¿Qué hace que algo se ponga de moda? Podríamos buscar una respuesta más o menos frívola, o más o menos técnica, pero vamos a analizar, en dos artículos, los precedentes socioculturales que han puesto en la picota las dos tendencias más cargantes del verano que acaba: la piña y el flamenco. Todos los objetos imaginables han adoptado la forma de esta fruta y de este animal.
Pero ¿por qué? O más bien, ¿por quién? Centrémonos en el flamenco. Si queremos encontrar al responsable último de esta fiebre, no tenemos que buscar a la moderna de turno, sino tirar de hemeroteca para encontrar a estos culpables:
- Un diseñador muy cutre de los años 50
- Una drag queen coprófaga
- Los gais
- El museo de arte contemporáneo de Los Ángeles
- Marc Jacobs
- Taylor Swift
- Los milenials (siempre es culpa de los milenials, ¿no?)
Antes de analizar cómo los flamencos conquistaron los mares de medio mundo, rememoremos cómo conquistaron los jardines de los suburbios de Inglaterra. En 1957, Donald Featherstone (1) creó un flamenco rosa de plástico para Union Products que Sears ofreció en su catálogo a poco más de dos libras el par. Los pájaros de plástico empezaron a proliferar en los jardines de los suburbios británicos: un ejército de aves rosadas y hieráticas, la versión tropical de Los Pájaros de Hitchcock. Eran, como los describió The New York Times, «lo peor del mal gusto».
Su mala fama llamó la atención del director John Waters, cuya opera prima llevaba por título Pink Flamingos (1972). La película, protagonizada por la drag queen Divine (2), pretendía ser una oda al feísmo que alcanzaba su momento cumbre cuando la drag se comía ante la cámara una mierda de perro. Sutil. El film se convirtió en obra de culto y consiguió reciclar la imagen del flamenco para convertirlo en un icono de la cultura gay (3) y de la estética kitsch.
Durante las décadas siguientes, el pajarito de marras empezó a ser reivindicado con ironía y a ganar prestigio. Tanto que Featherstone empezó a firmar sus flamencos y que el Museo de arte contemporáneo de Los Ángeles (4) los comenzó a vender en su tienda. Sus apariciones en la cultura pop son constantes y persistentes, aunque adscritas siempre a una estética muy concreta. En España, por ejemplo, se pudo ver como objeto de decoración en ese reallity (tan gay, tan kitsch, tan genial) llamado Alaska y Mario.
Fue un miembro del colectivo gay, el diseñador de moda Marc Jacobs (5), el que sacó el flamenco del cajón de lo kitsch y lo elevó al altar de la alta costura. O lo que es lo mismo, a las pasarelas. En junio de 2014 adornó varias prendas de su nueva colección con estampados de estos pájaros. Le siguieron otras marcas de lujo, como Bottega Veneta, Gucci o Prada.
Taylor Swift (6) es la segunda persona con más seguidores en Instagram, unos 102 millones. Cuando, en 2015, decidió celebrar la fiesta del 4 de julio lo hizo invitando a sus amigas a una fiesta en su piscina con decenas de hinchables, entre ellos, un flamenco. Ahí estaban Gigi Hadid (35 millones de seguidores en Instagram), Rihanna (56 millones), Martha Hunt (un millón) y un largo etcétera. Todos los medios de tendencias y corazón hablaron de la fiesta y, de paso, anunciaron que se avecinaba una invasión de inflables gigantes. Muchos enlazaban directamente a las tiendas donde los vendían, a unos 100 dólares la unidad. Era un objeto codiciado pero minoritario.
La tendencia continuó en 2016 y se ha convertido en insoportable en 2017, cuando ya todas las tiendas tienen una versión low cost del famoso flamenco. Todos los usuarios de Instagram suben su foto con el inflable, emulando, consciente o inconscientemente, a la cantante de Trouble. Porque los juguetes hinchables ya no son cosa de niños, el público mayoritario de estos pajarracos de goma son adolescentes y jóvenes, gente que jamás se fotografiaría con un cocodrilo o con una orca flotador porque lo consideran pasados de moda.
En un artículo de The Guardian, la cazatendencias Sarah Owen analizaba el éxito de estos flotadores entre los milenials y la generación Z (7), consumidores que dan más importancia a la experiencia que a lo material y que documentan con fruición su vida en las redes sociales. «Los inflables combinan estos dos factores, porque puedes tener experiencias con ellos», explica. «Además son fotogénicos. Sus fotos demuestran, sin necesidad de decir una palabra, que tienes un determinado estilo de vida, que estás al día culturalmente y que estás divirtiéndote con amigos».
Teniendo en cuenta que la explosión flamenca tuvo lugar entre 2014 y 2015 cabría esperar que la moda estuviera ahora en franca decadencia. Nadie que haya pasado por la playa este verano podría decir que así es. Y para aquellos que no hayan podido ir, constatamos el interés que sigue despertando este animal. Las búsquedas de Google de la palabra flamingo (‘flamenco’, en inglés) alcanzaron su máximo histórico el pasado julio, algo que se hace patente al buscar solo en Google shopping, es decir, quitando de la ecuación las búsquedas relacionadas con el animal y el estilo musical y centrándonos solo en los objetos que se pueden comprar.
Donald Featherstone murió en 2015, apenas 20 días después de que Taylor Swift volviera a poner de moda su mayor creación. El padre del flamenco, el hombre que patentó a un animal, ha visto cómo su obra pasaba de ser vilipendiada a ser adorada. En una entrevista concedida en 1996 dijo unas palabras que tenían algo de profético. «La gente dice que mis flamencos son horteras. El arte siempre comienza siendo hortera».