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La música del pelo de un cadáver

La belleza de la estructura helicoidal de los ácidos nucleicos se ha explotado de muy diversas maneras, desde que Watson y Crick determinaran su elegante andamiaje en forma de escaleras paralelas unidas por peldaños de ACTG (Adenina, Citosina, Timina y Guanina). Algunos artistas, que cabalgan entre la estética pop y el microscopio electrónico se han fijado en las posibilidades de expresar eso que algunos llaman Dios y otros Naturaleza en sus creaciones.

Doscientos años después de su muerte, el divino Ludwig van Beethoven ha compuesto una pieza musical más… Ya saben que periódicamente en Christie’s o Sotheby’s, los templos de subastas más reputados del mundo, se incluyen lotes compuestos de porquerías orgánicas de difuntos. Desde caspa de Elvis (que la tenía y mucha) hasta unas bragas sucias de Marilyn (ahí soy más comprensivo), pasando por otras lindezas, que vienen a reemplazar la adoración que antes se brindaba a las reliquias de santos, no menos antihigiénicas.

Así, en las ermitas más remotas de Italia y España se puede rendir culto a uñas, dedos momificados, huesos y restos de sangre de numerosos protagonistas de las páginas del catecismo. Puede que una prueba de ADN revele su falsedad, como sucedió con la sábana santa de Turín, pero aquí lo que importa es la fe, que no entiende de aminoácidos ni de bases nitrogenadas.

Otra cosa es la Ciencia con mayúsculas, y el Negocio, también con mayúsculas. Así que volvamos a Sotheby’s. En 2009, el subastador golpeó con el mazo el estrado al grito de “Awarded!” (¡Adjudicado!) y un peculiar lote encontró comprador. En pocos minutos, y por una cifra de 6 dígitos, alguien se hizo con un mechón de cabellos del autor de la novena sinfonía más famosa de la Historia.

El artista italiano Nicholas Caposina pidió permiso al nuevo dueño de los pelillos de Beethoven, que entregó después al compositor escocés Stuart Mitchell, que suele enfocar sus trabajos bajo el prisma de una ciencia – arte llamada cymática, (ver cymatics.org) que explora las posibilidades del sonido en relación con las vibraciones en el agua o en la arena.

Mitchel asignó a cada uno de los 22 aminoácidos una nota musical, y a partir de ahí compuso una pieza para piano y viola basada en el ADN de Beethoven. A eso lo llamo yo rizar el rizo. Literalmente.

Un tenor escocés, Martin Aelred se sumó al proyecto, y entre todos han obtenido una pieza de cinco minutos de duración que hará las delicias de los necrófilos.

A un nivel más mundano, la empresa DNA 11 hace grandes retratos con la secuencia del ADN del usuario, y los entrega enmarcados en elegantes colores. Basta entregarles los restos de un beso en un sobre, o una colilla o cualquier pelo, y podremos encargar la obra, que está haciendo furor.

¿Arte? ¿Decoración? Los cuadros son bonitos, aunque quizá más adecuados para vestir las habitaciones de un hotel que las paredes de una galería. Para encargar una obra hay que solicitar antes el kit de recolección, que consta de un bastoncillo y un soporte plegable donde queda recogida la muestra. El precio más económico ronda los 200 euros, y ciertamente son obras originales, en la acepción más pura del término.

Volviendo a la obra póstuma del divino Ludwig, la autoría de la misma será objeto de disputa entre los herederos de Beethoven, Sotheby’s, el tenor escocés, Stuart Mitchel y el artista italiano que tuvo la idea.

Todo un quebradero de cabeza para las entidades de gestión de derechos, en el improbable caso de que se convierta en la canción del verano.

Antonio Dyaz es director de cine

Foto: Wikimedia Commons

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