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Keiichi Tanaami: la increíble vida del Andy Warhol japonés

Ahondar en las influencias de un artista suele ser una pérdida de tiempo, las respuestas transitan por caminos trillados y llevan a lugares comunes. No es lo que sucede con Keiichi Tanaami, máximo referente del pop art japonés.

Una pregunta rutinaria abre sendas insospechadas. El veterano autor relata con pasmosa naturalidad lo que aprendió sobre cine experimental con Andy Warhol, cómo comenzó a editar revistas eróticas de la mano de Hugh Hefner o lo que le disfrutaba creando vídeos y portadas para músicos como Jefferson Airplane o John Lennon.

De entre todos los senderos que ha abierto nuestra primera pregunta hay uno más oscuro e intrigante, uno que cristaliza con cierta frecuencia en su obra en forma de peces y aviones. Decidimos de momento adentrarnos en él.

Hay detalles absurdos que se graban a fuego en la tierna mente infantil, más cuando estos son iluminados por la luz de un evento traumático. Uno de los primeros recuerdos de Tanaami es el de un pez de colores. El pez nadaba en el estanque de la casa de su abuelo, en Tokio, cuando un fogonazo iluminó su viscosa piel. La luz provenía del cielo que se había iluminado de una forma apocalíptica. El jóven Tanaami miró hacia arriba y no se lo podía creer. Llovía fuego a cantaros.

Durante la II Guerra Mundial la ciudad de Tokio sufrió más de 100 ataques con bombas incendiarias. Keiichi Tanaami las presenció con un terror fascinado. En cierto modo sigue haciéndolo. Esas bombas, esa muerte, ese pez, se cuelan con frecuencia en sus obras.

El autor lo rememora como si fuera una influencia artística más, pero al leer sus palabras se configura más bien como una experiencia traumática que le ha de perseguir hasta el último de sus días. «Las explosiones de aire caliente que liberaban las bombas al rozar la piel. Los sonidos explosivos que casi me rasgan los tímpanos. Un hedor asqueroso y penetrante que dificulta la respiración. Luz y fuego, tan fieramente brillantes que aún no puedo abrir los ojos. Todas estas cosas permanecen firmemente en mi memoria y continúan estimulando mi práctica», explica por email a Yorokobu.

[pullquote]En su obra, los aviones conviven con dibujos de Disney, Astroboy o Popeye, con imágenes explícitamente sexuales, con calaveras y referencias a la muerte[/pullquote]

A sus 83 años está de moda. Diseña monopatines, colabora con marcas como Paul Smith o Moncler y acaba de hacer una colección cápsula para Adidas, creó la portada de un disco de Super Furry Animals y pasea su obra por grandes museos de todo el mundo. El Kunstmuseum de Lucerna, Suiza, ha sido el último en organizar una exposición recopilando toda una vida de trabajo. Ha debido ser complicado.

La obra de Tanaami es variada en formatos e influencias. Los aviones conviven con dibujos de Disney, Astroboy o Popeye, con imágenes explícitamente sexuales, con calaveras y referencias a la muerte. Hay influencia del Kamishibai (teatro de cartón japonés) y de películas estadounidenses de serie B. Es un universo rico y en expansión, pero todo él se cubre de una pátina lisérgica que le da cierta coherencia estética.

 

Decidimos recorrer otro camino más colorido y preguntarle por las influencias que hicieron estallar su arte en una orgía cromática.

«Supongo que podría decir que los colores y las formas de mi trabajo nacieron intuitivamente de los sonidos de ciertos artistas», explica el autor, «de gente como Jefferson Airplane [para quienes hizo una portada] John Lennon [para quien hizo un videoclip] o Pink Floyd. Por ejemplo, creo que el modo en que se abría The Dark Side of the Moon era absolutamente sorprendente, con el sonido de un corazón latiendo. Siento que estas emociones e impresiones profundas se entrelazan de manera compleja en lugares invisibles con mi trabajo». Eso y las drogas.

Tanaami no lo menciona, pues su vida ahora es otra, pero en su juventud, su trabajo estuvo marcado por el consumo de estupefacientes y alcohol. Su carrera comenzó en los años 60, una época especialmente propicia para este tipo de esparcimiento. También ayudó el tipo de compañías que frecuentaba: la escena artística más underground de Tokio, la modernidad más rabiosa de Nueva York. Era una vida bohemia y disoluta. Era una vida divertida.

Fue en aquellos días de ácido y rosas cuando conoció al que sería uno de sus grandes maestros. «Andy Warhol me influyó en todos los aspectos posibles», comenta sin ambages. Se conocieron en 1967, cuando Tanaami visitó Nueva York por primera vez.

