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Lola Flores habría hecho ‘stand up’

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«Lola Flores para mí era comedia», dispara Patricia Galván a bocajarro. Llegó un momento, reflexiona la humorista jerezana, en que verla actuar brindaba una experiencia única, pero la gente también quería escucharla. En otras palabras: si Lola Flores viviera hoy, no cabe duda de que hubiera cantado copla y bailado. Habría sido la más flamenca del mundo, acaso la mejor, «¡pero también habría hecho stand up!», exclama Galván con delectación.

Quién sabe. Igual la Faraona luciría radiante en el cartel de El Club de la Comedia. Porque su arte, que trasciende lo puramente musical, la convierte en un referente sin réplica. Su espontaneidad vigorosa brotaba como los almendros en primavera. ¿Quién no ha proclamado alguna vez con sorna aquello de «Si me queréis, irse»? Era la reina del meme y los gags virales antes de que existieran Instagram, TikTok o Twiter.

El imaginario colectivo, sin el eco infinito de las redes sociales, guarda momentos tan hilarantes como aquel vídeo en el programa La clave de TVE, allá por 1984, donde crea un remate cómico más propio de un especial de Netflix: «Cuando salgo al teatro o hago una gala, la bata de cola mía no me la quito ni queriendo… Y moriré con ella. No en el escenario, por supuesto, haré lo posible pa que no; pero a lo mejor pido que en la caja me la metan… ¡la bata de cola!». Risas en el plató.

«El brillo de los ojos no se opera»

«Lola Flores es pellizco y verdad. ¡Eso lo tienes que poner!», subraya Olga Baeza, directora del programa A compás de Radio 5 (RNE). Ante esta tesis —casi doctoral— acerca de la personalidad inimitable de la artista andaluza, la periodista evoca otra de sus frases para la posteridad. Una suerte de aforismo que define muy bien la autenticidad de Lola Flores: «El brillo de los ojos no se opera».

Y, apostilla Baeza, «ella es precisamente ese brillo de los ojos que no se opera: que lo tienes o no lo tienes». Porque su energía arrolladora en el escenario, sobre las tablas, se percibía también a pie de calle, en el día a día de sus declaraciones. De ahí que ella misma fuera proveedora de scketches con una facilidad pasmosa. 

Como apunta Tomasito, otro icono flamenco y pupilo aventajado, «Lola Flores tenía gracia natural, totalmente. Lo dicen Lolita, Rosario, quienes la conocieron. Y tenía temperamento, fuerza, garra. ¡Le salía todo!». Iba de frente con poderío. Un ciclón. El duende libérrimo.

En una entrevista mítica en 1990 con Jesús Quintero en Qué sabe nadie, reconocía su relevancia en la historia de España y Latinoamérica, pero alegaba con cierta humildad: «No soy diva de andar por el mundo como una diva».

Pero basta navegar en el archivo inabarcable de Google para enlazar horas y horas de Lola Flores y quedar cautivos de su desparpajo, la seguridad en sí misma, el carácter indomable o la mirada vívida y azabache. Como añade la especialista en danza Olga Baeza, desprende «una verdad absoluta». Un ‘soy así y así me tienes que querer’ que no todo el mundo consigue.

Ese ‘yo no me parezco a nadie: yo soy yo misma; y piso así; y muevo estas manos de esta manera, sin subir mucho los brazos, agarraíta al codo’. Un ‘porque yo lo valgo’ de manual, honesto, sincero y tan natural como aquel episodio célebre, cuando se le cayó un pendiente de oro durante una actuación en Madrid y detuvo su baile, aclaró lo que pasaba y espetó al público: «Ustedes me lo vais a devolver porque mi trabajito me costó». Sin filtros.

Porque, como sentencia Lolita en el reciente documental titulado Lola, «ya era Faraona desde que su madre la parió». Y eso fue el 21 de enero de 1923. Nacía un mito irrepetible.

¡Pero no se la pierdan!

El periodista Manuel Moraga, conductor de Tiempo flamenco en Radio Exterior (RNE), redunda en la idea de esa naturaleza sin igual de Lola Flores. Porque hay muchos artistas que encumbran la disciplina a la que se dedican, «pero otra cosa es ser artista y dominar el escenario y la comunicación con el público. Eso es ser artista. Y Lola lo era dentro y fuera del escenario».

