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El shock del presente

En los bajos de bases militares repartidas por Estados Unidos, jóvenes soldados pilotan aviones que vuelan a miles de kilómetros de distancia de aquí. Lo hacen desde búnkeres sin luz natural, rodeados de pantallas de ordenador que simulan las condiciones de una cabina de avión real. Los vehículos aéreos no tripulados o drones se han convertido en las nuevas máquinas de matar del siglo XXI, el aliado perfecto de gobernantes que ordenan desarrollar operaciones letales en Medio Oriente sin poner en riesgo las vidas de sus soldados ante una opinión pública sensible a estas bajas. El futuro de los drones no solo está garantizado, el ejército estadounidense tiene previsto aumentar el número de misiones realizadas por este tipo de aviones en el futuro. El debate ético está servido pero lo dejaremos para otra ocasión.
Cuando el teórico de nuevos medios Douglas Rushkoff estudió a esta nueva especie de pilotos se llevó una sorpresa. La lejanía y protección que proporcionaban la realización de estas misiones desde la seguridad de una instalación militar no se traducían en un mejor bienestar psicológico, frente a los pilotos de guerra tradicionales.
“Encontré personas confusas, atrapadas por sentimientos de culpa y muy conscientes de las vidas que estaban eliminando. El 34% sufría agotamiento mental y el 25%, trastornos psíquicos que requerían tratamiento. Todo esto a pesar de que las fuerzas aéreas siempre buscan los pilotos más equilibrados para realizar estas misiones”, explica Rushkoff.
En las vidas de estos soldados, descubrió un ejemplo más de lo que llama “el shock del presentismo” en su libro Present Shock. Una aflicción cada vez más presente en los humanos que visitan el mundo digital a diario.
“Si eres un piloto de guerra, despegas, realizas tu misión, aterrizas en una base en Irak y a la vuelta te vas a conversar con tus compañeros para comentar lo que ha pasado. Vives en un contexto de guerra. Un piloto de drones, en cambio, pasa el día matando y disparando cosas en una cabina de simulación en la periferia de Las Vegas. Cuando acaba su jornada laboral se sube a un coche y se va a casa. Una vez allí cena con su mujer y su hija, que le cuenta lo que le ha pasado en clase ese día, mientras le pide a su pareja que le acerque el plato de patatas. Viven dos realidades paralelas que se convierten en un gran generador de estrés. Cuando le da las buenas noches a su hija tiene marcado en la retina el número de personas que ha matado esa mañana”, relata el pensador en una entrevista telefónica con Yorokobu.
El caso de los pilotos de drones, según él, es solo un ejemplo extremo de cómo la tecnología está dictando nuestras vidas en vez de ser al contrario. El intento de adaptar los ciclos naturales del ser humano a la tecnología genera “una gigantesca disonancia cognitiva” que hace que mucha gente “pierda los papeles”. La tecnología, defiende Rushkoff, facilita poder llevar este tipo de vida, pero no sin consecuencias.
En su libro, el autor se refiere a esta aflicción como ‘digiphrenia’, la frustración generada por nuestra incapacidad de manejar nuestras actividades e identidades múltiples que tenemos en internet.
“Cuando un ordenador tiene una serie de problemas, asigna una porción de su memoria a cada tarea. Cada sección trabaja y envía una respuesta de manera simultánea. Los humanos, en cambio, no funcionamos así. Un buen camarero es capaz de diseñar una estrategia para servir a cuatro mesas de la manera más eficiente posible, pero nunca a la vez”, explica en el capítulo sobre digiphrenia en Present Shock.
Sobre la baja productividad que genera el multitasking ya se ha escrito mucho, pero Rushkoff profundiza sobre sus efectos. “En un mundo digital cometemos el error de pensar que el tiempo en el que se mueven las máquinas lo podemos aplicar a nuestras vidas. Nuestro universo digital siempre está encendido, nosotros no. Los tuits siempre se están publicando en Twitter pero aspirar a leerlos todos es una locura. Las interrupciones agotan nuestras habilidades cognitivas. Crean la sensación de que necesitamos estar al día para no perder el contacto con el presente. Es un objetivo falaz”.
[pullquote] «Hemos conseguido trasladar el modelo industrial antiguo al mundo digital cuando deberíamos estar haciendo todo lo contrario. Nuestra sociedad se ha reorientado hacia el presente. Todo está en vivo, tiempo real y siempre encendido”[/pullquote]
Con todo esto Rushkoff no dice ser un ludita ni antiprogreso. Su intención “no es meter miedo”. El escritor lleva estudiando y participando en la evolución digital desde los comienzos de internet. Su decepción surge de la mala aplicación que se está haciendo de ella. “Cuando empezó internet era un medio que nos iba a salvar de la tiranía de la mentalidad ‘el tiempo es dinero’. Íbamos a poder programar nuestras vidas de otra forma. Trabajar en calzoncillos hasta que llegó Wired Magazine y el debate de repente se convirtió en cómo mejorar las perspectivas de los viejos actores en bolsa o crear otros nuevos que se llevan todo el pastel. Hemos conseguido trasladar el modelo industrial antiguo al mundo digital cuando deberíamos estar haciendo todo lo contrario. Nuestra sociedad se ha reorientado hacia el presente. Todo está en vivo, tiempo real y siempre encendido”.
El presentismo no nos dirige a un estado zen. “Nos hace existir en un presente distraído en el que las fuerzas en la periferia son magnificadas (…). Nuestra habilidad para realizar un plan y seguirlo es interrumpido por un gran número de impactos externos. En vez de encontrar un camino estable aquí y ahora, acabamos reaccionando de manera improvisada a todos los asaltos que se presentan a lo largo del día”.
Según el pensador neoyorquino, el medio de comunicación que mejor representa este ‘shock del presentismo’ es Gawker Media, que gestiona algunos de los blogs más leídos del mundo. “Están absolutamente abnegados por ello. Funcionan con redacciones llenas de chavales tomando Speed y Ritalin, que intentan responder de forma casi instantánea a los trending topics en internet. Cada uno está obligado a escribir una media de 12 artículos al día”.
“De esta misma forma, Silicon Valley crea campus aislados en los que sus empleados tienen todo lo que necesitan para trabajar. En los baños, empresas como Google tienen pantallas en la que se puede practicar código mientras estás sentado en el váter. Estos espacios son muy bonitos, todo el mundo parece que lo está pasando muy bien. Pero en realidad son naves espaciales organizadas meticulosamente para desconectar y aislarse del paso del tiempo y los ciclos naturales del ser humano para trabajar a cualquier hora”, añade en el capítulo sobre digiphrenia. “De repente, encontramos que el modo de vida, antes reservado a controladores aéreos y operadoras de 112, se vuelve algo casi normal”.
Esto no significa que la tecnología no pueda ser empleada para reducir esa sensación de digiphrenia. “Lo vemos con la industria logística, que utiliza programas complejos para seguir y calcular las rutas más eficientes para que los conductores de camiones lleguen a su destino y logren, de este modo, reducir su estrés. Los móviles tienen, cada vez más, opciones para configurar qué llamadas aceptas en cada momento o los emails de personas en tu lista de importantes. Tenemos que acostumbrarnos a que cuando entra un email no hay que responder enseguida. No es el tiempo real. Configura tus dispositivos para no vivir a merced de ellos”.
(Foto: Wired)

