En un mundo donde pasamos más del 90% de nuestro tiempo en espacios construidos, la pregunta ya no es si el entorno nos afecta, sino cómo y cuánto. La neuroarquitectura, una disciplina que une la arquitectura con la neurociencia, se ha propuesto responder a esta cuestión con una mirada científica, sensible y profundamente humana. No se trata solo de diseñar edificios, sino de crear experiencias que cuiden la mente, el cuerpo y las emociones.
Ana Mombiedro, arquitecta y una de las voces más reconocidas en este campo, lo expresa con claridad: «Espacio, cuerpo y mente son uno. No hay experiencia humana sin esta tríada. El espacio no es un fondo neutro, sino una extensión del cerebro. Cada textura, cada sombra, cada línea arquitectónica tiene el poder de activar emociones, de calmar o agitar, de inspirar o bloquear». La neuroarquitectura propone que el diseño debe partir del conocimiento del ser humano, de cómo percibe, siente y se relaciona con su entorno.