Virgen, diferente; un desierto de dunas que finaliza en un mar sin olas; el trozo de tierra más al norte del subcontinente americano; atractivo, con pocos recursos; con una cultura arraigada y una fuerte tradición… y gobernado por la comunidad indígena wayúu, una palabra que quizá te resulte familiar por los famosos bolsos del mismo nombre. Así es La Guajira, uno de los lugares más olvidados de Colombia, o quizá uno de los lugares con más ganas de ser olvidado.
Los Wayúu
Los Wayúu constituyen casi el 20% de la totalidad de la población indígena colombiana. Es el pueblo autóctono más numeroso de Colombia. No se consideran ni colombianos ni venezolanos, a pesar de que el territorio abarca ambos países. «Nosotros ya estábamos aquí mucho antes de la creación de ambas naciones» –todo aquel que lo solicite puede tener la doble nacionalidad–. Todos ellos son wayúus, con una única lengua, el wayuunaiki, de la familia arawak –solo el 30% habla de manera fluida español–; firmes tradiciones y un gran carácter.
Los wayúu son nómadas dentro de su propio territorio, una tierra sin fronteras impuestas, guiados por el pasto de sus animales. Las mujeres, sin embargo, se dedican al tejido de hamacas, bolsos o chinchorros –parecido a una hamaca y de imperiosa importancia en la comunidad. Es el lugar donde todo wayúu nace, procrea y es envuelto para su entierro–.
La Guajira, su territorio en Colombia
En la árida península de La Guajira, la parte más nororiental de Colombia, se encuentra la inmensa mayoría de la comunidad wayúu. Un lugar tan bello como hostil. Con grandes problemas de sequía, escasos recursos y hambruna.
La puerta de entrada a La Guajira es la ciudad de Riohacha, el último lugar de este departamento con rasgos reconocibles de la Colombia caribeña. Desde allí, y hasta el punto más al norte de Sudamérica, Punta Gallinas, se extiende un vasto desierto que recuerda a la África más necesitada: niños con apenas ropa que sostienen en una mano la cuerda que impide al 4×4 el paso por el bacheado camino de tierra, y con la otra, en forma de cuenco, esperan una ansiada moneda para permitir al vehículo proseguir la marcha.
Y dije bien: ¡caminos!, porque las carreteras se resisten a llegar hasta La Guajira. En 2014 las autoridades departamentales declararon la región en estado de calamidad pública.
Ley que protege las comunidades indígenas
Antes de continuar, y para comprender mejor la situación de La Guajira y a los Wayúu, hay que saber que en Colombia existen 102 pueblos indígenas, de los cuales 18 están en riesgo de extinción. Para evitar esto y en pro de preservar su sistema normativo, su lengua y su historia, se aprobó la Ley número 70 de 1993, en la que se dice que el Gobierno colombiano debe «garantizar la protección de los territorios ancestrales, invertir en su desarrollo económico y proteger su identidad cultural y derechos civiles».
En uno de sus puntos establece que son los indígenas los que han de administrar su propia justicia, gracias a un sistema legal basado en la figura del Palabrero.
Esta autogestión, y, por consiguiente, el difícil acceso al territorio wayúu por parte del Gobierno y la Policía, ha convertido históricamente a La Guajira en la puerta de salida del narcotráfico, tanto por mar como por aire. De hecho, a mi llegada a La Guajira, me sorprendió la repentina carretera de incontables carriles y escasos kilómetros. Era una antigua pista de aterrizaje fabricada por los narcotraficantes, posteriormente reconvertida en autopista.
Tradiciones ancestrales wayúu que aún se mantienen intactas
El Palabrero es la figura más importante dentro de la comunidad wayúu. Es el encargado de acudir a cualquier conflicto que se produzca. Aquí no hay condenas de cárcel. Los castigos van desde el pago de chivos o pesos colombianos hasta otros mucho más dramáticos. Durante mis días en La Guajira, una de esas niñas que taponaban el camino con una cuerda fue atropellada y asesinada por otro wayúu. El Palabrero dictaminó una multa… eso fue todo.
Por el Palabrero deben pasar también todas las peticiones de matrimonio de la comunidad. La dote es obligada en los casamientos. La familia del hombre tiene que pagar al padre de la mujer una compensación por la pérdida de su hija. Este pago suele ser en ganado. No hay ni firmas ni anillos, la unión wayúu se hace de palabra.
El pueblo wayúu, una comunidad donde la poligamia está permitida, se rige por un sistema matriarcal, en el que el distintivo de raza viene dado por la sangre materna. Todo se hereda por la rama de la mujer. Esto quiere decir que, por ejemplo, dos primos por parte de padre no se consideran de la misma sangre y, por lo tanto, podrían llegar a casarse.
Otro rito que se sigue cumpliendo sin escrúpulos es el de la reclusión de las niñas con el comienzo de la menstruación. Se les rapa el cabello, se les encierra en soledad en una ranchería tapada por cortinas y se les inculca los valores de una mujer wayúu durante 12 lunas –un año, aunque algunos encierros pueden durar hasta 5 años–.