«Era artista en la vida; lo tenía todo». Y ese carácter, sostiene, «es lo que marca la diferencia». El de Lola —más potente «que Chernóbil», parafraseándola de nuevo— no admite comparación. «Se ha dicho mil veces aquello de «No canta, no baila, ¡pero no se la pierdan!». Y entonces qué quedaría. El carácter. Ese don de saber ser artista», arguye el divulgador.

«Me quieren imitar y es imposible porque yo no sé lo que voy a bailar cuando salgo a la escena», comentó en alguna ocasión la de Jerez de la Frontera. Y sin perder el brillo de los ojos: el que no se opera. De ahí que todos los intentos por parodiarla a lo largo de los años, incluso entre humoristas excelsos como Martes y 13 o grandes cantantes en programas como Tu cara me suena, no toquen del todo la cima. Porque aquí también la realidad supera a la ficción. Y la divinidad de Lola Flores se apodera hasta de la comedia.

El coraje —y la guasa— de vivir

Ella se lo guisó y comió sola, hablando a cámara sin que nadie le preguntara en El coraje de vivir. Fue quizá la primera en crear en la tele un reality donde regalaba sus experiencias con «dolor y verdad», las claves, según los maestros del género, de un buen monólogo.

«Podría contar millones de cosas que me motivan de Lola Flores y que me hacen sentirla como la artistaza que era», señala la cómica Patricia Galván. «Los cómicos siempre insistimos en que la comedia es dolor y el dolor es verdad. Porque ahí, en la verdad del dolor, reside la comedia. ¡Y Lola era completamente transparente en este sentido!», exclama.

Con el arte se nace. El arte no se puede copiar. «Puede haber millones de falsificaciones, pero hay gente muy particular: como Lola», afirma Galván, paisana de ese lugar que alumbra tanto duende: Jerez de la Frontera, Cádiz.

«Y luego hay detalles muy característicos de ella que vienen del pueblo gitano, de un sitio muy específico: el barrio de San Miguel, de donde era Lola». Ahí se estilan los trabalenguas asombrosos, ese modo de rapear, el soniquete que también popularizó Lola Flores.

«Es la comedia de la gente de Jerez, la calle, el arte flamenco. Se lo he visto hacer a mi abuela toda la vida», rememora Galván. «Yo le decía: «Abuela, ¡qué guapa vas!». Y se arrancaba: «¡Escúchame! Guapos son los gatos, los gatos beben leche, la leche sale de la vaca, las vacas se acuestan con los toros… ¿Tú qué me estás llamando? ¿Cornuda?». Así, tal cual, del tirón, sin anestesia. Como si fuera fácil».

Inimitable y monologuista innata

Lola Flores escribiría el guion perfecto para hacer stand up comedy. Porque el chiste emerge de la sorpresa, del drama volteado y la exageración y el giro copernicano y la incongruencia. Pero también de la teatralidad. «¡Y cómo lo cuenta todo! ¡Es que es arte puro! ¡Cómo no va a ser inimitable!», concluye Patricia Galván.

Cuenta la leyenda que hasta las mentiras las convertía en verdad. La Faraona sorteó polémicas incómodas tirando de gracejo, abordó el sexo sin tapujos, probó los porros «y la coca también» y, como nos recalca Tomasito, siempre lograba «que con solo verla te vinieras arriba».

Un torbellino comunicativo con mucha guasa. «Le encantaba que le tocara el silbido con bulerías. Me agarraba haciendo compás. Y si se me olvidaba mientras grabábamos, me hacía el gesto del silbido por detrás de las cámaras y se reía sin parar», apostilla.

Porque todas las personas que la han visto o admirado destacan su vitalidad, su transgresión, los chascarrillos y ese acento del sur —como en el anuncio de la cerveza andaluza protagonizado por un holograma de Lola Flores— que es «la forma con la que te llenas el pecho de alegría».

La mismísima Rosalía, como confiesa en el documental Lola, siente que aún queda muchísimo por descubrir y aprender del mito. Por ejemplo, y valga la licencia, que si hoy viviera, esta monologuista innata saldría a actuar con su sempiterna bata de cola y sería habitual trending topic en El Club de la Comedia. Pura imaginación.

Y sí, nos la metería siempre doblá… La broma ¡y la bata de cola!

Jorge García Palomo

Periodista y comunicador.

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