¿En qué parte de la trinchera política se ubica la piel fina? La ultraderecha española ha cazado votantes clamando contra sus satanases favoritos: lo políticamente correcto, el totalitarismo de género y la dictadura de los ofendiditos. Dicen que esa gente está acabando con la libertad, que ya no se puede hablar, que les imponen lo que deben pensar. Sin embargo, son ellos quienes lo gozan repartiendo querellas para callar opiniones y chistes.
Lucía Lijtmaer (Buenos Aires, 1977) cuenta en Ofendiditos (Anagrama), su nuevo libro, cómo las alusiones a ese supuesto clima inquisitorial general no son más que un intento de criminalizar el derecho a protestar por parte del statu quo. Así explica el proceso en el libro:
«El eslabón más alto de la jerarquía utiliza los medios a su alcance para realizar una crítica, la que sea, contra un movimiento o grupo social. Cuando este reacciona criticándole con sus propios medios [de menor alcance y poder], el primero le acusa de censurarlo, de difamarle o de malinterpretarlo. Generalmente, además, exige una compensación o un castigo por esa reacción».
El ensayo da un par de mazazos en la mesa para llamar al silencio, abrir un espacio donde pensar con tranquilidad y llegar a conclusiones que ayuden a dilucidar de qué lado caen, en realidad, las histerias, las imposiciones y las censuras.
Por ejemplo, calificar como linchamiento (término que significa asesinato tumultuoso) cualquier ejercicio crítico numeroso contra un líder de opinión es caer en una trampa. Este tipo de traducciones han contribuido a estrechar poco a poco el cerco de legitimidad de las formas de expresión y denuncia habilitadas para la ciudadanía.
«No se llama ofendidito a un sindicato de policía [Alternativa Sindical Policial] cuando se querella contra Dani Mateo», apunta Lijtmaer, en referencia a la denuncia contra el humorista por el sketch en que estornudaba sobre la bandera española. «Ofendidita es esa masa informe que quiere decir la gente».
Detrás de la aceptación del término ofendidito y de sus variantes late, según Lijtmaer, un punto de superioridad: «Hay una búsqueda de distinción moral e intelectual en el hecho de decir «tú no pillas el chiste porque te ofendes, yo si me entero, sí pillo la vuelta de tuerca»».
UNA NUEVA FORMA DE LLAMARTE «MARICÓN»
La palabra, en depende qué bocas, se emplea para renovar un insulto clásico pero devaluado: mariconazo. El efecto nocivo de este ha desaparecido. Cosas del progreso social. Sin embargo, ofendidito ha servido a algunos para trasvasar toda la sustancia peyorativa que antes desplegaban usando el campo semántico de la mariconería.
La autora observa un retroceso, un cambio de foco paulatino, una derechización de la opinión, y no solo en los medios de derechas. Se atacan formas ciertas formas de protesta aludiendo a la legalidad, nunca a la legitimidad. Una legalidad que «es censuradora con la protesta. La ley mordaza, la antiterrorista, la manipulación de la ley de delitos de odio; se está aplicando todo contra la gente que protesta».
Sin embargo, la angustia y las iras de los Fieros Analistas no se dirigen contra estas actuaciones, sino «contra esa idea un poco esotérica de que las redes por defecto son censoras».
ASÍ DISIMULAN LOS TIPOS DUROS SU PIEL FINA
Lijtmaer acuña el concepto Fiero Analista para definir a «esa especie de cowboy de los medios» que sí sabe cómo funciona la realidad; «ese que te va a decir lo que nadie quiere oír, que se va a poner en riesgo».
El Fiero Analista, en su versión más macerada, usa palabras como feminazis o puritanas contra quienes, simplemente, pretenden abrir un debate (se trata de reflexionar, no de encender una pira) sobre determinadas obras artísticas o literarias, o sobre ciertas conductas. Estos John Wayne de la comunicación se las apañan para detectar siempre, en cualquier argumento que roce sus puntos de vista, brotes de mojigatería contagiosa mezclados con amenazas a la libertad individual y al destino universal.
Lijtmaer apunta a una contradicción: «los adalides de la incorrección política suelen tener audiencias de cientos de miles, cuando no millones, de personas y se quejan de estar siendo silenciados».
¿Qué es, entonces, lo que buscan? ¿Acaso para los Fieros Analistas la democracia consiste en ser (ellos y su legión) incontestables? Entonces este ensayo, esta réplica desde la resistencia de apenas 80 páginas, les parecerá casi brujería.