Oscar Parasiego está postergando el momento de sacarse una foto. Sabe que tarde o temprano llegará, que el flash aguarda amenazante al final del camino. Sabe que acabará posando con desgana ante su cámara, pero antes tiene que resolver ciertos asuntos. Aventura que quizá el año que viene. Adelanta que difuminará su rostro hasta que solo quede una silueta que se funda con el paisaje. Óscar no quiere posar porque este retrato supondrá el final de muchas cosas. Será el último en sumarse a un proyecto fotográfico aún inconcluso llamado Diáspora, que reflexiona sobre la identidad de los inmigrantes. Y será también el final de la propia etapa de Parasiego como inmigrante.«Me sacaré la foto el día antes de regresar a España, para cerrar así el círculo», confiesa este fotógrafo asturiano afincado en Birmingham.
Más de dos millones de personas se han ido de nuestro país entre 2008 y julio del 2014 según el Instituto Nacional de Estadística, aunque la cifra exacta, como explica la web Así nos vamos, es imposible de saber. Parasiego es una cifra más, un número en la larga lista de nómadas en la eterna búsqueda de un futuro mejor. Tendemos a hablar de inmigración en cifras absolutas, usando estadísticas, gráficas y mapas. Un reflejo aséptico de la realidad. Quizá este fuera uno de los motivos que impulsó a Parasiego a iniciar Diáspora.
Lejos de discurrir por la senda de la protesta social, la marginación o los prejuicios, este proyecto analiza el choque de culturas como un proceso más interno, más íntimo. En sus fotos, persona y paisaje se funden hasta convertirse en un ente de uniformidad difusa. La transparencia de los modelos representa la mutación de su personalidad, cómo nos fundimos con el entorno que nos rodea y nos adaptamos a las circunstancias.
«Surgió de una manera natural», aclara Parasiego. «Dada mi condición de expatriado sentí la necesidad de explorar de manera plástica este concepto de permutabilidad de la identidad».
Un cambio de residencia supone muchas veces un cambio de personalidad. Lo que muchos resumimos al verlo en un conocido con un «vaya humos que tiene fulanito desde que ha vuelto de Londres» es en realidad un proceso psicológico mucho más complicado. Al llegar a un nuevo país los emigrantes deben vaciar su maleta de viejos hábitos para poder llenarla de nuevas experiencias. En el proceso se convierten en ciudadanos sin bandera, expatriados de sus costumbres, atrapados en un punto intermedio entre su lugar de origen y su lugar de residencia. Diáspora capta «esta sensación tan difícil de explicar, pero que todo emigrado siente en algún momento».
Los modelos que posan para Parasiego son amigos inmigrantes que viven en Inglaterra, EE UU y España. Personas con un pasado tan diverso como su presente. Su identidad se adivina en los paisajes donde son retratados.
«Hay un proceso detrás de cada instantánea», explica Parasiego. «Tomo la foto en su casa o un un lugar significativo para cada persona en su nuevo entorno». Así las imágenes se convierten una adivinanza, un reto para el espectador que tiene que rellenar el vacío con la información que sutilmente se presenta en un segundo plano. Esta decisión «no es aleatoria ni simplemente estética», explica Parasiego; «el hecho de no poder ver la cara o condición del sujeto obliga al espectador a construir la imagen, volcar los prejuicios que pueda tener, para bien o para mal, y hacerse preguntas sobre la persona que tiene delante».
Las instantáneas de Diáspora suponen una labor de orfebrería estética. La invisibilidad del sujeto hace que presentarlo ante el espectador y dar pistas sobre su persona sea mucho más complicado. Para hacerlo fielmente y evitar caer en generalizaciones, Parasiego debe conocer bien al retratado. Eso explica que lleve dos meses buscando la forma y el fondo para la foto de dos parejas de inmigrantes.
Y así, foto a foto, flash a flash, se acerca el momento de la conclusión, aquél en el que Parasiego deberá retratar a la persona que mejor conoce. Después apagará la cámara, hará sus maletas, y pondrá rumbo a Asturias, el lugar que fue su hogar.
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