Niños prodigio, los reyes de la repelencia

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Yahel, el niño de cegador y estropajoso cabello del anuncio de Cola Cao, fue el que hizo saltar la liebre del trending topic la pasada semana. Su cítrica pelambrera  despertaba más rechazo que pasión y fue una fuente de chanza que, aún hoy, sufre su efecto long tail. Sin embargo, Yahel no es el primer talento precoz al que algunos tirarían de los elásticos del calzoncillo en un oculto rincón del patio del colegio. El niño prodigio hostiable ha estado con nosotros toda la vida.
De Yahel se ha dicho que su madre metió su cabeza en un cubo de lejía cuando tenía tres años o que lo utilizan cuando hay apagones. Ya cuenta con su propio perfil fake en Twitter,lo que le sitúa a la altura de prohombres como Rubalcaba o Enrique Dans. La leyenda comenzó con unas pocas olas y una dicción un tanto problemática.

Remontémonos al origen del fenómeno. Durante los años treinta, mientras en España andábamos con un quítame allá esas repúblicas, una adorable niña con tirabuzones rubios era uno de los recursos más rentables de 20th Century Fox. Desde un punto de vista antropológico, este éxito explicaba algo evidente: la mezquindad del ser humano buscaba figura blancas e inocentes en las que proyectarse.

Sin embargo, la prueba de que no es oro todo lo que reluce la ofrece la existencia de Drew Barrymore. Su angelical mirada en E.T., esas delicadas maneras y unos generosos sentimientos de protección a un ser morfológicamente desastroso se ocultaban tras kilos de droga y una bodega mayor que la de la Reina de Inglaterra. En el vídeo, la joven Barrymore volviendo de La Barranquilla en un otoñal día lluvioso.

Poco después llegaron los noventa. Y con ellos el grunge y su angustia existencial, el suicidio de Kurt Cobain, la excesiva afición al alpiste de Layney Staley, Scott Weiland o Shannon Hoon y la poca afición a la ducha del resto. Existía un reverso luminoso al margen de aquel fenómeno. En ese lugar, optimista y jovial, se situaban los hermanos Hanson. A pesar de ser de Tulsa, Oklahoma, aún hoy siguen sin pasar por le Proyecto Hombre y sin haberse disparado en la cabeza en la casa del jardín. Estas eran las pintas.

España, como no podía ser menos, contaba con su propia versión de talento precoz. Rayito coqueteaba con la fama en Telecinco, junto a las Mama Chicho y las Cacao Maravillao. Daban ganas de echarlo al mar con la guitarrita.

En Estados Unidos siempre ha triunfado más la guitarra eléctrica. Johnny Lang un chico de catorce que camina por los intrincados senderos del blues, publicaba Smokin’. Por aquella época, en el país norteamericano aún no se consideraba delito hacer referencia al tabaco, ni aún siendo menor de edad. De tanto fumar, suponemos, se le quedó la cazallera voz que mostró poco tiempo después en Lie to Me, su mayor éxito en la década de los noventa.

Este texto debería completarse con otro, que va ligado a él de manera inevitable: «Cómo crecer y envejecer MAL». Sigan atentos a la pantalla, porque su llegada es inminente.

David García

David García es periodista y dedica su tiempo a escribir cosas, contar cosas y pensar en cosas para todos los proyectos de Brands and Roses (empresa de contenidos que edita Yorokobu y mil proyectos más). Es redactor jefe en la revista de interiorismo C-Top que Brands and Roses hace para Cosentino, escribe en Yorokobu, Ling, trabajó en un videoclub en los 90, que es una cosa que curte mucho, y suele echar de menos el mar en las tardes de invierno. También contó cosas en Antes de que Sea Tarde (Cadena SER); enseñó a las familias la única fe verdadera que existe (la del rock) en su cosa llamada Top of the Class y otro tipo de cosas que, podríamos decir, le convierten en cosista.

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