Lo primero que cae en un ser, incluso antes de nacer, es una etiqueta. Una entre dos opciones. Tan solo dos: hombre o mujer. Es una clasificación básica, clásica, primitiva, que responde a una forma de ver el mundo atada a la piel, a la naturaleza, a las curvas y las protuberancias del cuerpo humano. Asignan una identidad u otra como si se tratara del código binario de ceros y unos.
Pero así es imposible llegar muy lejos. Los informáticos pronto se vieron encerrados en las limitaciones del 0 y el 1, y decidieron explorar la computación cuántica para abrir nuevas puertas lógicas y conseguir que asuntos hasta entonces intratables fueran tratables al fin.
Algo similar empieza a ocurrir en la sociedad. Resignarse a ser hombre o mujer resulta tan pobre como cuando al encender la televisión solo se podía elegir entre La 1 o La 2. Estas etiquetas no casan con estos tiempos. ¿Dos opciones, tan solo dos opciones, cuando la cultura y la piel llegan a lugares exorbitantes? A lo lejos, pero nítida, con decisión, se vislumbra una humanidad cuántica donde también hay hombres sin pene, mujeres con barba y personas que se sienten más cómodas en un grupo de «nosotres» que de «nosotras» o «nosotros».
En la historia de esta gran revolución social está escrita la firma de June Fernández. La periodista lleva tiempo hablando de estos individuos cuánticos que, ante todo, son «libres y rebeldes». Personas descollantes por «ingobernables». Así las llama ella en su libro 10 ingobernables. Historas de transgresión y rebeldía, de Libros del K.O.
La bilbaína relata ahí la vida de Yuri, una mujer que no tiene ninguna duda sobre su identidad de género. «Es una mujer. Tiene barba porque su cuerpo de mujer es así. No le da la gana de afeitársela. Viste con ropa masculina porque le gusta. Ama y desea a otras mujeres, pero eso no tiene nada que ver. Se enorgullece de ser mujer y lesbiana».
También habla de Antar y de su odio al verano. Este doctor en Antropología no sabe qué hacer con su cuerpo cuando aprieta el calor y un soplo de aire puede contradecir su identidad. «Con la ropa fina se le marcan los pechos, sobre todo cuando el viento de frente le aplasta la camiseta», escribe Fernández.
Es una mañana de verano y la periodista llega a un café de Madrid con un vestido de un verde idéntico a sus ojos. Lleva una bolsa de tela al hombro de la revista que fundó en 2010 y que desde entonces coordina: Píkara Magazine. Toma un zumo y atiende a la conversación como si no existiera más mundo.
A June Fernández no le interesan las etiquetas periodísticas. Tampoco estas. Ni jamás pensó en crear «un medio de mujeres hecho por mujeres para mujeres». Lo que pretende cada día es hacer «periodismo de calidad» y «periodismo transformador». Empezó con esta idea, hace ocho años, junto a otras tres socias, buscando una «habitación periodística propia».
Querían trabajar en un medio que diera la información desde una mirada distinta. Escribían para presentar el mundo como un lugar en el que la mitad de la población eran mujeres: algo obvio, pero que nunca se mostraba así. «Las mujeres apenas protagonizamos el 30% de las noticias y la imagen que se da de nosotras está llena de estereotipos. Madres abnegadas, víctimas, objetos de deseo sexual…», señala.
En 2010 crearon Píkara con la intención de «tratar temas que los medios no abordaban, como los derechos de las mujeres, el acoso machista en la calle y en las fiestas, la despatologización de la transexualidad…». No es una enfermedad sentir un género distinto al que te presuponen los demás. Pero, como cuenta Fernández en su libro, la ley impone a las personas trans «la tutela de un endocrino y un psiquiatra o psicólogo para poder ver reconocida su identidad de género».