«En ese momento, Warhol estaba en el proceso de transición de ilustrador comercial a artista», rememora el japonés mientras reconoce que él, editor de revistas por aquel entonces, estaba viviendo una metamorfosis similar. «Lo que sentí entonces fue que las estrategias que empleaba en el arte eran idénticas a las estrategias empleadas por las agencias de publicidad. Utilizaba los íconos contemporáneos como motivos en sus obras de arte y mezclaba películas, música y publicaciones experimentales. Me sorprendió, pero al mismo tiempo lo acepté como el modelo perfecto para mí».

Tanaami siguió los pasos de Warhol a la hora de mezclar alta y baja cultura, pero llevó esa fusión a su propio mundo y desarrolló un estilo propio. También le imitó ampliando su campo de acción a otros vehículos artísticos, coqueteando con el collage, el vídeo y la edición de revistas experimentales, una profesión que conocía bien pero desde una perspectiva más conservadora. Fue esta última práctica la que habría de llevarle a EEUU una vez más, en la década siguiente.

[pullquote]Tanaami creó una ingente cantidad de obras políticamente activistas y sexualmente explícitas. Trató temas sociales, crítico al sistema, retrató la liberación sexual[/pullquote]

En 1975 Tanaami tenía un currículo considerable en la publicación de fanzines, revistas y libros. Por eso no le fue complicado convertirse en director de arte de la edición japonesa de Playboy. Para formarse y conocer bien la cabecera original, Tanaami viajó a EEUU. Lo hizo de costa a costa, de la Mansión Playboy de California a la Factory de Nueva York, de la influencia de Hugh Hefner a la de Andy Warhol. Fue un segundo choque cultural con el sexo como hilo conductor.

Durante los siguientes 10 años Tanaami creó una ingente cantidad de obras políticamente activistas y sexualmente explícitas. Trató temas sociales, crítico al sistema, retrató la liberación sexual. Lo hizo siempre desde una estética colorista y manga, escandalizando y enamorando a partes iguales. Mientras tanto siguió su trabajo como director de arte de revistas, siguieron las noches de alcohol y farra, las mañanas de café y trabajo. Siguieron las pesadillas con aviones, bombas y peces de colores. Hasta que su cuerpo dijo basta.

En 1981, cuando apenas sumaba 45 años, Tanaami fue ingresado en el hospital al borde de la muerte. «Me había cansado de mi propio estilo de vida, bebía hasta la mañana y luego pasaba el día trabajando en un estado de conciencia delirante», explica el artista. Una infección respiratoria lo mantuvo hospitalizado y medicado durante cuatro meses. Las alucinaciones se repetían cada noche y realidad y sueños se empezaron a fusionar.

La muerte no solo rondaba su cuerpo, también se paseaba, guadaña en ristre, por los rincones alucinados de su mente. «Los pensamientos sobre la muerte, a los que no había prestado mucha atención hasta ese momento, llegaron y se sentaron directamente en el centro de mi circuito de pensamiento», comenta Tanaami.

Irónicamente la muerte le dio una razón para vivir. Tanaami sanó y esta experiencia hizo que se cuidara más y adoptara otros hábitos, menos lisérgicos, más mundanos y burgueses. Los locos años 60 quedaban lejos ya. Su creatividad ya no la parían sustancias ilegales sino una energía interna. «Encontré una conexión entre ser consciente de la muerte y a la vez estar vivo y esto se convirtió en la poderosa energía que apoyó mi creatividad», considera. Desde entonces la muerte se cuela en sus obras, agazapada entre peces, vaginas y siluetas de Mickey Mouse.

La representa quizá como una forma de exorcismo artístico, de terapia pictórica, pues en su día a día, asegura, no piensa demasiado en la muerte, en la edad ni en el paso del tiempo. «La verdad es que mi motivación para crear es mucho más fuerte ahora que cuando era más joven», explica.

Da la impresión de que hace con la muerte lo mismo que hizo con las guerras. Tanaami pinta sus problemas hasta hacerlos desaparecer. En el fondo siempre ha hecho así, lleva toda la vida volcando sus miedos y paranoias sobre una página en blanco, vomitado sus vicios y temores sobre el lienzo. Su obra se configura así como un enorme y colorista retrato de Dorian Grey.

Por Enrique Alpañés

Periodista. Redactor en Yorokobu y otros proyectos de Brands and Roses. Me formé en El País, seguí aprendiendo en Cadena SER, Onda Cero y Vanity Fair. Independientemente del medio y el formato, me gusta escuchar y contar historias. También me interesan la política, la lucha LGTBI, Stephen King, los dinosaurios, los videojuegos y los monos, no necesariamente por ese orden. Puedes insultarme o decirme cosas bonitas en Twitter.

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