Si uno pasa por la India, lo más normal es que le inviten a un ashram para practicar yoga y convivir con los residentes de estas comunidades. Si visita Dinamarca, quizás el plan sea juntarse con alguien, calentar agua en la tetera, prender la chimenea y charlar bajo una luz tenue: es lo que llaman hygge y consiste en disfrutar del momento sin grandes gastos ni pirotecnias.
Más extremo será si consigue uno de los pocos visados para Bután: en el país asiático, de menos de un millón de habitantes, han ideado un medidor para cifrar la felicidad nacional bruta y depende de factores como el correcto uso de la educación o la sanidad, pero también de la contemplación activa de la muerte o de la adoración del falo como sabiduría ancestral. Y si aterriza en Colombia a cualquier hora, raro será que no le ofrezcan un café con su fórmula mágica: «¿Le provoca un tinto?».
Todas estas costumbres no son solo una parte arraigada de la sociedad de cada país, sino que conforman su personalidad. Y ese espíritu, aunque a veces se contradiga con lo que sale en las noticias, sedimenta en lo que se conoce como acervo. Un conjunto de valores donde se enmarca la identidad o la cultura de un lugar y que tiene su importancia más allá de lo meramente turístico: el respeto por uno mismo, el bienestar propio, se transmite al resto de la gente e incluso al medio ambiente.
Podría resumirse en algo más simple como que quien sabe cuidarse sabe cuidar lo demás. Y, encima, ofrece algo esencial en la experiencia del viaje: lejos de admirar simplemente monumentos o espacios naturales únicos, habrá un factor tan intangible como esencial, el humano. Un elemento que, además, puede mantenerse al regresar a casa después de las vacaciones.
Porque recapacitemos: ¿qué hemos traído de la última escapada, ya sea veraniega o no? Aparte de algún souvenir irresistible, centenares de megas en fotos y varias lavadoras pendientes, lo más seguro es que, incluso con más fuerza, se quedaron grabadas algunas caras o encuentros que trascienden lo contextual y se tornan en recuerdos personales. Quizás obviemos en el relato posterior el esfuerzo por alcanzar un lugar o las horas de cola hasta ver esa pintura soñada, pero solemos contar entre las anécdotas pertinentes aquella conversación súbita, una cena imprevista o la cordialidad que asoma en medio del desamparo y procura alimentos, lecho o una cálida sonrisa.
Muchas veces, nos topamos con estos amables acontecimientos por casualidad. Otras, es una característica más del patrimonio de un país. Esta premisa es una de las que ha propiciado la Guía para vivir mejor, editada por Lonely Planet con el subtítulo de La sabiduría de las culturas en el mundo. Un paseo por el globo terráqueo que tiene como objetivo detenerse en aquellas enseñanzas que determinados lugares pueden infundir. Lo hace por esas costumbres mencionadas y unas cuantas más, basándose en la necesidad de mirarnos a nosotros mismos, proponiendo que «una vida sin examen no merece la pena ser vivida», como decía el filósofo Sócrates.
Un bienestar que, argumentan en esta guía, no depende solo del clima o las condiciones materiales, sino de la salud mental. Y esta se traduce en la dicha física y social. Adoptar algunos hábitos de otras naciones puede ayudar a resolver estas aristas y a zambullirse de lleno en el viaje. Por ejemplo, aunque creemos que prima la superficialidad y el culto al dinero, Estados Unidos es uno de los países más comprometidos con el apoyo familiar.
También se les caracteriza por entablar fácilmente conversación o por agradecer cualquier acto. Lo mismo ocurre, en el mismo continente, con los cubanos, que desplegarán todas sus artimañas, a pesar de las limitaciones, para echar una mano al vecino. O en Ecuador, donde no tardarán en hervir un cazo con agua y elaborar un chocolate a la taza como gesto de generosidad y como muestra de su orgullo en este oro negro.
En Europa, por ejemplo, se estilará la sobremesa italiana, acompañada de una apasionante chiacchierare o charla. En Alemania te explicarán lo que significa el gemütlichkeit, o la sensación de estar a gusto en compañía de otros. Y en España, cómo no, se bendecirán las propiedades de la siesta, ese sueñecito reparador después de la comida.
Nadie se olvidará, claro, del pole pole africano, esa manera de solicitar relax ante cualquier situación y de impregnarse de los ritmos de la naturaleza. Esa armonía con el entorno también se promueve en China, donde juegan con el término qi o una misteriosa energía que se manifiesta si existe una adecuada correlación de viento y agua o feng-shui.
