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Y tú más: ¡Pendón!

Que levante la mano la que alguna vez, al salir de casa con esa mini supermini y pintada como una puerta para living la vida loca, no haya sido increpada por su madre con un: ¡Hija, cómo vas, pareces un pendón!

Pendón, usado como insulto, se refiere a una mujer ligera de cascos y con una vida más bien desordenada. Una puta, en una palabra. Aunque tiene también un femenino, pendona, pendón puede ser usado tanto para hombres como para mujeres. ¿Igualdad de género? Quizá sí en la forma, pero no en el fondo. Porque que un señor sea un pendón solo implica que lleva una vida loca, licenciosa, todo el día de aquí para allá, metido en juerga. No practica la prostitución, más bien la consume. Mientras que ella es una «pécora, mujer despreciable y de ninguna estima; tirada», en palabras de Pancracio Celdrán.
¿Cuál es la etimología de esta palabra? Según el DRAE, procede del francés penon, que proviene, a su vez del latín penna (pluma, metafóricamente ala). El vocablo francés fue modificado en castellano por la etimología popular que lo asoció a pendere (colgar), de donde resulta esa «d» que no tiene el francés. Con ese sentido de colgar, viene el nombre que se les da a esos banderones y blasones que adornan los palacios, por ejemplo, y que son la enseña heráldica de sus propietarios. O esas insignias que llevan las cofradías de semana santa precediendo a los pasos.
En sentido figurado, se empezó a llamar así a quien se da a conocer en demasía, más por mal comportamiento que por ser un prócer a quien emular. Según Armando de Miguel, pendones eran también los sobrantes de tela que había en las sastrerías, retales de distintos colores y texturas que se usaban para coser colchas tipo patchwork. Probablemente, nos dice, las prostitutas usaran esos retales para confeccionarse sus vestidos, produciéndose así la metonimia de «pendón» por puta.
A pendón se le han unido calificativos como «verbenero», refiriéndose a aquellos y aquellas que salían a la caza por las verbenas y fiestas populares. O «desorejado», que quizá solo insista en la condición infame del pendón al que acompaña, ya que antiguamente se cortaba las orejas a ciertos reos en señal de humillación extrema.
La RAE da también otra acepción ya en desuso de la palabra:
«5. m. coloq. Persona, especialmente mujer, muy alta, desvaída y desaliñada».
Nada que ver aquí con su comportamiento más o menos libertino, sino que entronca más bien con ese sentido de sobresalir que tiene un estandarte y al grado de suciedad que acumula entre procesión y procesión. Pero aunque da a entender que también puede ser usado para hombres, volvemos al machismo discriminante que tiene el vocablo.
A modo de resumen, un pendón es una «mujer despreciable», «mujer escandalosa, ligera de cascos y a menudo ruin que a su modus vivendi rameril o putesco une mala intención e índole dañina», «pécora», «cabra loca», «sucia e impresentable». Y si hablamos de hombres, es una persona de vida licenciosa, moralmente despreciable. No lo digo yo, lo dice Celdrán en su Gran libro de los insultos.
Ahora bien, ¿sabrían nuestras madres todo lo que nos estaban llamando cuando nos decían pendón? Mejor no preguntarlas.

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