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La testosterona ‘productora de reyes’ y otros cuentos sobre sexo, ciencia y sociedad

Siempre se ha hablado de que el sexo configura las naturalezas masculinas y femeninas. Pocos mitos siguen tan vivos como el de que los hombres son violentos y las mujeres, afectuosas por naturaleza. Existe la creencia casi universal de que la testosterona es la hormona esencial de la masculinidad y de que el sexo biológico ejerce una influencia fundamental en el desarrollo de las personas.

Sin embargo, la psicóloga Cordelia Fine ha tirado de estilo y astucia para dejar atrás esos anticuados debates sobre características «innatas o adquiridas» en su libro Testosterona Rex. Mitos sobre sexo, ciencia y sociedad (Ediciones Paidós), donde pone de manifiesto que los roles sexuales –pasados y presentes– son meros convencionalismos y que la situación es mucho más dinámica.

Fine, profesora de Historia y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Melbourne, expone que los comportamientos sexuales masculinos y femeninos se solapan en gran medida, y que «dichas preferencias y conductas responden a las condiciones sociales y ambientales».

«Cuando por fin dejamos de intentar extraer la verdadera naturaleza sexual masculina de la telaraña de factores sociales, económicos y culturales que rodea a todo niño y a todo hombre, los cientos de hijos que Ismael El Sanguinario engendró en su extenso y brutalmente protegido harén empiezan a sonar menos a manifestación pura y evolutivamente perfeccionada de la naturaleza sexual masculina y más a síntoma del hecho de que el señor Sanguinario fuera un cabrón despótico», relata en el libro.

En otras palabras, que no parece que este tipo de comportamientos revelen el deseo ilimitado de los hombres en general.

La autora no deja títere con cabeza. Eso sí, no se inventa nada, sino que se apoya en historias cotidianas, estudios científicos y bastante sentido común para romper con el constante aluvión de suposiciones culturales –como esa que sostiene que la desigualdad social entre los sexos es algo natural, y no cultural–.

La testosterona o el rey derrocado

La escritora habla largo y tendido sobre la famosa testosterona. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid –esto es, que la hormona es responsable de ciertos caracteres masculinos como la masa muscular o la cantidad de vello corporal–, se ha dado siempre por hecho que también produce otras características –que se creen masculinas–, como la agresividad o la capacidad de liderazgo.

«Cuando caemos en generalizaciones del tipo “los hombres son competitivos, las mujeres son cariñosas”, las diferencias en los niveles de testosterona parecen una explicación lógica», reflexiona en el libro la académica.

«Pero ¿acaso puede la historia de «Testosterona Rex» explicar de qué forma se materializan las diferencias entre los sexos? O, por ejemplo, ¿puede explicar de dónde se saca que “los chicos son como son”, teniendo en cuenta que no existe un perfil masculino esencial que agrupe a un chico o a un hombre con el resto de los chicos u hombres, a la vez que los separa irrefutablemente de las mujeres?».

Para ella, solo tiene sentido «suponer que un nivel más elevado de testosterona puede aumentar la masculinidad del individuo y/o disminuir su feminidad» cuando se parte «de concepciones del género unidimensionales o bidimensionales, simplistas y desfasadas».

A lo largo de sus casi 300 páginas, la escritora desmonta multitud de mitos asociados a la famosa hormona sexual masculina –capaz de, en sus propias palabras, «inducir todos los tipos de cualidades adaptativas en aquellas afortunadas criaturas que pueden producir cantidades suficientemente grandes de ella»– y su influencia en el carácter o la personalidad de quienes la poseen.

No escatima ironía y plantea preguntas como «¿qué atributos específicos masculinos deberíamos esperar de un hombre con un nivel de testosterona alto, o no deberíamos esperar de una mujer con un nivel de testosterona bajo?».

Pero lo cierto es que, tal y como comenta también, no hay que buscar respuesta a esas cuestiones, pues en la evolución del conocimiento científico sobre las relaciones entre las hormonas y el comportamiento social, «la noción de la poderosa esencia hormonal de «Testosterona Rex» no ha sobrevivido».

Cerebros sexuados

La conocida filósofa también habla del cerebro humano y de esa tendencia a hablar de un cerebro femenino y uno masculino. No afirma que este órgano sea asexual o que los efectos del sexo en este no sean dignos de estudio, pero apuesta por matizar bastante el asunto.

«Es cierto que el sexo influye, pero lo hace de una forma compleja e impredecible. Aunque el sexo sí ejerce ciertas influencias que crean diferencias cerebrales, no es el factor clave y determinante para el desarrollo del cerebro que sí es para el sistema reproductivo», expone.

A lo largo de los últimos años, Fine ha podido constatar que, efectivamente, no hay características masculinas o femeninas esenciales, ni siquiera en lo que respecta a la toma de riesgos y la competitividad –rasgos que casi siempre se utilizan para explicar por qué ellos alcanzan la cima con más frecuencia–.

«La testosterona afecta nuestro cerebro, cuerpo y comportamiento», reflexionaba Fine en uno de sus artículos digitales. «Pero no es ni el rey ni el fabricante de reyes –la esencia hormonal de la competitiva y arriesgada masculinidad– que a menudo se supone que es. Si bien es probable que sea justo decir que fueron principalmente los hombres los que provocaron la crisis financiera, el argumento de moda de que “la testosterona lo hizo” es un excelente ejemplo de lo que sucede cuando se aplica un pensamiento defectuoso al debate público».

Piensa que la testosterona «tergiversa el pasado, presente y futuro» de las personas, y que refuerza el statu quo existente. Pero no solo eso. Cree firmemente que es un concepto extinto y que, por tanto, es hora de sobreponerse y mirar hacia delante.

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