Algunas de estas palabras orientales ya caminan de boca en boca sin extrañeza, como las terapias de ayurveda indias, la liberación de chakras o el famoso karma. Hay otras, no obstante, que cuestan más. Tanto pronunciarlas como llevarlas a cabo. En Nueva Zelanda, por ejemplo, se denomina kaitiakitanga a la responsabilidad de respetar la tierra, de mantener un ecosistema saludable donde cosechar o vivir. Y en Japón tienen como parte de su médula espinal el omoiyari, una teoría que engloba muchas de las doctrinas anteriores: ser hospitalario, confiar en el prójimo, vislumbrar la belleza en hechos cotidianos o intentar reducir los residuos.
«La manera más sencilla de describir el omoiyari es la de anticiparse a las necesidades de los demás, pero de un modo altruista, llevado por la empatía sin esperar una recompensa ni nada a cambio», escribe Erin Niimi Longhurst, autora británico-japonesa, en un libro dedicado a este arte.
«Para cuidar a los demás, primero debes cuidarte a ti mismo. Para anticiparte a las necesidades de los demás —para empatizar— debes aprender a reconocer los sentimientos dentro de ti y a entender qué es lo que te motiva», añade esta escritora, autodefinida como «cínica» antes de hablar de la compasión, del efecto positivo de dejar partir lo dañino, de reutilizar en lugar de consumir o incluso de reajustarse a cada coyuntura para sortear la frustración.
Niimi Longhurst también se hace eco de varios proverbios japoneses. Entre los más universales están el que sostiene que «hay que conservar el pasado para entender el futuro» o el de que «un largo viaje comienza con el primer paso». También se refiere al que espeta: «Si pierdes la paciencia, pierdes el espíritu». Una máxima que cala últimamente en otros lares gracias a disciplinas como el yoga o la meditación. La búsqueda de desarrollo personal, de hecho, se ha expandido por Occidente y empieza a ser una asignatura troncal de las personas.
[pullquote] «Si entendemos el bienestar como la manifestación de un estado de ánimo, cada cultura lo encuentra por mecanismos diferentes, como diferentes son las formas de relacionarse entre ellos»[/pullquote]
Basta un ejemplo: Elena Gómez, creadora de Escuela de Transformación, una comunidad online de «meditadores y personas que buscan crecer y despertar espiritualmente», sintió su propia transformación hace un lustro. En 2017, tras un viaje a Cuba, fue consciente de que «no estaba viviendo la vida que quería». Durante 15 años había desarrollado su carrera profesional como periodista y, afirma, «había llegado donde quería». En el camino, sin embargo, se «había perdido»: «Vivía en el bucle de la actualidad informativa.
Me despertaba y me iba a dormir todos los días con las noticias. Eso me llevó a perderme en mi cabeza, a vivir con estrés crónico y a no dormir», razona. Su viaje a Cuba, asegura, supuso un contacto no solo con la naturaleza de la isla, sino también con la naturaleza de su propio ser. «Descubrí que la vida es simple cuando estás presente y agradecido. Eso lo aprendí de los cubanos», rememora. Al volver de esta isla caribeña, Gómez decidió formarse como maestra de yoga y meditación. En pocos años, desarrolló su marca personal y su negocio, y ahora vive de lo que le apasiona: «ayudar a otros a conocerse».
Ignacio Estaún, director del gabinete Psicología y Bienestar en Madrid, ve en estas lecciones no tangibles la raíz para conectar con el entorno. «A mi juicio, la palabra bienestar es un concepto que permanece estable en las diferentes culturas humanas, y que en la nuestra está íntimamente relacionada con dos situaciones. Por un lado, el estado de armonía emocional con nosotros mismos, con nuestros semejantes más cercanos y con el medio en el que estamos. Por otro, las expectativas positivas que se generan como consecuencia de ese estado», explica. «Si entendemos el bienestar como la manifestación de un estado de ánimo, cada cultura lo encuentra por mecanismos diferentes, como diferentes son las formas de relacionarse entre ellos».
«Nuestra cultura, por ejemplo, tiene la tendencia a mostrarse expansiva y comunicativa. La pandemia ha contribuido de manera brusca a cambiar nuestra forma de relación con el medio y nuestros semejantes, forzándonos a reducir drásticamente nuestra interacción», reflexiona Estaún sobre el momento actual, «lo cual ha perjudicado a nuestro estado de ánimo, tensionando en muchas ocasiones nuestras escasas relaciones sociales. Pero algunas personas han buscado a través de diferentes estrategias a su alcance volver a encontrar esa armonía interior que está en la base de todo estado de bienestar».
Para lograr esta mejora, pueden servir estas enseñanzas procedente de la sabiduría de las culturas de cada rincón del mundo. Esa diversidad de visiones sobre la realidad que complementa cualquier aventura, fuera de los museos o las terrazas con menú multilingüe. Porque, a veces, como canta el grupo puertorriqueño Calle 13, «no se necesita plata pa moverse, necesitas onda y música cachonda».
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