Su padre fue uno de los grandes diseñadores de la moda en España y abanderó aquello de «la arruga es bella» que supuso una auténtica revolución. Hoy está al frente de la compañía su hija Adriana, que aunque mantiene la esencia que hizo única a la firma Adolfo Domínguez, es consciente de la necesidad de adaptarse a otra forma de vivir y entender el mundo y la empresa.
Adriana Domínguez tomó las riendas de la compañía pocos meses antes de que llegara la pandemia. Nombrada consejera delegada en 2017, le ha tocado ahora asumir un reto enorme: reflotar la empresa que creó su padre en un momento clave de su historia. «Soy una persona idealista, amo profundamente esta marca, y por tanto desde el principio tuve la fe en el talento de nuestro equipo para realizar este trabajo».
La joven empresaria se muestra favorable a diseñar colecciones que estén en diálogo con los cambios sociales. Temas como la fluidez de género y la reconsideración del aspecto de la masculinidad y la feminidad afectan al diseño de la ropa. La ecología, por otro lado, es también un campo que interesa a Adriana Domínguez. Tanto es así, que tiene claro que para evitar el cambio climático es necesario reducir el consumo. Y la moda, más la de lujo y premium como la de su sector, puede contribuir a ello cuidando los diseños y calidades.
«Nuestro consumo es puro activismo», afirma. «Estaría muy bien, por ejemplo, que en el código de barras se le indicará al consumidor de alguna forma visible a qué tipo de empresa le está comprando. Ser conscientes de nuestro impacto. Y ese cambio necesita legislación».
Sigue leyendo la entrevista que le hizo Marta González-Moro.
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