Lory Money sonríe hasta en la hora de la siesta. Dice que esa sonrisa a libre disposición fue la que le permitió superar los baches y ser hoy un tipo conocido para gran parte de un país. De Senegal a una patera, de la patera al top manta y, de ahí, a estrella de Youtube con más de 200.000 seguidores y millones de visitas en sus vídeos. Integración a golpe de clic.
Se llama, realmente, Dara Día, nació en Senegal y es experto en conseguir un efecto que podríamos bautizar como síndrome de Chiquito de la Calzada: o sea, una capacidad de inocular en el cerebro de la población expresiones extrañas que no poseen en principio una comicidad genuina, pero que, al llegar teatralizadas, burlescas, casi mofadas de sí mismas, se hacen irresistibles y adictivas.
«Ola k ase», «ajoaceite nena», «pa k kieres saber eso», «flow», «suaj», «tiene money, tiene cash, el pequeño Nicolás», y así. La historia comienza en Senegal. «Antes de venir, hacía rap en mi país, con los demás jóvenes, cantando en la calle. Allí la gente escucha mucho rap». Pero no fue la vocación artística lo que le trajo a la península. En aquellas tierras, las pasiones están obligadas a reducirse a lo terrenal.
«No hay trabajo ni dinero; quien tiene trabajo es por suerte y porque tiene familia que se lo puede dar, si no, no tienes una oportunidad. Piensas en el mañana y no ves futuro delante». Entonces arrancó la andadura que llevó al hoy icono del cachondeo virtual a ser uno más de esas imágenes vergonzosas que vemos en la prensa cada semana.
Conoció a alguien que le dijo que le podía llevar a España en patera. «Mi sueño de joven era ir a Estados Unidos, pero el visado es difícil, no te dan nada». Sabía poco de España, pero algo conocía: en los televisores del país africano se emitían imágenes, por ejemplo, de las Fallas. España, para él, simplemente, era el extranjero, Europa, y «Europa era un paraíso donde la gente vive de lujo».
«Los vecinos de tu barrio que venían de allí llegaban con coche, con dinero, te saludaban y te daban 10 o 20 euros: toma, esto para ti. Entonces te motivas», recuerda. El viaje en patera duraría tres días (le mintieron) y le costaría mil euros (ahí no le mintieron). Pidió el dinero a su madre, «ya sabes cómo son las madres», y se lo dio. La decisión final fue un órdago a sí mismo: «Mira», se dijo, «si hay suerte y llego, pues adelante; si no hay suerte, Dios manda y hace lo que hace».
En su cabeza se esbozó un esquema. «Salgo el lunes, llego el miércoles y el jueves empezaré a trabajar y tendré dinero. Esto es un lujo», y se ríe otra vez. Se subió a la embarcación y al segundo día de trayecto se arrepintió. «Tenía un miedo que flipas». Fueron ocho días sentados, casi en la misma postura. «Estabas dentro del mar y no sabías dónde, la gente gritaba para volver, otros para seguir adelante. Éramos 80 personas».
Llegó a España. Durmió algunas noches en la calle. Acabó vendiendo gafas por la calle. En una charla de TED, contó que quienes les suministraron el material le dijeron que aprendería tres idiomas que, al final, resultaron ser tres palabras: «Gafas diez euros».
Pasó a ser mantero. Un compañero le enseñó cómo funcionaba el negocio y, sobre todo, cómo escampar en cuanto viera aparecer las luces azules de la policía. Ese detalle, el de recoger los bártulos y salir corriendo, le iba a dar el motivo para su primer éxito en Youtube. Su suerte empezó a cambiar cuando eligió un bar para almorzar todos los días. Se hizo amigo del camarero. Se hacía amigo de todo aquel que se dejara.
Le encantaba el rap. Le encantaba ponerse música en el móvil, encasquetarse los auriculares y subirse a la bicicleta. Por las tardes, se iba a un locutorio a ver vídeos de raperos. Tomaba bases y cantaba encima. Su amigo del bar descubrió su afición a la música y le propuso grabar algo.
Santa Claus nació de esa propuesta. Lo grabó sin más ambición que divertirse. Él en principio fue reticente porque no tenía cámara ni sabía de montaje. «Estaba en la calle, no tenía para comer; cómo iba a sacar un vídeo». Lo hicieron con el móvil, a lo cutre. El atrezo fue made in China. «Le pedí a mi amigo 15 euros y compré un disfraz de papá Noel en los chinos».
Una semana después, ocurrió lo insólito. Un viandante lo miró, creyó reconocerle y se acercó. «¿Tú eres el de Santa Claus? Hostia, eres el puto amo. ¿Nos hacemos una foto?». Recuerda que apenas sabía español y pensó que le estaban insultando.
Tres meses después, durante un domingo, le vino a la cabeza la idea de Ola k ase. Lo grabó con su amigo. A la mañana siguiente, encendió el ordenador y se encontró con su vídeo en la portada de Youtube. «Lo apagué, quité todos los cables y lo volví a enchufar para ver si era verdad». Como no terminaba de creérselo, se fue a un locutorio y volvió a revisarlo. Ola k ase seguía ahí, como un suflé, sumando espectadores.
Radios y televisiones lo acribillaron a llamadas. Decidió abandonar la manta y dedicarse a la música. Sin embargo, seguía marcado por su pasado y por su color de piel. Dos policías secretos lo interceptaron en la calle y lo detuvieron porque no tenía papeles. Money asegura que al día siguiente el Gobierno tenía preparado un avión para deportar inmigrantes y que buscaban cómo llenarlo.
Su reciente fama lo salvó. El mismo Lory Money, es decir, Dara Día, meses antes, habría acabado de regreso en su país. Eso mismo le ocurrió, según Diagonal, a su amigo Asand.
Los agentes lo llevaron a un despacho. «Había 15 policías y me pusieron mi canción y me pidieron fotos, aunque me dijeron que no lo contara». Su abogado llegó a la comisaría y demostró que Dara Día tenía actividades en España: acababa de firmar un contrato con una discográfica.
El verbo que más usa Lory Money durante la conversación con Yorokobu es «motivar». Su motivación es de gatillo fácil. Encuentra inspiración en cualquier cosa. Un ejemplo: el «ajoaceite nena». Le encantaba comer alioli. Pensaba que su elaboración era compleja, que requería varios productos y sustancias picantes. En cambio, un día descubrió la sencillez: solo necesita ajo, aceite y mortero. «Hostia, de esto hay que sacar algo», se motivó.
Gracias a su iniciativa, a su humor y a la puerta abierta de Youtube, Money logró ser reconocido como parte integrante de la sociedad. Una anomalía: para que se le estimara como a un igual, tuvo que levantar una revolución en la red, algo que depende de una alquimia complejísima en la que el azar juega un papel primordial. Él muestra un caso excepcional que no cambia el drama de la inmigración, pero que merece la pena celebrar.
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