En aquella Inglaterra las palabras tenían más autoridad que los dibujos. Los escritos encontraban imprenta con cierta facilidad. Para las ilustraciones era más difícil. Las historias contadas en viñetas eran consideradas relatos de segunda. Las llamaban ‘cómics’ y en esa palabra el tiempo fue metiendo matices que acabaron desplazándolos a las orillas perdidas de la literatura.
No fue hace tanto. Esa era la Inglaterra que Alex Spiro y Sam Arthur veían hace seis años. “La escena del cómic y el arte gráfico estaba yerma en este país”, cuenta Spiro. Y el vacío dolía. Los dos británicos habían estudiado arte, ilustración y diseño. Eso significaba que podían ser ellos quienes atajaran el asunto. Y eso hicieron. En 2008 fundaron la editorial Nobrow.
Desde entonces han publicado más de 30 libros que borran los límites entre el arte, el diseño, la poesía y la ilustración. La sede de Nobrow está en un barrio de Londres con aire industrial. El gris, afuera, lo envuelve todo. Pero el escaparate de la calle Great Eastern emite los destellos de un sol proscrito. Vienen del neón de algunas de sus obras. Detrás de la tienda está la oficina y debajo de la oficina está la imprenta de serigrafía.
Las predicciones distópicas no se han cumplido. No fue un error que Nobrow naciera a principios de una crisis que azota sin piedad al mundo occidental. El papel tampoco ha muerto, como pregonaban los iluminados del bit en los años 90. “Muchas personas dicen que el papel está acabado. Nosotros pensamos que hay muchos libros que merecen ser impresos y por eso los publicamos”, explica Spiro en una sala subterránea de sus oficinas llena de libros y serigrafías.
Hace seis años empezaba el fin del boom del mercado masivo del papel, según Spiro. La nueva civilización digital obligaba al libro a convertirse en un objeto y en ese descubrimiento se situó el “ethos de la compañía”.
Hoy Sam Arthur no está en la oficina. Ha ido a Nueva York a abrir su segunda sede. “Estamos en Londres pero no nos consideramos una editorial exclusivamente británica. Aquí encontramos una buena oportunidad porque no había ninguna editorial de este tipo. Pero trabajamos con ilustradores de cualquier país y editamos en varios idiomas”, especifica Spiro.
Las fronteras son un estorbo cuando dedican miles de horas a buscar ilustradores de cualquier lugar. “Nos gusta trabajar con artistas que tengan una voz única y distinta”, comenta. “Intentamos descubrir talento. No solo autores jóvenes. También nos gusta publicar proyectos de artistas que llevan mucho tiempo trabajando pero que nadie ha reconocido aún su obra”.
Muchos de ellos se estrenan en la revista que edita Nobrow. La cabecera replica el nombre de la editorial y en su interior aparece el trabajo de 30 ilustradores. La publicación es semestral y siempre gira en torno a un único asunto. “Les decimos un tema y les damos una paleta de colores. Ese es el único briefing y de ahí ellos tienen libertad para hacer lo que quieran”.
Dice el fundador que un libro de Nobrow no requiere una lectura al uso. “Es otra experiencia. No es como leer una novela o una poesía. Tampoco es mirar solo un dibujo. Es otra cosa. Es descubrir la obra de un artista”.
La producción de un libro aúna técnicas digitales y artesanales. En su propia oficina tienen una máquina de serigrafía y hacen distintas impresiones de color manualmente en algunos de sus libros. También usan tintas flúor que brillan con una intensidad que difícilmente podría alcanzar una imprenta convencional.
De ahí sale esta colección de libros que ya, seis años después, han dejado de estar en los márgenes literarios. De Inglaterra y del mundo.