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El esplendor de la música ‘basura’ mexicana

A veces el éxito está ahí, en una esquina de casa, o desolado en lo alto del armario de un amigo, o junto al cubo de la basura en la calle. Simplemente había que “desempolvarlo”. Eso fue lo que hicieron Amalia Aguirre (22 años), Fernando López (25), Jair Cerdá (23) y Oscar de Jesús Ramírez (26), alias la Orquesta Basura. En 2008, estos jóvenes músicos se tomaron a juego construir con materiales de desecho sus propios instrumentos y componer canciones. Hoy, junto a sus 40 artefactos melódicos, se han transformado en un grupo con más de 260 actuaciones en su currículum, requerimientos nacionales e internacionales, un aluvión de enhorabuenas y un proyecto con el que se ganan dignamente los frijoles. Todo, por sacarle partido a eso que muchos simplemente habrían tirado al vertedero.

Cuentan sus inicios con humildad. No se les ve del todo conscientes de lo que han conseguido. Vuelven a explicar que estudiaron en la Escuela Nacional de Música y el Colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM; que todo empezó con un banjo hecho con cacerolas y madera al que llamaron Banjo Trastedemás; que después vino el Contrabajo de PVC (el PVContra); que al principio sólo se trató de hacer una única actuación para colaborar en un espectáculo de payasos que organizaban los padres de López (Fores), y que la respuesta fue tan rotunda que desde entonces no han parado un minuto. Han dejado bien claro mil veces que su inspiración fueron los argentinos Les Luthiers, a los que siguen admirando.

Pero ya es hora de cambiar el discurso y de que les desencadenen de las comparaciones. Ahora son ellos el ejemplo. “Somos jóvenes y somos músicos”, reivindica Cerdá (Yayo) “estamos orgullosos de que nuestro trabajo nos haya permitido derribar el cliché y de habernos demostrado, a nosotros y a los de nuestro alrededor, que ser músico, aún con instrumentos hechos con basura, es un trabajo, de ocho horas, del que se puede vivir”.


(Vídeo de Periódico Metro)

En un destartalado cuarto de la casa de la abuela de Fores, su local de ensayo, Aguirre (Ami) prueba el sonido de de un bajo fabricado a mano con una tapa de llanta y la madera de un sofá. Tocarán algo para mí en directo. Por ellos tendrían un local de ensayo profesional, pero aunque lo suyo dé “para vivir”, como aseguran, “las ganancia son aún modestas”.

Óscar se coloca unos guantes amarillos y se engancha al pecho una tabla de lavar al que han incorporado una bocina y un par de tazas invertidas. Yayo conecta su guitarra eléctrica de latas y Fores prueba su clarinete hecho con una manguera, el manguerete.

1, 2, 3, 4 y ese pequeño cuarto de trastos, mantas, productos de limpieza y decenas de instrumentos basura en la delegación Gustavo A. Madero de México DF se convierte en una caja de música. De buena música. A su género ecléctico, se mofan, lo han denominado jazzura, y así de paso se ríen un poco de todos esos nuevos nombres de estilos, géneros y fusiones que no paran de proliferar en radios y salas a razón de un ridículo cambio en los ritmos. Les gusta desde lo clásico hasta la cumbia pasando por todo el panorama melódico. Eso es lo que se escucha en Desechécuaro, “un pueblo imaginario muy cerquita de la realidad donde hay mucha basura”, y de donde vienen, teatralizan Ami y Fores.

Su público, para el que dan una media de 60 conciertos al año, es igual de variopinto que sus acordes. “Actuamos para un kínder igual que para una universidad, hemos recorrido la mitad de los estado de México, teatros, eventos, hospitales, conciertos…”. Los defensores del medio ambiente, sin que ellos lo esperaran, también elogian su idea de reciclar los desechos y les invitan a sus actos.

Punto para la independencia musical, la borrachera de elogios en lo que se ha convertido su carrera se ha materializado en dos discos. El que está desde el año pasado a la venta, llamado Desecho en México (2012), y su primer trabajo, una demo a la que titularon Primeros Fracasos (2009). Sus ganas de darse a conocer no ha podido con sus ideales, afirman haber dicho que no hasta en cuatro ocasiones a dar un concierto en Televisa. “Preferimos otros lugares para difundirnos, aunque sean menos populares”.

Óscar sabe que sus familias “están orgullosas de lo que están logrando”. Su trabajo es duro y diario, porque empieza por llevar los ojos bien abiertos para identificar cualquier trasto viejo, en cualquier parte, que a ellos les pueda servir para crear; pasa por imaginar cómo se podría hacer un nuevo instrumento; por construirlo; y por dotarle en muchos casos de una conexión eléctrica, hecha también por ellos mismos con elementos electrónicos desechados, para poder engancharlo a los amplificadores. Algo para lo que cuentan con la ayuda de su ingeniero -y quinta pata del grupo- Raúl Escutia (26 años).

Después, viene lo de componer y por último tocar temas como demuestran saber bordar en este cuarto de ensayo. Imposible impedir a mi propia punta del pie que pare de golpear el piso. La basura está armando una fiesta del carajo.

Tienen nuevas ideas y más proyectos: Desde vender instrumentos hechos por ellos, a formar una escuela, hasta crear una línea de ropa. Mirando hacia el otro lado de su línea del tiempo aún recuerdan con emoción el día que Carlos Nuñes, componente de Les Luthiers, acudió expresamente para verles tocar. “Fue como conocer a Dios”, dice Yayo. Eso no achica su posterior reivindicación: “Pero nosotros no somos les luthiers mexicanos. Somos cosas distintas y no queremos emular lo suyo. Queremos lo nuestro propio. Queremos más”.

Acabado el concierto privado se quedan en su local rodeados de esos artilugios con nombre propio. El PVChelo, el PVCSax, la Marimbotella, el Plasticordeón, el PVioloChe, el PViolínChe, el Bass Pipe a Vara…

En este momento a caballo en el que viven, entre el orgullo de poder vivir de su música y el sueño de lograr un poco más, se quedan pensando quién podría financiarles para poder pagar sus pasajes y el de toda su cacharrería para una actuación que les solicitan en Colombia. Es lo duro de ser un freelance en esto. El pecado de ser bueno e independiente y no querer bajar la nuca ante la garantía de éxito inmediato que subvencionan las grandes firmas.

Para ellos más que el dinero, -que por supuesto lo quieren porque es su digna forma de vida-, la cuestión de todo son las ganas y el ejemplo que podrían dar. “Nos gusta ver que la gente se da cuenta de que puede sacar adelante sus proyectos solamente con lo que tenga a mano”, culmina Yayo. “Si nuestro público fuesen diez personas pero se dan cuenta de eso, en realidad, habremos conseguido nuestro mayor objetivo”.

Por Jaled Abdelrahim

Jaled Abdelrahim es periodista de ruta. Acaba de recorrer Latinoamérica en un VW del 2003. Se mueve solo para buscar buenas historias. De vez en cuando, hasta las encuentra.

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