Entonces era algo insólito que empezó a aparecer como una idea osada, loca, extravagante en los artículos de Píkara. Era revolucionario porque negaban que una persona con vulva que se siente hombre hubiera nacido en el cuerpo equivocado. No. Es la sociedad la que «se equivoca cuando le pide que odie su cuerpo para ser quien es», explica Fernández en la historia en la que presenta a Antar. «La sociedad se equivoca cuando le exige que elija, que se posicione, que se identifique como mujer o como hombre, porque, si no, es un monstruo. (…) Antar no quiere pedir permiso a la psiquiatría y tampoco quiere un cuerpo con cicatrices. No es su cuerpo lo que hay que corregir».
¿Qué se aprende de las personas libres y rebeldes?
En realidad, me interesa observar en todas las personas cómo afirman su libertad y su rebeldía. Pero es cierto que tiendo a relacionarme y a fijarme en personas que viven a contracorriente, que se complican la vida desobedeciendo mandatos sociales por permanecer fieles a sí mismas. A mí me gusta la gente que me hace dudar, que me muestra que hay otra forma de hacer y de ver las cosas. Me suelen preguntar si yo también soy una ingobernable y, aunque mi biografía sea más discreta y más privilegiada, sí que hay un punto de identificación porque los caminos profesionales y vitales que he elegido no han sido los más cómodos o los que mi familia hubiera querido para mí.
Dices que te gusta romper tabúes y provocar cortocircuitos contra los sectarismos (el tuyo incluido).
En Pikara nos gusta sacar a las lectoras y lectores de su zona de confort, incluso a nosotras mismas. Frente a medios feministas con líneas editoriales claras respecto a cuestiones controvertidas como la regulación de la prostitución o de la gestación subrogada, nosotras apostamos por publicar visiones distintas y contrapuestas para que la revista siga siendo un espacio plural que contribuya al pensamiento crítico.
Creo que, por eso, muchas personas piensan en Píkara cuando quieren argumentar algo que no se corresponde con la posición feminista dominante. Esto nos está ocurriendo con el debate sobre los permisos de paternidad iguales e intransferibles. A priori, a una le parece positivo que se equiparen para promover la corresponsabilidad y combatir la discriminación laboral, pero ha sido curioso darnos cuenta de que las autoras que nos han mandado artículos sobre esta propuesta eran críticas y daban argumentos como que no reconoce la particularidad del proceso de gestar, parir y lactar o porque supone una injerencia para parejas diversas en las que no hay esa inercia de caer en roles tradicionales.
Los estereotipos y las certezas inamovibles nos empobrecen. Uno de mis artículos más virales –a mi pesar, porque creo que he hecho trabajos más relevantes– es el que me afirmo como feminista a la que le gusta el reguetón. Cuando hasta las personas más sexistas y antifeministas tienen meridianamente claro que el reguetón es machista, a la vez que no reconocen machismo en otros géneros musicales o en la publicidad, significa que ahí hay más estereotipo que otra cosa.
Por eso, en Pikara, siempre intentamos poner el foco en las formas del machismo que siguen normalizadas, que no se identifican fácilmente. En 2012, cuando en los medios se hablaba de violencia de género en la pareja, nosotras empezamos a hablar de otros contextos como el de las fiestas populares, el acoso sexista en la calle o las agresiones sexuales en citas. Ahora que esas formas de violencia están en el centro del debate, ¿cuáles tenemos que visibilizar? Las que afectan a sujetos que siguen fuera de foco, como las empleadas domésticas migradas que trabajan como internas, las jornaleras, las mujeres trans… También insistimos mucho en que se reconozcan las agresiones derivadas de la LGTBIfobia como violencias machistas.
El lenguaje es una forma de activismo. ¿Cómo lo planteáis en Píkara?
Los antifeministas ridiculizan las cuestiones del lenguaje como una forma de deslegitimar las políticas de igualdad. Yo me pregunto por qué les enfada tanto el uso inclusivo del lenguaje. Es sospechosa tanta resistencia: oculta el rechazo a la participación social y política de las mujeres y de las disidentes sexuales y de género.
