Como si fuera una legión de alienígenas, palabras como tuitear, googlear, wasapear, nube… se han colado en nuestro vocabulario sin que las autoridades, llamémoslas RAE, puedan hacer nada por impedirlo. Algunas ya tienen su lugar en el Diccionario. Otras probablemente mueran antes de conseguirlo. Son lo que Manuel Alcántara Plá, lingüista y profesor en la facultad de Filosofia y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid, llama palabras invasoras.
Y ese es también el título de su libro Palabras invasoras. El español de las nuevas tecnologías (Catarata, 2017) que acaba de ver la luz. El mensaje que lanza Alcántara Plá choca en parte con lo que la Academia trata continuamente de prevenir al hablante: los extranjerismos no son el enemigo.
«La idea que defiendo es que no debemos ser tan conservadores en lo formal (que sean de origen inglés, que cambien la ortografía, etc.) ni tan permisivos en lo conceptual», explica el autor del libro. «Hay un discurso muy poderoso contra la «invasión» de las palabras extranjeras y apenas se habla de la invasión que supone incorporar los conceptos a los que hacen referencia».
Parémonos a pensar un momento: bautizamos como nube a un sistema de servidores altamente contaminantes por la energía que consumen y que están enterrados en búnkeres militares. Cuando manejamos documentos, carpetas y escritorios, ¿somos conscientes de que lo que imaginamos —que esos documentos pueden manejarse como lo hacemos con los de papel y que incluso los tiramos a la papelera— no coincide con lo que ocurre realmente?
Alcántara Plá no pone en duda que el uso de esas metáforas pueda tener efectos positivos, pero hay uno indiscutiblemente negativo y preocupante: «Mucho del vocabulario que utilizamos nos aleja de conocer su realidad», afirma a modo de conclusión al final de su libro.
Para este doctor en Lingüística, la pureza del español que tanto defienden los académicos es ficticia. Todas las lenguas son el producto de miles de años de contacto entre diferentes pueblos. «Son patchwork cultural», afirma con una clara metáfora. El inglés es el que se siente ahora con especial intensidad, pero también esta lengua ha sufrido, y lo sigue haciendo, el contagio de otras. «La presencia de las lenguas romances en el inglés sigue siendo muy superior a la de este en las nuestras», asegura Alcántara Plá.
[pullquote ]Hay un discurso muy poderoso contra la «invasión» de las palabras extranjeras y apenas se habla de la invasión que supone incorporar los conceptos a los que hacen referencia[/pullquote]
Siguiendo con los símiles, Alcántara Plá llama a estos préstamos «palabras sin papeles», como si fueran inmigrantes que llegan a nuestra patria (el español) en una patera de lujo que se llama tecnología. «Existen, están en nuestras vidas, pero la autoridad se niega a darles la misma legitimidad que a las supuestamente autóctonas. Es injusto porque, como con las personas, todas fueron recién llegadas en algún momento».
Esto, el préstamo, el contagio, la influencia de unas lenguas sobre otras, que parece tan obvio, sigue siendo motivo de controversia: ¿usamos demasiados extranjerismos? No hace muchos días, Darío Villanueva, director de la RAE, afirmaba en el diario argentino Clarín que le parecía absurdo usar tablet en lugar de tableta, por ejemplo, y lamentaba la «entrega absurda al inglés desde una lengua fuerte» como es el español, llegando a tildar de «papanatismo» esa excesiva (a su juicio) influencia de la lengua de Shakespeare.
«Es cierto que la posición del libro contradice el discurso que suele llegar desde la Academia», contraataca Manuel Alcántara Plá. «Cuando se defiende nuestras culturas y lenguas solo en lo formal, ni la justificación ni la motivación deben ser culturales ni lingüísticas. Esto de que una élite arbitre el funcionamiento de la lengua de todas y todos, por otro lado, es una anomalía: no es que no sea necesario, es que la inmensa mayoría de las lenguas viven muy tranquilas sin ello».
