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Viajar en familia por Europa sin gastar un euro en alojamiento

Corren tiempos convulsos para el cultivo de la confianza en el prójimo. Millones de personas miran con recelo al que tienen al lado a raíz del miedo inoculado por el terror. Es comprensible. El miedo es libre y quien lo padece es, por desgracia, esclavo. No puede elegir si tenerlo o no. No puede quitárselo de encima con una simple sacudida.
Otros, por suerte para ellos, pueden vivir sin miedo y, además, han regado sus vidas con la generosidad del que piensa que lo que uno posee no tiene sentido si no es compartido.
Los Melero Sanz pusieron su domicilio en Sevilla a disposición de todo aquel que estuviera interesado en intercambiar —a través de una de las múltiples páginas que existen en Internet— su hogar con ellos. Así fue como se hicieron ricos (en viviendas disponibles) y así fue como su viaje por Europa pasó por 12 casas particulares diferentes, dos hoteles y un camping.
Para la familia sevillana, la tentativa empezó como para la mayoría de personas ávidas de kilómetros. Querían conocer las ciudades que visitaban como si fueran habitantes de las mismas. «No hay mejor manera de conocer un lugar que penetrar en la vida de los hogares que durante todo el año lo habitan, irrumpir en sus costumbres, descubrir sus rincones, panaderías secretas, montañas perdidas, vecinos curiosos…», explica Andrés Melero.
[pullquote]Hay una bola del mundo mi escritorio que da vueltas en silencio cada vez que la miramos[/pullquote]
Andrés, Ingrid y sus tres hijas, Elsa, Cloe y Nora, estuvieron de viaje 35 días en los que recorrieron 9.300 kilómetros, 10 países y 20 ciudades. ¿El precio del alojamiento? Casi cero. Sin embargo, el mayor beneficio no ha sido ese. «La motivación más poderosa es que nuestras hijas entiendan su mundo como un lugar amable, hospitalario; donde la gente —la mayoría buena— comparte e invita; un sitio donde practicar humanidad a escala pequeñita. Practicar la empatía asumiendo al otro como un beneficio emocional», explica el profesor.
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No tardaron en darse cuenta de que hay mucho más que turismo en su manera de viajar. Andrés e Ingrid son profesores y cada experiencia propuesta a sus hijas pretende tener algo de didáctico. «Por eso, consideramos que los beneficios sociales, educativos, emocionales y personales son enormes. La satisfacción de invitar y dejarse invitar cobra todo el sentido del mundo cuando uno enciende el telediario y constata que la realidad del mundo no es exactamente como la cuentan; que la estadística trabaja con números diferentes a los de los noticiarios» dice el sevillano.
[pullquote author=»Andrés Melero» tagline=»profesor»]¿Qué tienen en común un periodista, un neurólogo amante del golf, una restauradora de libros que tuvo que cerrar su taller, una pareja de militares americanos retirados que vive entre Inglaterra y Venecia, una informática croata, un exjugador profesional de baloncesto húngaro reciclado a entrenador, un motorista ingeniero de Zagreb casado con una checa que solo cocina comida ecológica producida por ellos, una matemática austriaca amante de la montaña y una fotógrafa y traductora hispano-danesa?  Ahora, nosotros. [/pullquote]
La cosa fue fácil. Trazaron su viaje ideal por países de Europa Central, entraron en un sitio web de intercambio de casas y comenzaron a escribir a un buen puñado de familias que, como ellos, tenían sus hogares a disposición de extraños. De esas, unas cuantas les contestaron afirmativamente y ajustaron su itinerario a la oferta disponible.

9.300 kilómetros que son solo el comienzo

«La experiencia nos ha abierto de par en par un nuevo mundo de posibilidades viajeras», señala Melero. Cuenta que esas vacaciones les han empujado a investigar acerca de maneras no convencionales de viajar «buscando la originalidad del nomadeo familiar y explorando territorios deseados con ayuda de la red».
Así, han encontrado experiencias que les inspiran como la de Mark Smith, el inglés que solo viaja en tren; o como la de Julia Gaubert y Mathieu Sabourin, dos franceses que decidieron recorrer el año pasado los dos puntos más distantes de Europa caminando desde Tallín hasta Lisboa; o como la de Juan Pablo Villarino y Laura Lazzarino, argentinos, «que se dedican a hacer autostop con un presupuesto mínimo y contando en escuelas y universidades que la gente es esencialmente buena y hospitalaria, combatiendo el miedo irracional inculcado por los medios al ‘otro’».
[pullquote]Estamos desarrollando la cualidad de no esperar a que sucedan las cosas, simplemente ir por ellas, ser el cambio que queremos para el mundo[/pullquote]
Explican que ahora, uno de sus objetivos es desacreditar a aquellos que dicen que es obligatorio ser esclavo de un banco. «Existe una guillotina invisible, cuya cuchilla es una gigantesca tarjeta de crédito, buscando la oferta que mejor se ajuste a los espejismos esenciales que nos venden como si fueran aire. Dado el primer paso desaparecen los temores», dice el profesor.
Por eso, toda la familia ha decidido emprender un proyecto que idearon hace tiempo y que les llevará durante un año a América Latina. Melero decidió desproscrastinarse a sí mismo y no posponer algo que ha querido hacer desde siempre.
El Vuelo de Apis (la página web está aún con los andamios colocados) es un viaje por el mundo, sí, pero es sobre todo un proyecto educativo que «fomenta la autonomía de los niños desde el aprendizaje entre iguales y la concienciación de las familias, haciendo uso de las tecnologías de la comunicación».
El proyecto se basa en la creación y la difusión de vídeos divulgativos que irán proyectando por las escuelas de Sudamérica por las que pasen. Los vídeos muestran a niños enseñando a hacer cosas, niños enseñando a jugar o a personas corriendo. «Así combinamos nuestra afición por el deporte, nuestro amor por la naturaleza y el compromiso (profesional y personal) con la adquisición de hábitos de vida saludables», señala el sevillano. «El viaje lo realizaremos en transporte propio autónomo, acondicionado y preparado para pernoctar en cualquier lugar si así lo decidimos».
Volverán a casa en un año pero el viaje, en realidad, no terminará nunca para ellos.

Por David García

David García es periodista y dedica su tiempo a escribir cosas, contar cosas y pensar en cosas para todos los proyectos de Brands and Roses (empresa de contenidos que edita Yorokobu y mil proyectos más).

Es redactor jefe en la revista de interiorismo C-Top que Brands and Roses hace para Cosentino, escribe en Yorokobu, Ling, trabajó en un videoclub en los 90, que es una cosa que curte mucho, y suele echar de menos el mar en las tardes de invierno.

También contó cosas en Antes de que Sea Tarde (Cadena SER); enseñó a las familias la única fe verdadera que existe (la del rock) en su cosa llamada Top of the Class y otro tipo de cosas que, podríamos decir, le convierten en cosista.

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