro social, familiar e íntimo. A modo de diario, la voz narradora del propio Rooke cuenta, en primera persona, qué significó el transcurso de esos años concretos en su crecimiento y en su relación con su inseparable colega. La comedia sobre la aventura sexual y el autodescubrimiento funciona, en último término, para llevar los sentimientos un paso más allá, tal y como explicaba Rooke en una entrevista para VEIN: «Todo está ligado al duelo y a la idea de cómo reconstruirte tras una pérdida». Y no por ello deja de ser menos festiva, e incluso atrevida: los personajes de Big Boys pasan por su primera experimentación con el popper, las apps de citas y los encuentros espontáneos en baños.
Al igual que se genera la impostura de Skinner en su serie, las experiencias personales de cada uno de los personajes de Big Boys son las que definen su paso por la comunidad universitaria. El guion de Rooke se resuelve, así, como una terapia personal con la que reflexionar sobre aquellos años que transcurrieron a partir de 2010, entre el auge de los talent shows, el Brexit y la madurez repentina que llega tras la pérdida de un ser querido.
En Movistar Plus+, la serie Hal y Harper (2025) va un poco más allá, pues aunque predomine la comedia más fresca del joven cineasta indie Cooper Raiff, sus personajes principales, y especialmente Harper (Lili Reinhart) y su padre (Mark Ruffalo), parecen vivir en una nube de pesadumbre, que arrastran desde la muerte de la madre. La narración cubre desde la infancia hasta la etapa laboral de los inseparables hermanos, pero la vida universitaria resulta crucial para Harper, cuando se desarrolla como mujer queer y conoce a la que será su primera novia, con quien tendrá una tortuosa relación.
La decisión más drástica de Raiff reside en el hecho de que ambos hermanos sean interpretados por los mismos cuerpos adultos, independientemente de qué etapa de su vida se esté reflejando. Con lo que los espectadores deben esperar que ambos actores, con 28 años de edad, aparezcan sentados en pupitres en los que apenas caben, como sus versiones infantiles en su paso por primaria. Con ello, el tiempo se vuelve una enigmática distorsión en el relato; deja de seguir una cronología para parecerse un poco más al recuerdo mental. Como si, de esta manera, Raiff proyectase desde los sucesos del pasado los traumas del futuro.
En el caso de Harper, su encarnizado duelo la lleva a una aparente depresión, plagada de inseguridades, falta de cariño y concentración. Toda una bomba con la que acabará pagando su pareja sentimental, y que acompleja todavía más el paso hacia la identidad queer.
No se podría definir Hal y Harper como una comedia, como lo es Impostura o Big Boys, pero sí como otro ejemplo de narraciones contemporáneas en las que la salida del armario, en esa universidad de tantas primeras veces, se antoja mucho más compleja y no tan despreocupada como la tendencia patriarcal de finales de los noventa y principios de los 2000 de dar por sentado que lo único relevante era «llegar a tercera base».
Hoy en día, la universidad ni siquiera se contempla ya como paso ineludible en la vida académica, pero en el bum de una clase medio-alta con posibilidades económicas durante los primeros años del nuevo milenio, la matriculación era sinónimo de emancipación (muchas veces, prematura), expectativas paternales y microcosmos reflejantes de la sociedad más patriarcal.
El surgimiento de estos nuevos relatos parecen señalarlo con la sanación que solo el tiempo puedo dar. Parece que el streaming comienza a cambiar el relato de lo que verdaderamente sucedía en aquellos años de bibliotecas, pellas y primeras fiestas.