Por tanto, no es al extranjerismo en sí a lo que hay que temer, sino a otros aspectos de esas nuevas palabras que nos pasan más desapercibidas, como es su significado y el concepto al que remiten.
Hablamos dos idiomas: español y ciberespañol
La historia que esconden las palabras no es solo algo que sirva para impresionar a los amigos mientras se está de cañas en un bar. Nos ayuda a comprenderlas y a entender cómo las utilizamos. No son vocablos que surjan de la nada, sino que tienen un pasado, una historia, y acaban ocupando un espacio en nuestro vocabulario que no estaba cubierto previamente.
«En el caso de las nuevas tecnologías, las palabras son la puerta más fácil para comenzar a reflexionar sobre cómo funcionan las tecnologías y cómo afectan a nuestro comportamiento», asegura el lingüista. «Creo que esa reflexión empieza a ser urgente no solo en la Academia, sino en la sociedad porque estamos cambiando cosas esenciales de nuestra cultura sin pararnos antes a pensar sobre ello».
Lo cierto es que los hispanohablantes estamos empezando a manejar un idioma nuevo: lo que Alcántara Plá llama el ciberespañol. En lo fundamental, sigue las normas del español tradicional, adaptándose a las mismas reglas gramaticales. Tanto es así, que para formar neologismos como wasapear o tuitear recurrimos al paradigma más regular y productivo para palabras nuevas en el idioma de Cervantes, que son los verbos de la primera conjugación (los acabados en -ar).
Sin embargo, observa el profesor de la Autónoma, muestra alguna peculiaridad interesante. «Una es que se crean a menudo de forma muy consciente, como parte del diseño y de la publicidad de un producto». Basten como ejemplos el nacimiento de Apple como marca o de Bluetooth.
«Esto hace que tengan historias especialmente juguetonas, pero también que debamos analizarlas con más cuidado», previene el autor de Palabras invasoras.
Y puntualiza. «Los amigos y seguidores de las redes sociales tienen esos nombres porque una empresa los ha elegido y es de suponer que en la elección han pesado cuestiones (como sus ganancias económicas) que no tienen por qué coincidir con los intereses generales».
También podría decirse que estamos ante un vocabulario perecedero ya que muchas de esas palabras están relacionadas con productos tecnológicos, por no hablar de la innovación constante de esta industria, que hace envejecer a velocidad de vértigo lo que un día fue el no va más.
[pullquote ]La ortografía que hemos elegido es una convención útil, pero no tiene por qué ser la única[/pullquote]
«Los inventos pasan a ser obsoletos en poco tiempo y, con ellos, los términos específicos con los que los utilizamos. Hay mucho vocabulario informático que ya descansa en paz», afirma Manuel Alcántara Plá.
¿Acaso alguien se acuerda ya de los Pentium, de los XT o de los puertos paralelos con los que los conectábamos las impresoras? «Me pareció importante reconocer su relevancia aunque sus vidas puedan ser breves».
Además del inglés, quizá lo que más esté influyendo de este ciberespañol sobre el español tradicional es la «democratización de la escritura», señala el autor del libro. «Esta última, que ha hecho que casi todo el mundo escriba en cualquier contexto (mientras que antes lo hacían únicamente las personas más formadas y en contextos formales), es la que ha impuesto esas innovaciones ortográficas que se ven con cierto recelo por las autoridades de la Academia.
»Yo creo que son prueba de nuestra creatividad a la hora de comunicarnos lingüísticamente. La ortografía que hemos elegido es una convención útil, pero no tiene por qué ser la única».
Tuit frente a ‘bullying’
La realidad cambia constantemente a nuestro alrededor, naciendo conceptos para los que los idiomas no tienen vocablos que puedan usar para nombrarlos. La adopción de extranjerismos no es un fenómeno extraño.
Como nos cuesta articularlas, los hablantes tendemos a adaptarlas a las peculiaridades de nuestra fonética y ortografía. Ya lo hicimos con fútbol, por ejemplo. Sin embargo, otras se quedan en nuestro idioma con la misma forma y pronunciación que tenían en origen (aunque la RAE recomienda usar glamur, los hablantes siguen prefiriendo glamour).
