El ingenio ha permitido al ser humano salir adelante en tiempos de crisis y de carestía. Y también le ha hecho avanzar en tiempos de bonanza, sin perder en el camino la carta de la sostenibilidad. Es el ingenio, pues, lo que nos ayuda a convertir chanclas viejas en bisagras, por ejemplo. Y, de paso, eliminar molestos residuos que no sabemos qué hacer con ellos y que solo ayudan a degradar el medio ambiente. En definitiva, gracias al ingenio, hemos aprendido a dar vida nueva a lo que ya no nos sirve.
Esa es, básicamente, la filosofía del estudio de diseño Lucas Muñoz: reutilizar, no reciclar. Y así, a lo tonto y casi sin darse cuenta, llevan ya 20 años experimentando con materiales de desecho para reintegrarlos en el diseño de interiores y espacios, para darles otra vida. Al fin y al cabo, como decía una filósofa francesa, la basura es materia fuera de lugar. Si encuentra ese lugar, ya sea en la cultura, en una estructura, en el diseño…, dejará de ser basura. Buenos ejemplos de cómo puede funcionar esa reutilización son dos de sus proyectos, el restaurante MO de Movimiento y, más recientemente, el showroom de Sancal, ambos en Madrid.
«Con 20 años hice una lámpara de bolígrafos Bic, porque era una cosa fácil y asequible, antes de que se conociese el término de upcycling —explica Lucas Muñoz Muñoz, la mente al frente del estudio—. No existía ese concepto como una fórmula de relación con los materiales más amable incluso que el reciclaje. Porque el reciclaje requiere muchísima energía; reciclar nunca debería ser la primera opción, la primera opción debería ser reutilizar; y luego ya reciclas. Porque, además, en el reciclaje se devalúa el material».
Un barco, una lámpara y un farol: maneras de reutilizar el poliespán
Con el upcycling como filosofía, ahora han vuelto la vista hacia el poliespán, ese material de embalaje, normalmente blanco, que tiramos alegremente al cubo de reciclaje, pensando en que estamos ayudando a solucionar un problema. Y no. El poliespán o poliestireno es un problema gordísimo. Según datos que el equipo de Lucas Muñoz encontró en publicaciones como Business Insider o The Economist, el 23% de los microplásticos del mundo procede de este material, y el 30% del volumen de los vertederos mundiales es poliestireno. Y lo cierto es que es un material difícilmente sustituible por otros como los micelios, ya que aún no se ha conseguido igualar sus propiedades de aislamiento, coste, ligereza y técnica. Pero rendirse tampoco es la opción.
Así pues, comenzaron un proyecto de experimentación con el poliestireno que se ha extendido a lo largo de seis años con el resultado de tres iteraciones distintas.
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«Cuando la gasolina se mezcla con el poliestireno, disuelve sus burbujas de aire, reduciéndolo a una décima parte de su tamaño original. El resultado es una masa muy pegajosa que cuando se extiende en capas finas se seca para ser un plástico sólido», explican brevemente el proceso en su web. Con esa masa moldearon un barco, un pequeño bote que conseguía flotar incluso, y que bautizaron como Napalm Boat. «Jugábamos con la idea un poco conceptual de que barcos, poliestireno y gasolina es lo que mueve la logística mundial, así que era una pieza muy simbólica», explica Lucas Muñoz.
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La siguiente experimentación con ese material dio como fruto una lámpara. Tras tres años dándole forma al proyecto, el año pasado Muñoz consiguió terminar su propia Tizio, una versión creada con el embalaje de una Tizio de Artemide, de Richard Sapper, original que compró. Para él, se trata de un homenaje al diseñador, pero también es un elemento que te lleva a cuestionarte «cuánto hace falta para que una bombilla se sostenga a 50 cm de la mesa. Yo con el embalaje te lo hago: con un cartón y con la pasta de poliestireno, no hace falta mucho más».
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A estas alturas del proyecto, ya tenían más claro cómo dominar y manejar aquella pasta que, hasta ese momento, dejaban secar al aire. Su intención era no meter ningún tipo de energía, pero se dieron cuenta de que esa energía iba a emplearse de todas maneras, por ejemplo, en el transporte del poliespán al vertedero. «Ahí entendimos que había una cierta tolerancia en cuanto a energía potencial que iba a recibir sí o sí. Así que la podíamos usar y permitía unos secados que no dependían tanto de la humedad y del clima. Un cocinado. Lo que hicimos fue crear un par de cocinados a baja temperatura y con eso conseguimos estabilizar esta nueva chapilla».
