¿Para qué se ha hecho el verano, si no es para dormir siestas que empalmen la comida con la cena y la hora del aperitivo con la de salir de copas? Siestas que Camilo José Cela definía como de pijama, padrenuestro y orinal.
Hay quien las considera una pérdida de tiempo, cosa de vagos y perezosos. Otros aprovechan el alejamiento de la oficina para avanzar el trabajo de septiembre. Y no, no solo son autónomos quienes hacen estas locuras. Son los que se definen como antes muertos que perezosos.
Pero ¿por qué está tan mal vista la pereza? ¿Realmente es algo tan horrendo? Tirando del tópico y respondiendo a la gallega, todo depende.
Si hacemos caso a la definición de la RAE en su primera acepción («tedio o descuido en las cosas a que estamos obligados»), es posible que sí. La obligación antes que la devoción, que decían las abuelas de antaño.
Pero si por pereza nos referimos a dormir más horas, entonces no solo es buena, sino que tendríamos que sindicarnos para luchar por su implantación.
Resulta irónico hablar de dormir en una sociedad que no lo hace, o al menos no lo hace las horas que debiera. No es necesario redundar en los beneficios del sueño. Pero como hace hace demasiado calor para estar gastando neuronas en ciertas lecturas, sirva lo siguiente a modo de resumen: el sueño ayuda a nuestro organismo a repararse, ayuda al crecimiento en los más jóvenes y oxigena nuestro cerebro.
En el artículo The Wisdom of the Sloth: Is Sleep a Lost Virtue?, publicado en Knowing Neurons, apuntan dos razones más por las que deberíamos coger la costumbre de dormir, al menos, ocho horas diarias: previene el cáncer y el Alzheimer. Eso ya son palabras mayores.
Lo cierto es que no nos tomamos en serio la necesidad de dormir. La vigilia puede ser algo tan peligroso como el alcohol, pero no sabemos verlo.
«Después de estar 20 horas despierto, estás tan perjudicado cognitivamente como lo estarías si estuvieras borracho», afirma Mathew Walker, profesor de Neurociencia y Psicología en la Universidad de California en Berkley, y director y fundador del Center of Human Sleep Science.
Hasta tal punto que si condujéramos durante 24 horas sin dormir nada, esa falta de sueño tendría efectos semejantes a cuando llevamos una tasa de alcohol en sangre superior al 0,1%.
«Con el sueño estamos como con el tabaco hace 50 años», explica Walter. «Tenemos todas las evidencias de las enfermedades que puede provocar su falta, pero el público aún no ha sido prevenido contra esto ni la ciencia ha sabido comunicarlo, al contrario de lo que sí ha sabido hacer sobre fumar».
El problema que tenemos en Occidente es que no dejan de llegarnos mensajes a favor de estar activos y productivos todo el día. Y en esa productividad a saco no entra el sueño ni la pereza entendida como una manera más lenta de hacer las cosas.
Someter las rutinas a un ritmo frenético, hacerlo todo muy deprisa, parece ser la norma en la sociedad actual. Si algo va más lento de lo que nuestros cánones mandan, se encienden las alarmas.
«Esta velocidad está correlacionada con un alto riesgo de infarto y de enfermedades respiratorias», advertía el psicólogo Luis Muiño en una entrevista para la COPE.
«La gente que va más rápido suele cometer muchísimos más errores» que aquellos individuos clasificados como de tiempo cognitivo lento, continuaba explicando Muiño. Y no son pocos los genios englobados en esa última categoría. Darwin y Einstein lo eran.
Quizá sea esa manera más lenta de proceder la que les dé fama de perezoso a estas personas con altas capacidades cognitivas.
Así lo explicaba Ares Anfruns, psicoterapeuta y coach del Institut Gomà de Barcelona, en un artículo de El País: «Las personas con altas capacidades intelectuales se caracterizan, entre otras cosas, por comprender ideas complejas y abstractas y por poseer un comportamiento creativo a la hora de encontrar soluciones».
«Su gran habilidad es su mente pensante y es ahí donde pasan muchas más horas que otras personas elaborando ideas, creando diferentes escenarios de una misma situación, asociando distintos contextos y buscando resultados diferentes».
«Debido a esta condición su ritmo para pasar a la acción y ponerse en marcha es diferente al de otros; no es que no lo hagan, sino que lo retardan. En mi opinión, no es la pereza lo que les define, sino un ritmo diferente».
Así pues, durmamos la siesta en cualquiera de sus modalidades y soltemos el pie del acelerador de la vida. Si lo llaman, pereza, que lo llamen, qué más da. No todo el mundo la ve como un vicio a evitar.
El propio Bill Gates dijo en alguna ocasión: «Siempre voy a elegir a una persona perezosa para hacer un trabajo difícil porque sabrá encontrar una manera fácil de hacerlo». Y no es el cofundador de Microsoft precisamente un modelo de fracasado.
Conviene pararse a pensar, a contemplar, a no hacer nada. Y eso lleva un esfuerzo, aunque parezca lo contrario. Ya lo dijo Oscar Wilde, «no hacer nada es lo más difícil del mundo; lo más difícil y lo más intelectual».