¿Por qué triunfan ciertas adaptaciones como tuitear o wasapear, mientras que otras se resisten a hacerlo, como el caso de bullying? Alcántara Plá no tiene la respuesta. «En la lengua y en su evolución juegan papeles importantes muchas variables diferentes, y no todas tienen que ver con el propio sistema lingüístico», reflexiona.
«El prestigio social, por ejemplo, es una variable fundamental a la hora de explicar que un neologismo tenga éxito. Un nuevo plato de comida puede funcionar con un término que provenga del francés o del italiano, pero quizás lo tenga más fácil el inglés si se trata de algo tecnológico. No es por cómo son las lenguas, sino por cómo las relacionamos nosotros con ideas y emociones».
El emoticono es el mensaje
Las nuevas tecnologías están cambiando también la manera en la que nos comunicamos. Esto, algo complejo de explicar, invita a la reflexión. «La mayor novedad es que ahora mucha comunicación está mediada por dispositivos», explica el lingüista.
«Nos comunicamos con la familia, con las amistades o con nuestros trabajos a través de aplicaciones de mensajería o de las redes sociales. Nos parece lo mismo que hacíamos antes con mayor comodidad, pero no es solo eso. Estas tecnologías no son neutras. Nos imponen unas formas concretas de comportamiento y obviamente también de comunicación».
«Las lenguas cambian para que comunicarse sea menos costoso en términos de memoria o de esfuerzo físico», afirma Manuel Alcántara Plá en Palabras invasoras. Quizá debido a esa economía lingüística estén triunfando como nunca los emoticonos. De hecho, algunas veces el emoticono funciona «de forma independiente: él mismo puede ser el mensaje».
[pullquote ]Estas tecnologías no son neutras. Nos imponen unas formas concretas de comportamiento y obviamente también de comunicación[/pullquote]
Esto, sin embargo, no es algo nuevo. Como recuerda el autor en su libro, «el aprovechamiento de la tipografía para expresar más que lo que dicen las palabras escritas ha sido una constante en las últimas décadas». Pero sí es cierto que este ciberespañol ha encontrado en estos elementos gráficos una manera eficaz, rápida y concisa de expresar sentimientos, emociones y estados de ánimo. ¿Llegarán a sustituir totalmente a las palabras? ¿Se verá la literatura afectada por ellos?
«Ya existen poemas y novelas en los que los emoticonos tienen un gran protagonismo», afirma Alcántara Plá. «Sergio Artero es el último autor del que he leído un poema de emoticonos. Por otro lado, la poesía visual es anterior a ellos… Otra cosa es que los podamos utilizar en cualquier contexto», aclara.
«De momento, tienen una marca de informalidad fuerte. Nadie los utilizaría para escribir un currículo o una denuncia legal. De nuevo, es una cuestión de prestigio y no de gramática. Podríamos tener una percepción diferente en el futuro».
3 respuestas a «No hay palabras invasoras, sino ‘patchwork’ cultural»
Un artículo interesante. El castellano está lleno de oleadas de préstamos: visigodos, árabes, provenzales, italianos, nahuas, quechuas, franceses y, la última moda, ingleses. Siempre ha pasado y siempre pasará, mientras exista más de un idioma.
Clarín es un famoso diario argentino. Existió uno chileno del mismo nombre, pero su último número salió el día del golpe de Estado de Pinochet, el 11 de septiembre de 1973. Saludos.
Buen artículo Mariángeles!
Como bien dices, en el desarrollo de las lenguas influyen muchos factores, siendo el factor social muy importante. En la variedad está el gusto, la influencia de otras lenguas es algo beneficioso, mientras no sea en detrimento de la nuestra propia. Y sino que se lo digan al inglés
Cierto, Roberto, ‘Clarín’ es argentino. Gracias por el aviso. Ya está corregido. Saludos.