En el principio, el coito era libre. Sin leyes ni convenciones sociales y morales que lo limitasen, los machos copulaban con las hembras obedientes a los impulsos físicos de sus cuerpos y por una necesidad de procrear, de reproducirse para huir de la extinción.
Pero cuando la conciencia y sus normas se impusieron en la forma de vida de los hombres, las relaciones sexuales pasaron al espectro íntimo de la pareja, la sexualidad se vio reducida a la reproducción y solo unos cuantos rebeldes continuaban gozando de sus cuerpos sin hacer caso a la moral.
Esa toma de conciencia de lo que el sexo implicaba a veces (hijos no deseados y enfermedades venéreas, llamadas así en ‘honor’ a Venus, la más promiscua de las diosas) llevó a la humanidad a buscar métodos que permitieran el placer físico ahuyentando el fantasma de la paternidad no deseada y de la sífilis.
[pullquote class=»right»]Las enfermedades venéreas se llaman así en ‘honor’ a Venus, la más promiscua de las diosas[/pullquote]
No se sabe muy bien cuándo nació el condón. Se sabe que en Egipto, en el año 1.000 a. C. ya se usaban fundas de tela sobre el pene. Y también nos habla de ello la leyenda del rey Minos de Creta, del año 1.200 a.C., de quien se decía que usaba la vejiga de ciertos animales para depositar en ella su semen cargado de serpientes y escorpiones antes de acostarse con su esposa Parsiphae.
Preservativos hechos con tripas, con papel, vejigas, membranas de pescado, seda e incluso con terciopelo, como presumía de tenerlos el rey Luis XVI de Francia. La cuestión era que había que ponerle nombre a tan práctico invento.
El ‘invento’, con un formato parecido al actual, se le atribuye a Gabriel Fallopius. Sí, ese; el médico italiano del siglo XVI que descubrió las trompas de falopio. Pensando en cómo evitar el contagio de la sífilis entre los hombres, ideó una funda de lino que se colocaba sobre el glande al que llamó abrigo. Por cierto, a la sífilis se la conocía como el mal francés en muchos países. Tanto es así, que en inglés, por ejemplo, al preservativo se le conoce como french letter, en clara alusión al nombre de la enfermedad venérea y a la forma en que estos se venden, metidos en sobrecitos de plástico. Para que luego digan que no tienen humor los ingleses.
Ya tenía un nombre. Pero todavía no era el que hoy conocemos. Hay quien dice que procede del galeno británico del siglo XVIII conocido como Lord Condom, médico personal del rey Carlos II. El monarca, aficionado a relacionarse carnalmente con cuanta fémina caía a su real alcance, encargó a su doctor que inventara algo que le protegiera del terrible mal francés y de otras enfermedades venéreas.
No estaba bien dejar la corona vacante y mucho menos por tan vergonzante causa. Y si, de paso, el invento podía evitarle la molestia de ir sembrando el reino de bastardos, mucho mejor. El buen doctor Condom se dedicó durante una buena temporada a estudiar los ya existentes, aquellos que Fallopius había diseñado, consiguiendo perfeccionarlos y hacerlos más efectivos. Su capuchón –vamos a imaginar que lo llamó así en un principio, porque no era persona vanidosa ni creía que su artilugio pudiera darle fama universal– resultó ser un éxito y rápidamente se extendió por toda la corte.
[pullquote class=»left»]Preservativos hechos con tripas, con papel, vejigas, membranas de pescado, seda e incluso con terciopelo, como presumía de tenerlos el rey Luis XVI de Francia…[/pullquote]
Pero los sabios, que están en este mundo haciéndose preguntas y encontrando respuestas, no parecen estar muy de acuerdo con esta explicación. De hecho, la palabra condón ya apareció impresa antes por primera vez en una obra del también médico inglés Daniel Turner (1667-1741) en 1717. La obra se llamaba Syphilis: a practical dissertation on the venereal disease. Y no son pocos los que piensan que quizá el apelativo de condón para los preservativos viniera del nombre de uno de los pueblos de la región francesa de Armañac, Condom, donde –se cuenta– un carnicero decidió usar como profiláctico la fina tripa de las reses para proteger su pene de infecciones malísimas y mortales.
Otros autores, como Herbert Marcuse, creen que la palabra procede del latín condu(m), que significaba ‘receptáculo, recipiente’. O quizá del persa kondu, que era el nombre que se daba a unos recipientes hechos de intestinos de animales. Si los usaban o no para guardar esperma, eso no lo aclaran. Así que, ante tanta duda y mientras esperamos a que alguien encuentre una teoría mejor, ¿por qué quitarle el mérito a Lord Condom?
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