Categorías
Entretenimiento Ideas

Palabras con mucho cuento: Huelga, juerga y follar

Por muy extraño e increíble que pueda parecer, una huelga y una juerga son la misma cosa. Y tanto ellas como follar vienen de un fuelle. Aparentemente, poco tienen en común. Pero las apariencias, cuando hablamos de etimología, engañan. No te impacientes, espera. Vayamos poco a poco, que una historia debe ser bien contada o no es historia.

Todo empezó en aquella época en la que el latín era la lengua que se hablaba en Hispania. En la lengua del Imperio Romano existía la palabra follis que derivó en la española fuelle. El aire que expulsa un fuelle se asemeja a un resoplo. Por eso, para decir que alguien jadeaba, de follis nació el verbo follicare.

Las palabras, una vez inventadas, no se quedan ahí. Se mezclan con la Historia y con los pequeños actos cotidianos y acaban creando nuevos idiomas. El latín evolucionó para convertirse en un castellano primitivo, que jugó con las palabras hasta transformarlas y cargarlas de nuevos significados. Por eso, follicare mutó y quiso añadir al suyo un sentido más. Cuando alguien resopla y respira agitadamente, parece lógico pensar que es porque ha realizado un gran esfuerzo. Así que lo natural es que se detenga a descansar. De esta manera y con ese sentido de «pausa», «descanso» nació la antigua forma castellana de folgar, que acabó derivando en holgar.

Las apariencias, cuando hablamos de etimología, engañan

Holgar, por tanto, quedó con ese sentido de «esparcimiento», que dio lugar al primitivo significado de huelga. Un ejemplo, el nombre del Monasterio de Las Huelgas, llamado así por la función que desempeñaba: ser el lugar al que se retiraban a descansar Alfonso VIII y su esposa Leonor de Plantagenet.
Cuando la palabra huelga se independizó y abandonó el nido familiar, emprendió viaje y llegó a Andalucía. Allí conoció un modo de hablar peculiar, caracterizado por una fuerte aspiración de la «, que no tardó en llamarle la atención. El flechazo surgió entre los dos y la cosa acabó en boda.

De aquel mestizaje nació una niña, juerga, que heredó el sentido de esparcimiento y ocio de su madre y la aspiración de sonidos de su padre, además de una personalidad propia. A diferencia de su madre, que se quedó con la acepción de «descanso», juerga se inclinó más por el lado lúdico de la pausa. Porque cuando uno se queda relajadito y descansado, el cuerpo parece pedirle fiesta. Después llegó el jolgorio. Pero esa es otra historia que no viene al caso.

Con el paso de los años, mamá huelga se volvió más reivindicativa y más contestataria. Una huelga no era solo un descanso. Conservaba aquel viejo sentido de «parada», de «dejar de trabajar» y lo llevó hasta su puesto de trabajo para empoderarlo, socializarlo y acabar significando eso, un cese de actividad a modo de protesta.

Una juerga y una huelga son la misma cosa, y de aquellos fuelles vienen estos polvos

¿Pero qué pasó mientras con la vieja follis? Identificada con el fuelle, además de follicare también parió la palabra follar, que se usaba para denominar a la acción de soplar con un fuelle. Pero follar, que era una palabra poco amiga de elegancias y sofisticaciones, pronto se juntó con malas compañías que cambiaron su modélico carácter.

Las acciones humanas suelen mezclarse con los vocablos y crean metáforas. De esta manera, cruzó al lado oscuro -vale, dejémoslo en vulgar- del idioma significando «soltar una ventosidad». Al fin y al cabo, qué otra cosa es tirarse un pedo más que expulsar aire con ruido (o no, pero no en eso no vamos a entrar).

Si la ventosidad conlleva la expulsión de aire, jadear también. Así que el siguiente paso en el perverso mundo de la vulgaridad que dio follar fue pasar a nombrar también a la acción de jadear. Y pocas cosas hay que se identifiquen tanto con un jadeo como un buen quiqui. Poco más hay que explicar, que a buen entendedor…

Y ya está. Metáfora aquí, metáfora allá, queda demostrado que una huelga y una juerga son la misma cosa, y que de aquellos fuelles vienen estos polvos.

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

Salir de la versión móvil