Hemos vivido decenas de campañas llamando a tener cuidado a la hora de compartir información en la Red, hemos visto a políticos dimitir por fotos o vídeos difundidos por internet, errores en redes sociales que han costado disgustos en la vida real, incluso a compañías tecnológicas dando nuestros datos a los gobiernos que los piden. Pero el problema es mucho mayor: literalmente estás en pelotas.
Es lo que hay o, mejor dicho, es como funciona el mundo actual. No es por ser alarmistas ni tecnófobos, pero seguramente no tengas ni idea de la cantidad de información tuya que circula por ahí, aunque intentes ser el más cauto del mundo. Porque aunque tú no des información voluntariamente, otros pueden darla sobre ti, o usar la que tienen.
Primer ejemplo: tienes un iPhone o un iPad. Como tú, varios millones de personas en el mundo. De hecho, no importa si lo tienes o lo tuviste, pero para activarlo tuviste que entrar en la AppStore y, para ello, tuviste que dar tu número de cuenta. Hay mucha gente que lo dio para hacer compras, lo cual es el negocio evidente. En concreto, 5.000 millones de dólares gastados en la AppStore en 2013, que ya es.
Pero lo gordo no es el dinero, es lo anterior.
En enero de 2013 Apple contaba con más de 500 millones de usuarios activos en su AppStore, ahora superan los 650 millones, según las estimaciones. Es decir, unos 650 millones de usuarios que han pagado una media de 400 dólares por terminal (siendo generosos), lo que supone otro enorme bocado de dinero.
Pero, insistimos, lo gordo no es el dinero, es lo anterior.
La cuestión es que si para entrar tienes que dar tu número de tarjeta… ¿tiene Apple en su poder 650 millones de números de tarjetas de crédito? Seguramente no tantas, pero aunque fueran la mitad es un número que multiplica a los datos bancarios que cualquier entidad pueda tener sobre la faz de la tierra.
Un número de tarjeta por sí solo no puede hacer demasiado, al menos a priori. Pero ¿qué pasaría si lo combinaras con algún tipo de información personal, única, intransferible y que consta en las identificaciones oficiales de los gobiernos de casi todo el mundo como, por ejemplo, la huella dactilar? Exacto, el último iPhone presentado hasta la fecha, el iPhone 5S incluye un sistema de desbloqueo mediante huella dactilar que, según aseguran, es únicamente local, es decir, la información sacada de tus dedos no se envía a servidor alguno, se queda en tu móvil y está encriptado.
¿De cuánta gente hablamos? Complicado saberlo porque Apple no es muy amigo de dar detalles sobre las ventas, pero en el cuarto cuatrimestre del año pasado (en el que el iPhone 5S se puso a la venta, por lo que solo computó en las últimas dos semanas del periodo) se vendieron 33,8 millones de iPhones (los 5S y los anteriores), y en el primer cuatrimestre de este año se han vendido 51 millones más (de nuevo, de todos los tipos, incluyendo el también nuevo 5C, pero cabe pensar que gran parte de esas ventas son de los 5S).
Pongamos que el número de iPhones 5S vendidos son 20 millones, que serán muchos más: 20 millones de usuarios han dado a Apple su número de tarjeta y su huella dactilar
Segundo ejemplo: las malditas ‘wearables’. ¿Qué demonios es eso? La última moda tecnológica: dispositivos que se llevan puestos como una prenda de ropa, que son inteligentes y que median entre nosotros y otros dispositivos tecnológicos, ya sea un smartwatch que nos informa de lo que pasa en nuestro móvil o en nuestros dispositivos domóticos en casa, ya sea un anillo que registra nuestros movimientos. Son lo más del momento, en lo que todas las compañías del sector tecnológico trabajan ahora mismo.
¿Y qué tienen en común? Dos cosas. La primera, que todos estos dispositivos hacen una cosa: un seguimiento de nuestra actividad ‘deportiva’, aunque sea caminar, y nos lo venden como elemento motivacional para una vida sana: cuántas calorías has quemado hoy andando (o haciendo deporte), cuántas horas has dormido o, si se lo facilitas, cuánta agua has bebido, cuánto pesas y mides y demás. La segunda: que, de momento, nos cansamos pronto de la moda. Según a quién preguntes, un 33%, un 50% o un 55% de los usuarios dejan de usar estos dispositivos en poco tiempo.
Al menos esto será así hasta que, se supone, Apple revolucione el sector cuando lance su apuesta por el tema. Por lo pronto, el nuevo sistema operativo que presentan en septiembre se centra precisamente en la información sobre salud. Siguiendo los datos anteriores, imagina lo que supondrá que (al menos) dos decenas de millones de personas compren un dispositivo que monitoriza hasta su ritmo cardíaco, sumando esto a los millones de personas que ya usan dispositivos de este tipo y no se han cansado de ellos (móviles de última generación, smartwatches, fuelbands, pulseras y demás).
En total, muchos millones de personas compartiendo parte de su historial clínico con grandes tecnológicas.
Tercer ejemplo: lo que ya sabíamos hasta ahora, que para Facebook y Google el producto eres tú. En el ámbito comercial, cuando alguien te regala un servicio es porque el producto eres tú. Es decir, ¿de dónde saca el dinero Facebook si es gratuito y nadie paga por usarlo? De lo que pagan por ejemplo los anunciantes para lanzar sus campañas a un público segmentado al detalle gracias a la información que tú mismo compartes. ¿Quieres mandar un anuncio a chicas de entre 19 y 22 años que vivan en Sevilla y estén estudiando en una universidad andaluza? Facebook puede y no cobra una barbaridad por ello.
Porque las tecnológicas, además de vender aparatos (hardware) y programas o aplicaciones (software), viven de ti. Mejor dicho, de lo que tú les das. Facebook sabe quién eres, cómo eres, quiénes son tus amigos, qué piensas, dónde vas, dónde querrías ir, qué cosas (libros, música, programas) te interesan, dónde has estudiado, quién es tu familia y un montón de cosas más. Sin salir de la empresa, WhatsApp vincula tu número de móvil, tu nombre y tu fotografía ante los ojos de cualquiera que use sus servicios. Y eso por no hablar de Google, que sabe qué buscas, en qué páginas navegas…
Añádele a todo ello lo que haces con los servicios que utilizas: los blogs o webs que lees o a los que estás suscrito, los correos que escribes y recibes, la geolocalización de tu móvil, los check-in de Forsquare, tus ideas en Twitter, tus alertas, tus marcadores…
Todo esto, la información que compartimos, no es nuevo. Pero lo primero sí. Y sí, son compañías diferentes, con contratos de privacidad (que nadie leemos), que se adueñan del contenido que les damos (tus fotos dejan de ser tuyas y pasan a ser suyas). Piensa, por un momento, en que esos datos se combinaran para dibujar un vivo retrato de ti, desde lo que piensas hasta lo que te gusta, desde tu número de tarjeta y tu huella dactilar a qué tal es tu salud.
Y en todo lo que los demás comparten de ti: si cuelgan vídeos, te etiquetan en fotos o ese proyecto universitario o esa multa que salen publicadas y, al buscar con tu nombre, aparecen.
¿Verdad que ahora te importa un poco menos que alguien pueda encontrar alguna foto tuya comprometida? Eso es un problema, pero es el menor de todos. Bienvenido a 1984 treinta años después.
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