El insulto de hoy es, más que una ofensa, una gracia. No nos gusta que nos lo llamen, por supuesto. Pero cuando lo oímos en boca ajena y dirigido a otros que no seamos nosotros nos mondamos de la risa. Al menos, esta que escribe. Porque desde un punto de vista muy subjetivo –o sea, el mío-, más que insultar o describir tu aspecto se están mofando de ti.
Mamarracho es un término que se asocia al carnaval. De esto es responsable el significado primigenio que tuvo este arabismo. Basta con visitar Cádiz, por poner un ejemplo de carnaval cachondo y universal, para escuchar más de una vez que alguien va vestido de “mamarracho”.
Y no es que sea este un disfraz específico, sino que se alude –o al menos así era hace mucho tiempo- a alguien que no se había trabajado uno para la ocasión y simplemente había abierto el baúl de la abuela y se había puesto lo primero que hubiera encontrado sin ningún tipo de gracia.
Claro, que saliendo de Cádiz pero quedándonos en Andalucía, “un mamarracho de coche” por poner un ejemplo, sería un automóvil más bien… cómo decirlo finamente… mierdecilla. O sea, que no solo lo emplean refiriéndose a algo estrafalario sino también a todo aquello cuya calidad es más bien pobre.
Lo cierto es que mamarracho es un vocablo mucho más antiguo de lo que creemos. Corominas ya lo documenta en 1580 tal y como lo conocemos hoy en día. Pero su origen es anterior. Y aquí es donde acaba lo lúdico y empieza lo serio: la etimología.
El DRAE nos indica que su origen es la palabra árabe muharrig, que significaba “bufón”. Y nos da, a su vez, tres definiciones: “Persona o cosa defectuosa, ridícula o extravagante”, “Cosa imperfecta” y “Hombre informal, no merecedor de respeto”.
De muharrig salió la pronunciación muharraq, que el castellano asimiló y adaptó a su manera, como todo lo suyo. Así, surgió el arabismo moharrache, que pronto dio moharracho por la atracción del sufijo despectivo –acho. El siguiente paso en nuestro idioma fue asimilar también la raíz de mamar y sus derivados, despectivos también, como ‘mamandurria’, que tanto nos han restregado por la cara últimamente cada vez que se nos ocurre alzar un pelín la voz; y si lo unimos todo ya tenemos el resultado: ‘mamarracho’.
Puede que fonéticamente la palabra original y la derivada no tengan mucho que ver, pero sí el significado ya que el calificativo se empleaba para aludir a la persona que hacía el payaso, bien por gestos, por comportamiento o por atuendo.
Volviendo al principio, no es un insulto estremecedor, hosco ni tosco, de esos que sacan de uno lo peor y lo más violento. Pero es un insulto. Y más, sobre todo, en su forma femenina, bajo mi punto de vista. (Ahora es cuando estoy oyendo a mis editores gritarme eso de “debes hablar menos en primera persona”, pero no lo puedo resistir). ¿Por qué? A ver si sois capaces de aguantar sin pestañear que os llamen “mamarrrrrrrracha”, así, con todas sus erres, cierto tonito gay y ninguna consideración a tu género, ya sea este masculino o femenino.