Piénsenlo por un momento. Hubo un tiempo en el que el Barça perdía a veces. En el recuerdo colectivo, la cara de la derrota estaba encarnada en Carles Puyol cojeando, con una ceja rota y su felina melena empapada en sangre y sudor. Van Gaal miraba desde el banquillo mientras el resto de jugadores volvían cabizbajos al túnel de vestuarios. La derrota es divertida. Sobre todo para el que gana. Algunos de esos ganadores han creado White People Mourning Romney porque, ¿qué interés tiene ganar algo si no puedes reírte de quien pierde?
A estas alturas de la semana ya habrán asistido a sesudos análisis acerca de qué valores, qué errores o aciertos en campaña o incluso qué actitudes y criterios de imagen en redes sociales han decantado las elecciones presidenciales de Estados Unidos de lado de Obama.
Siempre hay un ángulo más desde el que observar la realidad. La derrota también está dotada de épica y cuanto más aparatosa es esta, más cruelmente puede partirse la caja quien saborea los laureles del triunfo. Por eso, Blancos llorando a Romney, es un continuo descojone, porque cuando las cosas carecen de una medida lógica es difícil controlar la chanza.
Si, además, al otro lado del cristal está la desolación de seres como Donald Trump o Sheldon Adelson, la victoria es plena.