«No soy nadie… o mejor, soy tu sueño hecho realidad. Para decirlo rápido, soy los nuevos zapatos de papá o unas cortinas de terciopelo». Morley Musick habla de forma críptica pero el cinismo surrealista de sus frases encierra verdades a medias. Morley no parece tomarse muy en serio a sí mismo, pero las apariencias engañan.
Este escritor americano tiene 20 años y dirige una revista literaria, YUNG Magazine, que ya ha llamado la atención de medios como el New York Times o Quintatinta. La premisa es la juventud de sus integrantes (todos tienen menos de 21 años) y los temas a tratar van desde cómo hacerse un bolso con una pizza hasta ensayos sobre la mendicidad, o la diferencia entre el hipertexto y la escritura tradicional. Todo ello trufado de referencias a Kanye West o Mark Zuckerberg y jalonado por ilustraciones y fotografías que podrían nutrir el Tumblr de un adolescente con ínfulas artísticas. Postmodernismo encuadernado.
Morley es un tipo original pero cuando terminó el instituto tuvo una sensación común: la de haber estado desperdiciando su tiempo en trabajos sin sentido. Sospechando que la universidad iba a ofrecerle más de lo mismo, Morley apostó por hacer algo propio, apostó por «un trabajo real, fuera lo que fuera lo que eso significara». Así que hizo prácticas en un par de revistas, aprendió, tomó nota, y decidió lanzar la suya. Tenía algo que contar, tenía ganas. Pero no tenía dinero, y lo más importante, no tenía con quién hacerlo.
Sophie Stein lleva recitando versos de memoria desde sexto de primaria. Esta chica de 19 años es una auténtica obsesa de la poesía, pero no se contentaba con memorizar lo que otros habían escrito, quería publicar su propio material. Stein era vecina de Morley, ambos iban al mismo instituto, pero no fue hasta el último curso cuando empezaron a hablar. Hoy Stein es la ejecutiva jefe de YUNG magazine.
Los inicios fueron complicados. Morley decidió contactar «con un montón de gente con talento» y hablarles de su proyecto. Un año sabático en Nueva York ayudó bastante a que el proceso fuera germinando y ganando apoyos. Poco a poco, firmas, pinceles y objetivos de todo el país fueron sumándose al embrión de YUNG.
El requisito indispensable era ser joven, algo que decidieron mantener hasta sus últimas consecuencias. YUNG no solo está escrito por menores de 21 años; nadie que pase esa barrera de edad puede formar parte del proceso de creación: ni supervisores, ni jefes, ni maquetadores.
«Cuando los adultos tratan de crear un espacio abierto para la exploración artística, acaban imponiendo su criterio a la gente más joven», justifica lacónicamente Morley. «Se da por sentado que solo los adultos pueden hacer un producto de calidad, pero obviamente no es así» añade la diseñadora Caroline David. La revista se fraguó sin experiencia y sin dinero. Con estas premisas, el lector que se acerque a YUNG puede hacerlo pensando que se trata de una revista amateur, pero hay una palabra que describe mejor las 52 páginas que componen su primer libreto: ‘libre’.
Este adjetivo cobra importancia en la segunda entrega y promete ser el sentimiento que presida la tercera, aún en fase embrionaria. «¿Será mi revista financieramente viable? ¿Nos tomará la gente en serio? ¿Cómo puedo conseguir más tráfico para mi web?» Morley se hace estas preguntas de forma retórica, sabiendo que a él no lo atormentan, que son preocupaciones periféricas que no lo distraen del problema principal. YUNG no tiene un solo anuncio entre sus páginas, solo obtiene dinero con la venta y las aportaciones desinteresadas de los lectores.
«Ninguno de nosotros espera obtener dinero de esto», aclara Morley, «así que tampoco hemos invertido nada en ello». Este espíritu altruista no solo determina la cuenta corriente de los creadores de YUNG. También su forma de trabajar, sin ataduras sí, pero también sin recursos. Estudiando de día y trabajando de noche, 18 adolescentes americanos consiguieron crear algo que muchos editores persiguen y que pocos logran: una revista auténtica.
Lanzar una cabecera en plena crisis del sector supone un riesgo, a pesar de que los motivos que te muevan a ello no sean simplemente económicos. Sin embargo, esta pléyade de escritores y artistas no tiene miedo ante lo incierto del negocio.
«No creo que las revistas estén muertas o que el periodismo lo esté, ni siquiera creo que vaya en esa dirección», declara convencido Morley. «Simplemente parece que el viejo modelo de esta industria no está permitiendo sacar dinero como antes», resume. «Hay un montón de pequeñas publicaciones que simplemente salen al mercado por amor al arte, no por el dinero», completa Diego Rodríguez, editor fotográfico de la revista. El periodismo no va a morir, va a reinventarse.
YUNG no se parece para nada a una revista juvenil al uso. No habla sobre moda ni da consejos psicosexuales. Esta hecha por adolescentes, pero no es una revista de adolescentes. La literatura y el arte son sus dos principales bases. «Nuestro objetivo principal es alejarnos de los clichés de la literatura adolescente que se suele limitar a temas como las rupturas y a la épica pérdida de la inocencia», resume convencida Stein. «No es que estas cosas no sean importantes, es simplemente que hay muchos más temas y nos gustaría verlos en una revista».
El primer número de YUNG tiene como tema central algo tan vago y disperso como ‘salir por ahí’. El segundo iba a centrarse en las montañas, pero las plumas de estos jóvenes escritores volaron alto y fue difícil enjaularlas en un tema concreto. Nadie sabe sobre qué versará la tercera entrega, pero sí parece que será la última, o una de las últimas, con Morley al frente.
El tiempo pasa y este escritor de 20 años se desliza inexorablemente al límite de edad que él mismo puso para escribir en su cabecera. Una ironía que poco parece importarle a Morley. «Con suerte para entonces tendré suficiente dinero para retirarme. Ya he tenido un par de ofertas de grandes empresas para comprarme la revista. De aquí a un año estaré en Mónaco, bebiendo cócteles de la boca de un pelícano». Es entonces cuando el cinismo surrealista de Morley alcanza cotas muy altas, y el lector se pregunta cuánto de verdad encierran estas palabras.
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