Transcurrido este periodo, y tras superar con éxito las diferentes fases a las que son sometidas, ya son consideradas mujeres adultas y están preparadas para contraer matrimonio. Es el pistoletazo de salida para que cualquier hombre presente candidatura a la abuela de la niña.
Mi paso por La Guajira
Mi paso por La Guajira comenzó en Riohacha. Desde allí llegué a Cabo de la Vela, el lugar más sagrado para los wayúu. Un pueblo donde la luz funciona por generador, el agua de la ducha –cubazos, en realidad– es salada y donde el turismo ha comenzado a llegar. En Cabo de la Vela impera la tranquilidad, tranquilidad que se proyecta en un mar Caribe manso, solo alterado por las pequeñas embarcaciones que salen a faenar.
Esta era una Colombia distinta a la que había vivido durante los 20 días anteriores. Fue como volver a esa Asia pícara, donde te cuesta bajar la guardia. Donde las sonrisas son de medio lado y donde tu dinero importa bastante más que tú. No obstante, Cabo de la Vela me pareció un lugar perfecto para poder descansar unos días y disfrutar del Caribe, lo que se conoce como un auténtico paraíso… Un espejismo de lo que La Guajira me tenía preparado.
Todos los que llegamos a La Guajira tenemos la idea de poder alcanzar uno de los lugares más inaccesibles de toda Colombia, Punta Gallinas, el extremo más septentrional de la placa continental de América del Sur. Y hacia allí me dirigí.
El comienzo no pudo ser más desafortunado. El conductor me comentó la imposibilidad de visitar las dunas de Taroa, el principal reclamo de la zona, un desierto de dunas dignas del Sahara que terminan en el mar Caribe.
La razón, un conflicto entre familias que podría acabar en tiroteo si se me ocurriera acercarme por allí, como ya sucedió la semana anterior. Un disgusto inicial que no me impidió poder disfrutar de uno de los paisajes más pintorescos de toda Colombia, Punta Gallinas.
Se me olvidó comentar algo importante: una de los principales lacras de la comunidad wayúu es la violencia intrafamiliar. Violencia que viví en primera persona al enloquecer el hijo de la familia donde me alojaba y golpear con saña a su madre, a su hermana, hasta dejarlas inconscientes y convulsionando, y a todo el que pasaba por allí.
Fue una noche para olvidar. Tras un intento frustrado de salir en lancha, por el riesgo que conllevaba hacerlo de noche, mi pareja y yo tuvimos que ser salvaguardados en las habitaciones cercanas. Fueron constantes los lanzamientos de piedras y peleas entre los miembros de la familia hasta la siguiente mañana. Si en algún momento se me planteó la posibilidad de llamar a la policía, allí no había opción, aquello es territorio wayúu.
Mis reflexiones
Comencé diciendo que La Guajira era un lugar tan bello como hostil, y esa es la sensación que tuve. Y no hostil por el trato al turista, que por otro lado no lo consideré inapropiado, a pesar de las amargas experiencias que viví, sino por la crisis humanitaria que padecen.
La situación de La Guajira es compleja. Son inaceptables las calamidades que atraviesan para poder sobrevivir. Los wayúus culpan al Gobierno de sentirse abandonados y olvidados; y por otro lado, por lo que pude hablar con colombianos de otros departamentos, el resto de Colombia acusa a los indígenas de no querer recibir ayuda por miedo a la perdida de sus tradiciones y cultura.
Lo que es cierto es que La Guajira ha sufrido el acecho histórico del hombre blanco, el narcotráfico y los intereses petroleros de la zona. Unos intereses que han provocado el desplazamiento forzado de familias enteras dentro de su territorio. Todo esto ayuda a entender un poco mejor el carácter wayúu.
Así de especial y diferentes son los Wayúu, los indígenas que dan color a La Guajira.
2 respuestas a «Así de especial y diferente es La Guajira, la tierra de los indígenas Wayúu»
Muy interesante relato, David. Esta Guajira (que yo relacionaba con la canción «Guantanamera» pero que ahora me doy cuenta de que nada tiene que ver) luce salvaje y apasionante. Aún con ese mal trago y esa alarmante situación social, sin duda, un lugar que ya me apetece conocer. Desde ya mismo.
HOLA ME ENCONTRE CON UDS NAVEGANDO POR LA RED, RECIBAN UN CALUROSO SALUDO DE UN COLOMBIANO RADICADO EN LAS ISLAS CANARIAS HACE MAS DE 18 AÑOS, GRACIAS POR ESTE ARTICULO QUE EN BREVES PALABRAS RESUME, LO QUE MUCHOS LLAMAMOS EL COMPLOT HISTÓRICO POR PARTE DE UN ESTADO CORRUPTO, QUE QUIEREN EXTERMINAR A ESTA POBLACIÓN , QUE TIENE BAJO SUS PIES RIQUEZAS MINERALES Y PETRÓLEO..!!
gracias por visitar mi pais..está un periodo de transición lento y delicado, pero que trae tras de si..muchas oportunidades!!.les comento que estoy preparando una plataforma on line para vender paquetes ecoturísticos..me encataria hacer equipo con uds
saludos