«Acostarte con un androide, ¿es infidelidad?». Las calles de Madrid están llenas de enormes posters que lanzan esta pregunta a los viandantes. Se trata de la publicidad de Westworld, una serie fantástica de HBO. Sin embargo, en el mundo real hay quien ya está planteando estas dudas y otras mucho más complejas. ¿Podrían los robots sexuales reducir el número de violaciones? ¿Ayudarían a combatir la soledad? ¿O más bien provocarían todo lo contrario? ¿Podrían cosificar aún más a la mujer? ¿Impersonalizar el sexo? ¿Fomentar una sociedad alienada quizá? ¿Podrían aumentar la trata de blancas e incrementar la violencia contra sus víctimas?
Kathleen Richardson no piensa esperar a que sea el mercado el que resuelva estos planteamientos éticos. Por eso ha creado Campaign against sex robots, una organización desde la que avisa de los males que se nos vienen encima. No se trata de una utopía lúbrica, ni de una distopía sado-robótica. La idea lleva anunciándose años y hay alguien que está convirtiéndola en realidad. La empresa Abyss, líder en muñecas sexuales con su RealSexDoll, ha anunciado que empezará a enviar las primeras muñecas inteligentes en los próximos meses.
Harmony, así han bautizado a la primera muñeca sexual robótica, podrá mover la cabeza y gesticulará. Tendrá una voz y una personalidad. A pesar de las frases grandilocuentes de sus creadores, no parece que vaya mucho más allá de ser una Siri encerrada en un cuerpo anatómicamente realista. «Con eso les vale», asegura Richardson. La activista cree que hay mucha ficción alrededor de la robótica porque es un campo «emocionante para la gente, les recuerda su niñez, a sus fantasías sobre robots». En la mayoría de los casos la idea no se corresponde con la realidad, pero al hablar de las muñecas sexuales la cosa es diferente. «Creen que hacen el 99% del trabajo de ser una mujer, porque viven en un mundo que valora la apariencia por encima del resto», espeta. El problema, vaticina, es que si no hacemos algo todos acabaremos viviendo en ese mundo.
Kathleen Richardson es antropóloga y profesora de etica robótica e Inteligencia Artificial en la Universidad de Leicester. Ha pasado meses en un laboratorio de robótica en el MIT. También ha trabajado en un proyecto de la UE para ayudar a los niños autistas utilizando robots. Ha llevado su discurso a la cámara de los lores británica y a Bruselas. Es necesario recalcar todos los hitos de su currículum para no caer en la trampa de pensar que es una feminista exaltada, algo que, (quizá no con estas palabras) le llaman a menudo en Internet.
Su campaña contra los robots no empezó como un alegato feminista. «Por entonces no había leído mucho feminismo en realidad», reconoce. Ella lo elaboró como un discurso humanista, inspirado por las ideas del filósofo Martin Buber y los anticolonialistas que decían no hay que tratar a las personas como objetos. «Pero, bueno, ya sabes, a la gente le gusta simplificar, ¿no?».
Hay otra cosa que le gusta a la gente: el sexo. En un estudio realizado por la Universidad de Duisburg-Essen, el 40% de los 263 hombres entrevistados dijeron que podían imaginar comprar un robot sexual. Otro estudio de la Universidad de Stanford, asegura que las personas pueden experimentar sentimientos de intimidad hacia la tecnología porque «nuestros cerebros no están necesariamente preparados para la vida en el siglo XXI». Un tercer estudio asegura que los hombres heterosexuales que consumen pornografía, mass media y revistas masculinas que cosifican a la mujer, son más proclives a aceptar la violencia contra esta. El potencial de este mercado parece, por tanto, amplio. Las consecuencias de su uso, inquietantes.
Según Richardson, la más destacable se puede resumir así: la venta de robots sexuales reducirá el umbral de inhibición para consumir prostitución, las prostitutas, cada vez más, serán tratadas como robots. Aumentará el aislamiento y las disfunciones sociales. La sociedad se volverá más insensible, más solitaria, más alienante.
Richardson no pasa de puntillas sobre ningún tema. Uno de los más controvertidos es el uso de estos robots para casos de violadores o pederastas. Es un campo espinoso y sobre él se ha escrito mucho en uno y otro sentido. Richardson lo aborda con un argumento difícil de rebatir: «Lo que necesita esa gente es terapia, no muñecas».
Los expertos parecen darle la razón. Desde el otoño de 2016, la oficina de aduanas noruega se han incautado 21 muñecas sexuales con apariencia de niños. «Son muy realistas y es posible que las relaciones sexuales con las muñecas puedan romper las barreras para cometer abuso contra los niños», anunciaba la división Kripos de la policía noruega en un comunicado de prensa.
