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Lo que se puede aprender de un gulag

Cuando el país que acababa de nacer y que se había bautizado como URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) despertó del sueño feliz de la revolución, el dinosaurio del poder, aunque con otra cara y otro nombre, aún seguía allí. Solo había mutado la piel y ventilado el nido para seguir devorando la voluntad de su pueblo. Ya se sabe, hacer que todo cambiara para que nada cambiara.

El dinosaurio se llamaba Stalin y dedicó gran parte de su mandato a limpiar el país de enemigos de la patria, disidentes y críticos con su gobierno y su dictadura. Exministros, sacerdotes, poetas, novelistas, periodistas o personas normales que, a pesar de haber apoyado la revolución, tuvieron el desacierto de esbozar una mínima queja sobre la forma de gobernar del dictador.

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A muchos de ellos los eliminó sin contemplaciones en unos casos y en otros, los recluyó en terribles campos de trabajo a los que se conocía como gulags.

A uno de esos gulags llegó el escritor ruso Varlam Shalámov en 1929. Sería su primer arresto, acusado del delito de haber tratado de difundir el testamento de Lenin, texto en el que el revolucionario ruso criticaba el carácter dictatorial de Stalin, y por el que pasó tres años confinado en un campo.

Hilando condenas por actividades troskistas contrarrevoluionarias e intentos de fuga, Shalámov permaneció recluido en estos campos de trabajo durante casi 20 años. Consiguió sobrevivir, si por ello se entiende que salió con vida de tan tremendo castigo.

La terrible dureza de su vida en aquellos centros de internamiento acabó con la ilusión en su vida. Las fotos que se conservan de él muestran una mirada fría, dura, sin ninguna fe en el género humano. Ninguna lección podía extraerse del paso por un gulag.

 

Ficha policial de Varlam Shalámov en 1937
Ficha policial de Varlam Shalámov en 1937

 

 

Lo único que aprendió, dijo alguna vez, fue a llevar y cargar una carretilla. Aunque la realidad era otra y la enseñanza que extrajo de su experiencia era en realidad tan terrible que asustaba decirla en voz alta: la confirmación de la mísera y depravada condición humana.

El testimonio de su paso por los gulags rusos quedó plasmado en su obra Relatos de Kolimá, una cruda y descarnada descripción de cómo era la vida en esos lugares, dividida en seis volúmenes publicados en España por la editorial Minúscula. En el último de ellos, el titulado Ensayos sobre el mundo del hampa, se trascribe un manuscrito del escritor ruso en el que resume en primera persona y en 45 puntos Qué he visto y comprendido en los campos.

El frío siberiano había calado tan hondo en su ser que hasta sus palabras, sin adornos, sin adjetivos tremendistas, se convertían en hirientes y afiladas púas de hielo.

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Varlam Shalámov
Varlam Shalámov

¿Qué era un gulag y cómo se vivía allí?

Para entender estos 45 puntos es necesario conocer algo más de los campos de trabajo de Stalin.

Gulag (o GULAG) es el acrónimo en ruso de Dirección General de Campos de Trabajo Correccional y Colonias, una rama del NKVD que dirigía el sistema penal de campos de trabajos forzados y que estaba dirigido por la policía de la Unión Soviética y por la KGB. Oficialmente se creó en abril de 1930, aunque ya existían en época de los zares, y se disolvieron en enero de 1960.

En los gulags sobrevivían en las peores condiciones presos políticos, pero también reos comunes. Personas, hombres y mujeres cuyo único delito era haber sido acusados de actividades contrarrevolucionarias por falsas denuncias de vecinos envidiosos, convivían con asesinos y ladrones.

La moral y la dignidad humana acababan trituradas por el sistema de campos de concentración soviéticos, donde la vida no importaba nada y lo único que imperaba era la ley del más fuerte.

De hecho, el control del resto de presos se dejó, en muchos casos, en manos de esos delincuentes comunes que acabaron convirtiendo aún más, si cabía, en pozos de corrupción los campos de trabajo. Gente que vendía a sus compañeros y los entregaba a la muerte solo por obtener algún pequeño beneficio o por un mendrugo de pan más.

En las zonas más inhóspitas de Siberia, millones de personas fueron obligadas a trabajar forzosamente en las minas y en la construcción de canales y redes ferroviarias, según dictaba el empeño de Stalin de impulsar la industrialización de la URSS empleando para ello la mano de obra gratuita de los presidiarios.

Los gulags desempeñaron un papel fundamental en el acondicionamiento del enorme territorio ruso, con grandes regiones desérticas. Los Urales, Siberia y el norte del país eran zonas muy ricas en recursos naturales, pero sin población. Aquellos presos, políticos y comunes, fueron llevados allí como los primeros colonos y repobladores.

En Magadán se encontraba el mayor centro administrativo de gulags de la antigua Unión Soviética. Allí se decía que los inviernos duraban doce meses. La nieve lo cubría todo y el frío era insoportable. Hasta esa región de Siberia se trasladó como a animales a millones de presos procedentes de Ucrania, Lituania y otros países.

Apenas había alimentos. Hambre, miseria y un clima terrible con temperaturas de más de 50 grados bajo cero marcaban el día a día de los habitantes de los campos de concentración rusos. Interminables jornadas de trabajo, enfermedades, golpes, torturas físicas y psíquicas eran la norma en esos lugares.

Hay testimonios de presos que contaban que cuando uno moría, se tardaba en alertar a los guardianes para seguir recibiendo sus míseras raciones un par de días más. Incluso se usaban los cadáveres para aislar los muros del intenso frío que se colaba a través de ellos.

No hay cifras ciertas sobre la cantidad de gente que pasó por aquellos gulags. Según el investigador Robert Conquest fueron 14 millones de personas. Hay fuentes que hablan de más de un millón de muertos durante toda la historia de los campos de trabajo rusos, pero otras creen que fueron muchísimos más. Los campos de trabajo se convertían en campos de exterminio, aunque paradójicamente no era ese su fin, sino el de proporcionar mano de obra gratuita para el progreso de la nación soviética.

El sueño de la revolución se convirtió en pesadilla para millones de rusos. Muchos de los que sobrevivieron al gulag jamás volvieron a sus lugares de origen y permanecieron en la inhóspita Siberia. Quizá por una especie de síndrome de Estocolmo, quién sabe. O porque quienes fueron arrancados de sus lugares de origen ya no existían. Habían muerto en los campos y sus cuerpos eran solo sombras zombis que se empeñaban en seguir viviendo.

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