Dice algún iluminado (pero iluminado para bien) que es posible que en unos cinco años ya no quede ni rastro de Google o Facebook. No da muchos detalles sobre la explosión, fragmentación o ignición de los mismos. Lo afirma y ya.
Es verdad que no hay rastro de Altavista, Excite o Netscape y unas pocas brasas de AOL o Terra. Grandes incuestionables, intocables, empresas multimillonarias con fundadores multimillonarios. Ni rastro. También es cierto que reyes inamovibles como Explorer ceden el liderazgo, y esto pasa en cuestión de meses.
Las empresas se han acelerado. Esos grandes almacenes, esas líneas aéreas, esas telefónicas varias, conocidas y usadas por dos o tres generaciones, son parte de la historia. Ha habido dos grandes oleadas de internet. Estamos en la tercera y podemos adivinar la cuarta.
La primera es a la que pertenecen Amazon, Yahoo o Google. A la que pertenecían en España Ozu o Eresmas, por mencionar un par de ellas.
Le llaman el internet de la información. Imprescindible para sentar las bases y fijar los cimientos. Empresas en las que todo el mundo ansiaba trabajar, deseadas para invertir, con bonitas historias de garajes y jóvenes alocados que hablaban de tú a tú con los presidentes de toda la vida. En vaqueros, despeinados, sin afeitar y con la camiseta raída por fuera.
No se explica por qué no supieron ver y entender el segundo internet. El social. Tuvo que venir un joven sin experiencia, sin contactos, sin dinero, sin conocimientos de gestión empresarial para enseñarles que pese a sus salidas a bolsa, sus grandes oficinas y sus miles de empleados cualificados, no se les había ocurrido crear un Facebook. Y lo creó.
En este internet social aparecieron Twitter o Linkedin pero no logró entrar un candidato bien apadrinado como Google +, que lo sigue intentando.
Paradojas del destino, cuando las empresas se hacen mayores, se emborrachan con ‘due dilligences’, que son unos documentos muy aburridos que distraen a los emprendedores y les chupan los reflejos, cual vampiros.
Esa falta de reflejos sale cara. Que se lo pregunten a Facebook, que ha tenido que desembolsar una bonita suma de dólares para adquirir Instagram y así poner un pie en la tercera ola de internet, el móvil. A Instagram no le importa tener o no tener una web y, relativamente poco, unas decenas de miles de fans en Facebook… Es puramente móvil.
La cuarta ola es el internet de las cosas y de tu perro. El mismo que porta injertada en su piel un chip tonto. Un chip que pronto será listo y te dirá a través de tu teléfono móvil si el animalito tiene fiebre, está en forma o se siente triste. Dónde está el veterinario más cercano porque se ha hecho daño en la pata o qué pienso debes comprarle por estar mal nutrido.
Si todo esto puede contarte tu perro, fliparás con lo que tiene que contarte tu nevera, tu coche o tu botella preferida de vino de la Rioja.
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Sixto Arias es director general de Mobext
Imagen: Katsushika Hokusai wikimedia commons