En 2010, el laboratorio de lingüística forense de Sheila Queralt recibe un encargo policial. Una mujer ha estado recibiendo cartas anónimas amenazantes y la policía no era capaz de encontrar un sospechoso. El equipo de Queralt debía analizarlas para tratar de establecer un perfil lingüístico del autor o autora de esas misivas con el que empezar a buscar un culpable. Enseguida pudieron ver ciertos rasgos similares en todas las cartas que les dieron para analizar, rasgos idiosincráticos, como los saludos o las despedidas. Pero, por otro lado, también había otros rasgos que las hacían distintas entre sí. Tanto como para no poder decir a ciencia cierta que todas hubiesen estado escritas por la misma persona.
Tiempo después, la mujer apareció muerta y se sospechó de un posible crimen de violencia de género, por lo que la expareja de la víctima fue detenida. Todo parecía indicar que era el culpable, a pesar de que él insistía en su inocencia. Pero en el último momento, la psiquiatra de la víctima entró en escena y desveló que padecía múltiple personalidad. Y eso, dedujeron Sheila Queralt y su equipo, explicaba las inconsistencias lingüísticas halladas en las cartas.
Este es uno de los 50 casos que la lingüista forense expone y analiza en su último libro, Atrapados por la lengua (Larousse, 2021). Si quieres saber cómo acaba y conocer más detalles del análisis que realizaron Queralt y su equipo, tendrás que leerlo.
Queralt cuenta que este fue el caso que más quebraderos de cabeza le ha dado. Tanto, que asegura que aún tienen clavada la espinita de saber si ese es un patrón común en todas las personas con personalidad múltiple o si simplemente ocurrió en este caso particular. «Este da para una tesis», comenta.
Porque, por mucho que se esmere un delincuente en tratar de borrar su rastro en la comisión de un delito donde esté implicada su manera de hablar o de escribir, siempre habrá una huella que le delate. Ahora bien, ¿podría decirse que hay un lenguaje criminal específico? «No en todos los delincuentes, pero sí en determinados delitos», afirma Queralt. «Sí que es verdad que hemos observado patrones específicos de cierto tipo de delincuentes por tipo de delito». Por ejemplo, en infanticidas, a la hora de hacer declaraciones ante un juez o en la manera en la que intentan encubrir su crimen y evitar decir toda la verdad; o, en el caso de estafadores en serie, las estrategias que utilizan para engañar a la víctima.
Queralt analiza algunos de los casos más conocidos de criminales que han podido ser atrapados por su manera de escribir o de hablar, en el caso de llamadas telefónicas. No todos han sido crímenes horripilantes y tremendamente mediáticos, como los de Anabel Segura o Diana Quer, si nos centramos en España; o el del Unabomber que sirvió de argumento para la serie del mismo nombre, el asesino del zodiaco o el mismísimo Jack el Destripador. También analiza otros casos más de andar por casa como divorcios, estafas o plagios. Y no deja de lado otras cuestiones como la necesidad de un lenguaje claro en las sentencias y un aviso a navegantes: siempre soltarás algo por la boca (o por el teclado de tu móvil) que te delate.
«Lo primero que hacemos, cuando nos llega un caso, es hacer un análisis preliminar para determinar si, efectivamente, vamos a poder hacer algo o no», explica Sheila Queralt sobre el proceso. En ese análisis exprés, como ella lo denomina, en especial si se trata de un mensaje en formato digital, se fijan en las abreviaturas, los insultos, en palabras concretas, en las faltas de ortografía, la estructuración del texto (cuántos párrafos hay, cuántas palabras se usan por frase, etc.). De esta manera, continúa diciendo la lingüista forense, el laboratorio que dirige puede determinar si van a poder hacer algo con ese análisis o no.
«Detectamos si hay cosas, rasgos idiosincráticos, particulares, de esa persona. Y, además, si van a apoyar la hipótesis del cliente. Si se trata de la policía, no, aquí da igual la hipótesis, pero si es un cliente particular, por ejemplo, en un caso de divorcio, pues obviamente le va a interesar que lo hagamos si va a ir en la línea de lo que a esta persona le interesa descubrir o no». Y concluye: «Después ya, en el análisis para hacer la pericial, aquí sí que vamos a ir a todos los detalles. Vamos a mirar léxico, sintaxis, la pragmática…».
La profundidad del análisis dependerá, en gran parte, del tiempo que se le dé al laboratorio para analizar las pruebas aportadas. De ahí que pueda ocurrir que se pasen por alto algunos de esos rasgos. Aunque Queralt puntualiza: «No es que se nos pase el rasgo por alto, sino que por la cantidad de tiempo que tenemos, dependiendo de la investigación, no lo podemos analizar porque nos llevaría muchísimo tiempo. Ese rasgo no lo tenemos en cuenta en ese análisis porque tenemos otros rasgos que ya nos pueden ayudar a concluir».
Si alguien está pensando en la inteligencia artificial y en el deep fake para burlar a los investigadores a la hora de cometer un delito, malas noticias. Si bien es cierto que la tecnología puede conseguir engañar al ojo en un primer vistazo (al anuncio de una conocida marca de cerveza que usa el deep fake para devolver a la vida a Lola Flores nos remitimos), la lingüista forense asegura que «todavía no hay ninguna inteligencia artificial capaz de reproducir todos los rasgos del lenguaje de una persona».
No, al menos, al cien por cien. «¡Y recemos por que no lo consigan!», bromea entre risas. «Hay ciertos patrones que no son capaces de imitar. Sí que es verdad que reproducen muy bien el tema acústico, la producción del sonido, pero no reproducen tan bien, por ejemplo, el análisis más lingüístico, lo que tenemos más en mente de cómo estructurar un discurso, qué palabras utilizaría…». Y ahí se detiene. «¡No quiero dar muchas pistas, ja ja ja ja!».
El libro de Queralt repasa casos en los que el malote en cuestión ha podido ser condenado por los rastros que ha dejado en su manera de expresarse, pero también habla de otros (no pocos) en los que el acusado ha conseguido ser absuelto por la misma razón. El más célebre es el de Óscar Sánchez, detenido en 2010 por la policía napolitana acusado de narcotráfico y encarcelado en aquel país durante 20 meses. Las primeras periciales que realizaron los forenses italianos afirmaban que era la voz de Sánchez la que se escuchaba en las grabaciones que obtuvo la policía, y en las que se hablaba de venta de drogas.
Los amigos y familiares del detenido, seguros de su inocencia, contrataron los servicios del laboratorio de la autora, Laboratorio SQ-Lingüistas Forenses, que pudieron determinar que no era Óscar Sánchez quien hablaba en esas grabaciones. La voz que allí se escuchaba hablaba en español latinoamericano, nada que ver con la variedad lingüística de Sánchez. Esa fue una de las pruebas que aportaron, junto a un análisis más detallado que tiró por tierra las primeras y erróneas conclusiones de los forenses italianos. La identidad de Sánchez había sido suplantada por un narcotraficante, determinaron. De esta manera, acabó su pesadilla.
Atrapados por la lengua concluye con una recopilación de curiosidades en torno a la lingüística forense que paliarán, en parte, la desazón que deja no poder conocer todos los detalles de algunos casos que la autora explica en su obra por estar aún pendientes de juicio. Cosas como que es posible atrapar a un culpable, aunque se tengan grabaciones suyas en dos idiomas diferentes, o incluso que se pueda detectar la probabilidad de que un hablante tenga párkinson. Aunque el mensaje más claro que trasmite Queralt hace referencia a un refrán: por la boca muere el pez. Cuidadín con lo que dices.