A partir de cierta edad, que según la persona se puede situar en la treintena o en el momento en el que abandonan el nido familiar, te dejas sorprender por cosas que hasta entonces habían pasado por tu lado sin pena ni gloria.
Por supuesto, te sigues deleitando por las cosas de siempre: la música, las fiestas con amigos, los viajes emocionantes, una buena peli o un buen libro. Pero al listado habitual se unen pequeños objetos cotidianos o momentos que nunca imaginaste que te podrían causar placer alguno.
Si has empezado a doblar las bolsas de plástico, a llevar tu propia bolsa a la compra o a elegir ropa según lo fácil de lavar que sea su tela, no te preocupes. Te vas haciendo viejuno, sí; pero a cambio la vida te deparará un sinfín de nuevos placeres que antes te estaban vedados.
Van algunos ejemplos.
Mercados tradicionales
De jóvenes nos interesa lo nuevo y futurista. A medida que pasan los años, nos sorprendemos mirando con melancolía un pequeño comercio o pasando la mañana en un mercado tradicional. No decimos aún «cuarto y mitad» como nuestras abuelas, pero tiempo al tiempo. De momento, empezamos a dar conversación a los comerciantes y a preguntarles qué nos recomiendan llevarnos hoy.
Horarios extraños
Puede haber placer en llegar a casa a las doce de la noche y darte una ducha, en comer muy temprano si te entra hambre o en no comer ese día en absoluto. Una de las ventajas de vivir fuera del núcleo familiar es que nadie cuestione que no hagas las cosas cuando se supone que debes hacerlas.
Aspiradores de escoba o robots
No tienes que montarlos ni sacarlos de la caja cada vez. No tienes que usar un recogedor. Barren y recogen directamente, y eso ahorra mucho tiempo (sobre todo si vienes de la playa). No proporcionan una limpieza a fondo, pero tu casa parece limpia y a ti no te ha costado ningún esfuerzo. Acabas amando esos gadgets casi como si fueran tus mascotas.
Madrugones en fin de semana
Fueron una tortura durante muchos años pero, de repente, un día descubres que madrugar un sábado te aporta una extraña satisfacción: puedes hacer un montón de cosas por la mañana y no tienes sensación de tiempo perdido. Compras, aperitivos, tareas en casa… Hay un mundo entero tras los madrugones de fin de semana.
Cristales limpios
La mampara del baño o las ventanas del salón eran cosas que siempre estaban limpias en la casa familiar. Nunca te preguntaste quién hacía qué para que fuera así. Ahora que sabes que es casi imposible dejarlas impolutas sin utilizar magia, puedes estar horas admirándolas cuando lo consigues.
Ofertas en los supermercados
Si no puedes dejar de devorar los bollos a 30 céntimos de Aldi, o si estás enamorado de la máquina de rebanar pan del Lidl, comprenderás que se puede sentir devoción por un supermercado. Seguro que no lo imaginabas antes de independizarte, pero cuando llevas la economía de tu casa, la cosa cambia.
También puedes encontrar placer en cocinar, algo que antes te podía parecer un tedio y que se convierte en algo interesante cuando puedes experimentar o elegir tus caprichos. Prueba a hacer bizcochos o galletas los domingos por la tarde y luego nos cuentas si es cosa de abuelas.
Orden
Otra cosa que pasa de ser una tortura a ser un placer. Bueno, más que el acto en sí de ordenar, lo es la sensación de ver el resultado. Cuando el espacio en el que te encuentras está ordenado, parece más amplio, todo está en armonía y te sientes más relajado. Además, se vuelve más eficiente: no pierdes minutos preciosos buscando cosas. Ordenar por propia iniciativa es algo que puede dejarte una sonrisa en la cara. Y, si no, que se lo pregunten a Marie Kondo.
Reutilización
La pasión por lo nuevo, por usar y tirar, es sustituida paulatinamente por un curioso gusto por conservar, cuidar y reparar. Empiezas a valorar un vestido de tu madre o un objeto vetusto encontrado en el desván de tu abuelo. Comprendes que estas cosas tienen más valor y las luces con orgullo en lugar de avergonzarte de ellas.
Soledad y silencio
Estar solo parecía el peor de los males, pero ahora te das cuenta de que no solo no es algo negativo, sino de que puedes cogerle el gusto. Hacer planes solo (como visitar una ciudad, asistir a un espectáculo o sentarte en un banco a leer) puede ser una gran experiencia. Lo mismo pasa con el silencio, que antes siempre tratabas de llenar a toda costa. La madurez y la tranquilidad sobre quién eres y qué quieres te hacen valorar los momentos a solas y la quietud de una forma nueva.
Caprichos
Puedes comprarte una moto sin dar explicaciones a nadie. O un móvil ridículamente caro o un vestido que no necesitas. Puedes tatuarte o decorar tu cuerpo como quieras (aunque a menudo descubres que ya no lo quieres). Sí, puedes gastar el dinero en eso si quieres, es tu elección.
Sábados en casa
Lo que antes era un fracaso de tu vida social se convierte, con los años, en un lujo que no siempre puedes tener y que recibes con los brazos abiertos cuando se da. Una película, una lata de cerveza o comida a domicilio (solo o acompañado) pueden suponer un placer tal que hacen que te replantees por qué te atraía tanto asistir a un concierto pop o salir a una discoteca.
Fotos: Pexels.com / Shutterstock
8 respuestas a «Pequeños placeres que nunca pensaste que te fliparían»
Seré rara, pero llevo disfrutando de estas cosas desde que tenía 8 años…
Qué gran verdad Isabel 🙂
Yo también, siempre he pensado que nací viejita
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¡Amén!
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[…] La pasada semana contábamos algunos placeres que, por norma general, se paladean mejor cuando se dispone de la madurez necesaria. Mierda para eso. Nos declaramos en la obligación de abrazar la inmadurez y de reivindicar el síndrome de Peter Pan como el vehículo sin chófer ni rumbo que guía nuestras vidas. […]
El de los caprichitos caros no me va bien¡¡ pero del resto excelente¡ creo que va de la mano con la independencia de la billetera de nuestros padres, en tal caso creo que estaría perfecto que futuras generaciones disfruten de estos placeres mucho mas jóvenes y no vivir ciegos esperando despertar¡