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El último experimento tiene también que ver con la luz, pero esta vez en forma del típico farol granadino, una colección a la que han bautizado como PULP (Polystyrene Upgraded Life Product) y para cuya creación recogieron todo el poliuretano de desecho que encontraron en un radio de un kilómetro alrededor de su estudio, ubicado en el barrio madrileño de Tetuán. De esta manera pudieron asegurar la trazabilidad e hiperlocalización de los materiales. Una muestra de esta particular reinterpretación de estas lámparas es la que puede verse en la exposición La línea sueña, dentro del programa Madrid Design Festival. Estos farolillos granadinos responden a una tradición de luminarias que se está perdiendo, ya que apenas quedan artesanos que conozcan el oficio.
El objetivo de PULP es convertir un material que es un desecho y una pieza clave de la industria logística en un producto de artesanía local, que cada región o país deberá adaptar a su propia cultura. Aquí, con estos faroles, pero en Italia se haría con el cristal de Murano, por ejemplo. «En resumen, es coger una artesanía local, vernácula, con una historia y una tradición local, y reinterpretarla con un material que no tiene artesanía. Porque un material que tiene artesanía lo tratamos mucho mejor».
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Y a todo el proyecto completo que engloba esas tres interacciones lo han llamado La carcasa del fantasma (The Shell of the Ghost). El nombre se inspira en un cómic japonés de los 80 del que luego se hizo un anime en los 90 titulado Ghost In The Shell. En él, se guardaba un cadáver en un cuerpo robótico, y su fantasma quedaba encerrado en esa carcasa. Ellos dieron la vuelta a la historia para crear una metáfora: «Esto es al revés, es la carcasa del fantasma. El fantasma es el mundo de la logística, que es una cosa que no puedes tocar, pero que está presente, que todos conocemos y que es parte de nuestro día a día, la logística mundial. Pero solamente vemos una pequeña punta de iceberg».
Ahí, en la conceptualización de sus proyectos, está la parte más bonita de toda su experimentación, «porque hace que las cosas tengan una serie de llaves que te ayudan a interpretarlas y que no sean solamente visuales. Son los puntos de entrada a esa pieza que la hacen más profunda por su historia y por lo que te cuenta».
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Porque debemos buscar la manera de salir de la cultura de soluciones directas en la que vivimos —prescritas y mostradas en un catálogo en el que podemos escoger cuanto necesitamos— por la cultura del apaño, la de inventarte algo con lo que hay a tu alrededor. Para Muñoz, esta cultura del apaño «es maravillosa y supersugerente. Y es como siempre hemos hecho las cosas. Es jugar con el genio local y crear función a través de los propios materiales y no de las soluciones industriales; que están muy bien, abaratan mucho, pero también son un tubo que entra por un lado y sale por el otro, y no tienen esa capacidad incluso de inspirar. Porque no solo es solucionar, también es inspirar».
¿Nos falta experimentación en el diseño en España?
A esa pregunta Lucas Muñoz no sabe bien qué contestar. Desde luego, otros países y otras culturas, como la holandesa, sí tienen una tradición más experimental en el campo del diseño. Pero en nuestro país se abren oportunidades que se pueden aprovechar.
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«Creo que España está en un sitio muy interesante, porque, al final, no tiene una tradición industrial tan bestia como tienen otros países del norte de Europa, excepto en Barcelona. Y, por tanto, nos pone en un punto de partida en el cual tampoco nos debemos a esa tradición industrial y podemos ser mucho más experimentales. La cosa es experimental ¿hacia dónde y para qué?, no por el simple hecho de serlo».
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Lo que sí está claro es el uso casi abusivo del poliuretano expandido, pero hay que pensar qué hacemos con todo eso. «Hay grandes preguntas y todos estamos de acuerdo en que ya no podemos mirar para otro lado», opina Muñoz. Porque en su opinión, «no existe aún una respuesta directa, ni nadie tiene la capacidad de responder a la gran pregunta de cómo cojones salvamos esto, pero podemos ir acotando líneas rojas y líneas verdes».