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La insoportable duplicidad del ser

Había pocas personas tan previsoras como ella: todo lo que había en su casa estaba duplicado, aunque fuese innecesario. Había dos juegos de llaves, aunque vivía sola y no tenía a nadie de la suficiente confianza como para dejarle una copia. Tenía dos mantas en el sofá. Dos cafeteras. Dos ordenadores portátiles y dos tarjetas SIM. Cuando alguien intentaba hacerle ver lo absurdo de tanta duplicidad, ella se defendía diciendo que no eran los mismos objetos aunque pudiera parecerlo. Tenía dos cafeteras, sí; pero una era la clásica italiana y la otra, una de cápsulas. Las dos mantas estaban confeccionadas de materiales distintos. Los portátiles estaban dedicados uno a trabajo y otro a ocio. Y las dos tarjetas SIM, igual que los ordenadores, identificaban llamadas profesionales y llamadas personales. Lo de las llaves, decía, era más bien una apuesta de futuro, por si un día encontraba a su príncipe hípster en cualquier coworking de la ciudad. No había manera de hacerla entrar en razón. Vivía feliz en su mundo duplicado.
Igual de absurdo que la actitud previsora de la protagonista del relato es llenar nuestro discurso de redundancias. Y, lo queramos reconocer o no, todos caemos en las mismas duplicidades continuamente. Hablamos de *«pedir cita previa» cuando queremos pasar la ITV del coche. Pero una cita es un encuentro o reunión que se ha acordado con antelación, por lo que acompañarla de «previa» es del todo innecesario. Tampoco es lógico decir que ha sido un *«accidente fortuito». Los accidentes siempre son fortuitos: ocurren por casualidad, inesperadamente.
Las «divisas» siempre son extranjeras, no hace falta insistir. Y una «apología» siempre es a favor de algo. ¿Por qué entonces repetimos que hemos cambiado nuestro dinero en *divisas extranjeras o hacemos *apología a favor de la libertad de expresión?
Si queremos ser previsores como la mujer del cuento, nada que objetar. Pero sí os tocaremos la bocina si *prevéis con antelación. «Prever» siempre es con antelación. A no ser que queráis hacer hincapié en cuánta antelación: lo previó con mucha/poca/suficiente antelación. Ahí, nada que objetar.
*«Ejemplos paradigmáticos» (otra redundancia más) hay muchos. Como decir: *Me amputaron mi brazo. Es obvio que es tu brazo, de nadie más. Tampoco parece innecesario indicar hacia dónde vas cuando subes o bajas, pero que levante la mano quien no haya dicho más de una vez: *«subir arriba» o *«bajar abajo». O quien no busca un *«nexo de unión» entre dos cosas. O quien no ve lo que *«está en vigor actualmente».
Pues eso, que pecadores somos y con el lenguaje nos tropezaremos.

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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