[pullquote author=»Katheelen Richardson» tagline=»antropóloga y especialista en IA»]Lo que necesitan los violadores es terapia, no muñecas[/pullquote]
El fenómeno es reciente, tanto que en muchos países ni siquiera está penado. Es el caso de Inglaterra, donde los agentes fronterizos han interceptado 123 de estas muñecas desde marzo de 2016. Hasta ahora, siete de estos importadores han sido acusados por otros delitos, seis de ellos por posesión de pornografía infantil. Los casos, que han tenido cierta repercusión mediática, han obligado a pronunciarse a la ONG inglesa NSPCC, que lucha contra los abusos a menores. «No hay pruebas que apoyen la idea de que el uso de las muñecas sexuales con forma de menores ayuden a evitar que los delincuentes sexuales cometan delitos contra niños reales», dijo su portavoz. La National Crime Agency inglesa ha pedido que la posesión de estas muñecas sea criminalizada.
De la distopía a la utopía: otros puntos de vista
Richardson no ha sido la única en teorizar sobre lo que supondrán los robots sexuales. Uno de los primeros en hacerlo David Levy, en su libro Love and sex with robots (2007). Su visión era más utópica, incluso naif: La prostitución quedará obsoleta. Los robots ayudarán a erradicar los problemas de soledad y de falta de intimidad. En su alegato, Levy traza paralelismos con la reivindicación de derechos LGTB. «Igual que el amor y el sexo entre personas del mismo sexo ha sido aceptado por la sociedad, también lo será el amor con robots», llega a afirmar en su libro.
También se justificó tirando de activismo social David Mills, propietario de la empresa Abyss. En una entrevista con la revista Vanity Fair aseguró que «las mujeres llevan 50 años disfrutando de juguetes sexuales pero los hombres siguen estigmatizados». Él quiere revertir esta situación, haciendo mucho dinero por el camino. Quiere ser «la Rosa Parks de las muñecas sexuales». «Los hombres no volverán a sentarse en la parte de atrás del autobús», concluía.
[pullquote author=»David Mills» tagline=»Dueño de la empresa Abyss»]Quiero ser la Rosa Parks de las muñecas sexuales. Los hombres no volverán a sentarse en la parte de atrás del autobús [/pullquote]
Richardson considera absurdos estos argumentos y misóginos a quienes los pronuncian. Rebate sus ideas con vehemencia. Respecto al uso para paliar la soledad, considera que «es como si estuvieras con un tostador: sigues estando solo». La idea en sí le produce rechazo, y es que ese es el problema según la científica: los robots sexuales crean una ilusión de realidad y eso es algo peligroso. Más que la solución, son la causa del problema. Sobre la analogía entre vibradores y robots sexuales, la científica hace una diferenciación clara: unos sirven para estimularse en la masturbación, otros crean la ilusión de suplantar el rol de un humano. Así de simple.
Hay sin embargo elementos que se encuentran en la sociedad actual, de uso mucho más extendido que los robots, y que pueden llevarnos a una situación similar a estos. Richardson apunta a dos: el porno online y Tinder. «El abuso de estas tecnologías es que la gente se volverá a la espalda y eso es exactamente lo que está sucediendo ahora mismo».
Puede que estos discursos parezcan abstractos y futuristas, pero según Richardson hablan de algo que ya está aquí. «Si quieres echar un vistazo a cómo será el futuro fíjate en Japón», reta la científica. Tasas bajas de natalidad, de matrimonios, aumento de la depresión y los problemas psicológicos derivados de la soledad y el abuso de tecnología. «Hay gente que en sus 30 o 40 no ha tenido una sola relación íntima», alerta, «y es hacia allá hacia donde nos dirigimos». Su discurso, duro contra los robots y las muñecas sexuales, no se suaviza tampoco a la hora de hablar de pornografía.
«En los años 60», explica Richardson, «se empezó a debatir sobre este concreto y fueron muchos los que dijeron que ayudaría a erradicar o al menos mitigar la prostitución, igual que lo hacen ahora. No fue así». Va aún más allá al decir que «cada vez que consumes porno online estás sacrificando una parte de tu humanidad» y que fenómenos como el destapado por el movimiento #Metoo no se hubieran dado sin el porno online. «No me malinterpretes, abusos ha habido siempre», matiza. «Pero creo que la pornografía los ha normalizado, ha explicado una idea incorrecta de qué es lo que significa ser un hombre».
[pullquote author=»Katheelen Richardson» tagline=»antropóloga y especialista en IA»]Cada vez que consumes porno online estás sacrificando una parte de tu humanidad[/pullquote]
El problema, explica Richardson no son las tetas ni los penes, el problema son los mensajes. «Creces y te dicen que eres sexual, que eres un animal, que no puedes controlarte a ti mismo… un montón de ideas que la industria de la pornografía está promocionando y que son negativas», argumenta. Un montón de ideas que se magnificarán, se encarnarán, volviéndose totalmente físicas, en los robots sexuales. Unas ideas que Kathleen Richardson está combatiendo con fiereza.
La tecnología suele ir siempre un paso por delante del derecho, dos de la ética, y un buen paseo por delante de la sociedad en general. Por eso el discurso de Kathleen Richardson es tan necesario, se esté o no de acuerdo con lo que proclama. La ficción lleva tiempo fantaseando con la idea, la ciencia empieza a plantearse preguntas y la realidad avanza inexorable. Puede que sea demasiado pronto para vaticinar las consecuencias y empezar a tenerles miedo, pero conviene estar preparados porque una cosa está clara: los robots sexuales están llegando. Y esta vez son reales.