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Y tú más: ¡Marrano!

Si lo tuyo es andar por el mundo hecho un Adán, con los cuellos de la camisa rozados, lleno de lamparones y oliendo a rancio, no te extrañes si alguien te lo llama y te regala una pastillita de jabón.

Obviamente, un marrano es un sinónimo de cerdo y todos sabemos que este animalito del que algunos adoramos hasta sus andares no se caracteriza por vivir, precisamente, en un entorno limpio y pulcro. Así que no es de extrañar que por extensión se lo digamos a quien no tiene la higiene como punto fuerte de su personalidad.
También es un marrano alguien grosero y sin modales «que procede o se porta de manera baja o rastrera», aclara el Diccionario de la RAE.
Pero si viviéramos en el siglo XIV o XV y te lo llamara el mismísimo Torquemada, por poner un ejemplo, no solo te insultaba: te estaba condenando a una hoguerita que ríete tú de la de San Juan. ¿Por qué? Marranos era como se llamaba a los judíos conversos que seguían practicando su fe a escondidas. Si eran limpios o no, poco importaba.
Marrano, nos dice la RAE, proviene del término árabe muharrám que significa «anatema» o «cosa prohibida», y que en árabe andalusí se pronunciaba maharram.
Covarrubias, en Tesoro de la lengua castellana, suponía que se les llamaba así a los conversos porque, obligados a practicar la fe de Cristo y a abjurar de su religión, pidieron como única condición que no se les obligara a comer carne de cerdo porque les causaba «nausea y fastidio». «Los moros», continuaba, «llamaban al cerdo de un año marrano y puede ser que al nuevamente convertido por esta razón, y por no comer la carne del puerco, le llamasen marrano».
Lo cierto es que los piadosos cristianos viejos comenzaron a usar el término cargadito de mala leche y sarcasmo para referirse a los cristianos nuevos. Y así se quedó mucho, muchísimo tiempo. Pancracio Celdrán en El gran libro de los insultos dice que el insulto se generalizó y «se extendió a toda Europa, donde se llamaba marrano a los españoles para zaherirlos tachándoles de judíos o cristianos nuevos». Estaba claro que en todas partes cocían habas.
Hoy solo lo usamos en el sentido de sucio o rastrero. Aunque hay algunos que se empeñan en no olvidar ese significado racista del término. Pero tranquilos, por sus esvásticas los conoceréis.

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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