Dice la sabia voz del DRAE que un meapilas es un santurrón. Pero no nos cuenta que además de eso, que dicho así, a palo seco, puede parecer hasta entrañable, tiene unas connotaciones negativas bastante más fuertes.
Porque un meapilas es una persona de esas que se pasa la vida rezando u ordenando la vida de los demás según su dignísima y perfectísima moral religiosa, pero que luego, por detrás, hace todo lo contrario de lo que predica. Es decir, un hipócrita de tomo y lomo, lo que le hace aún más asqueroso.
El término en cuestión es una palabra compuesta por el verbo mear y el sustantivo pila.
La pila de la que habla se refiere a la cubeta de agua que se coloca en la entrada de las iglesias, donde los feligreses meten los dedos en agua bendita para santiguarse cuando acceden a ellas. Aunque según otras opiniones puede ser la pila bautismal.
Y mear está usado en sentido figurado, tal y como nos explica Pancracio Celdrán en El gran libro de los insultos: «lo que mea el santurrón es agua bendita de tanto tomarla», nos dice.
Así pues, meapilas es un término hiperbólico y, si seguimos la reflexión de José Antonio Peñas en su blog Episcohagus, una blasfemia que llama la atención en un pueblo tan tradicionalmente religioso como el español.
«Su significado», comenta, «contrasta con la imagen que recoge, ya que el acto de orinar sobre el agua bendita resulta clara y agresivamente blasfemo. También resulta extraño (en apariencia) que el más católico de los pueblos haga objeto de chirigota a los que manifiestan públicamente su piedad». Y no le falta razón.
Pero, qué queréis, España es asín.
Foto de portada: Elzbieta Sekowska / Shutterstock.com
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