Se ha puesto tanto el foco en este asunto que me da un poco de pereza. Cuando doy cursos insisto mucho en que practicar una comunicación inclusiva no se reduce a evitar el uso del masculino como genérico. En Pikara pedimos que en los textos empleen usos inclusivos de forma que se vayan alternando fórmulas para que no resulte cansado, pero no nos parece un pecado capital emplear el masculino en un titular (por ejemplo, ‘Por mis hijos monto una revolución’) siempre que el enfoque no sea androcéntrico.
En la redacción todavía no hemos tenido un debate interno sobre si apostamos por reconocer el uso de la e como género neutro, para romper con el binarismo y reconocer a las personas que no se identifican dentro de ese binario hombre/mujer. Yo soy partidaria de incorporarlo. Suecia sirve de precedente: su Academia ha aceptado el pronombre hen como neutro y los colectivos feministas y LGTBI lo han popularizado.
Hace años que habláis de un concepto desconocido para la mayoría: el sexilio. Introducís palabras e ideas mucho antes de que la sociedad las huela.
Sí, es un término que se está popularizando, aunque a mí también me gusta el que emplea el sociólogo y activista trans R. Lucas Platero: diáspora queer. Publicamos un especial sobre diversidad sexual y de género en el mundo rural y a mí me sirvió para romper con otro estereotipo: la idea más común es que cuando eres una persona LGTBI tienes que dejar un pueblo pequeño porque ahí no entienden las identidades que se salen del heteropatriarcado. En el especial se recogía esa vivencia, pero también había personas que hablaban del valor de quedarse o incluso rebatían la idea de que las ciudades son menos hostiles. Un activista gay de Extremadura argumentaba que en su pueblo, donde todo el mundo le conoce, no va a vivir una agresión directa por parte de desconocidos, como es tan habitual en ciudades como Madrid.
¿Qué opinas de la intención del Gobierno de reformar el Código Penal para que todo lo que no sea un «sí» explícito de una mujer constituya delito sexual?
Prefiero esperar a ver la propuesta definitiva para analizarla. A priori, lo de los síes y los noes explícitos me parece problemático. En el artículo con el que gané el Premio Internacional de Periodismo Colombine, Yo quería sexo, pero no así, trataba ese tema: en muchas violaciones, se parte de un consentimiento inicial (yo quería sexo con ese hombre en ese momento) que termina en violación. Un sí previo no implica que todo lo que ocurra después sea consentido.
Me parece más importante otra propuesta de la vicepresidenta Carmen Calvo: la de formar a los operadores de justicia en violencia sexual para que comprendan cuestiones como que la respuesta a una agresión sexual no siempre es verbal. Sabemos que quedarte paralizada y salirte del plano, disociar cuerpo y mente, es un mecanismo habitual para sobrevivir a una violación; o que privilegien la valoración psicológica de la víctima en vez de ponerse a analizar su conducta.
Era el otoño de 2012. June Fernández contó la historia de Blanca en el artículo ‘Yo quería sexo, pero no así’. Esta mujer, ya adulta, había descubierto que, a los 17 años, la habían violado. Una terapia le hizo ver que taparle la boca y empotrarla contra la pared después de decirle a un chico que hiciera el favor de parar era una violación. Aunque fuera el chico que le gustaba. Aunque fuera en la fiesta de fin de curso.
Hoy sus 10 ingobernables van ya por la cuarta edición. Incluso pasan la tarde en clubs de lectura de señoras mayores, en pueblos pequeños, y eso emociona a la periodista, que empezó su libro con una cita de la activista libanesa Joumana Haddad que sirve, a la vez, de gran conclusión: «Soy lo que me dijeron que no pensara, que no dijera, no soñara, no me atreviera. Soy lo que me dijeron que no fuera».
2 respuestas a «June Fernández: «La sociedad se equivoca cuando pide a una persona que se identifique como hombre o mujer»»
Los animales no se fijan en el sexo de los demás individuos, pues la procreación es una construcción social para someter y esclavizar a nosotras las pobrecitas
¿Como vamos a criminalizar a los hombres entonces? Hombre malo, mujer buena!