La compresión inexorable del tiempo

Cuando ICE, la plataforma de trading de derivados, compró la bolsa de Nueva York en diciembre de 2012, medios como The Wall Street Journal mostraron su sorpresa. “Una plataforma más joven que Justin Bieber estaba a punto de adquirir la NYSE con una historia que retrotrae a 1792”. Para algunos analistas financieros era una muestra del poder de la tecnología y la innovación frente a una bolsa antigua y anquilosada. A Rushkoff le llamó la atención otra cosa. “El mercado tradicional acabó en manos de su propia abstracción”.
En un sistema capitalista, los distintos actores en una inversión financiera se han acostumbrado a recibir un retorno en un periodo de tiempo cada vez más corto. “Cuando los financieros encontraron que los mercados eran incapaces de dar el rendimiento casi instantáneo que esperaban, crearon instrumentos capaces de comprimir todavía más el tiempo”, explica el neoyorquino. “En vez de comprar acciones, los derivados permiten a inversores apostar sobre el valor cambiante de este instrumento en el futuro”.
Pero detrás de estas operaciones hay una abstracción artificial del tiempo. El inversor está empaquetando algo que pasará en el futuro y trasladándolo al presente. Este proceso se puede “repetir casi hasta el infinito. Los traders pueden apostar sobre el precio futuro de los derivados. En cada paso se vuelve más abstracto, más expuesto y más comprimido en el tiempo”.
[pullquote align=»right»]“El mercado tradicional ha acabado en manos de su propia abstracción”[/pullquote]
En la carrera inexorable para evadir los límites del reloj, la rapidez de la tecnología juega un papel importantísimo para ganar al rival. “Cada vez más, las operaciones financieras están diseñadas para evitar los límites del tiempo”, añade.
Los grandes bancos contratan a científicos y matemáticos para desarrollar algoritmos que esconden sus operaciones de sus competidores. Estas fórmulas matemáticas permiten dividir gigantescas compras de acciones en miles de pequeñas compras dispersas para que parezca que es algo que ha ocurrido al azar. Se pierde y se ganan miles de millones de euros en cuestión de segundos.
Los bancos también despliegan algoritmos defensivos cuyo objetivo es interceptar esos movimientos. “Este baile algorítmico conocido como black box trading ocupa el 70% de los movimientos de Wall Street”.
La velocidad lo es todo hasta el punto de que cuanto más cercano esté tu ordenador de los centros de servidores, más ventaja competitiva ganas al poder realizar tus operaciones en un microsegundo más rápido que tu rival.
¿Pero cuál es el problema con dejar tanto poder a los algoritmos para decidir el destino de estas operaciones? Los riesgos están en la volatilidad que genera esta rapidez y los errores que eso puede generar. “Una bolsa impulsada por algoritmos está muy bien hasta que el mercado de improviso pierde 1.000 puntos en un minuto gracias a lo que ahora se llama un flash crash. Los algoritmos se meten en un bucle infinito causando caídas espectaculares. A los algoritmos no les importa el valor de una inversión. Solo les importa la operación en el presente. Cuando el único valor que queda es el tiempo, el mundo se convierte en un reloj”.
Algunos traders ya están optando por ignorar esta forma de hacer las cosas, eligiendo operar en los márgenes de este baile de tecnología instantánea. Pero la excesiva dejación de funciones a los algoritmos es algo que Rushkoff prevé que será cada vez más prevalente en todas nuestras áreas de conocimiento y la gobernanza. “Se trata de una mala programación para servir los intereses de los de siempre”.

El humano que se enfrentó a la lógica de la máquina

Unos meses después de la publicación del libro Present Shock, salió a la luz la existencia del programa Prism desarrollado por la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) en Estados Unidos. Un escándalo cuyas ramificaciones siguen siendo inciertas pero que, inevitablemente, ya se está comparando con Watergate. Rushkoff, una vez más, no pudo resistirse a añadir su punto de vista a lo que acababa de acontecer en contexto del ‘shock del presentismo’.
“Las prisas por emplear la tecnología se ha convertido en algo automático. La tentación era demasiado grande para que el gobierno se resistiera a usar esos datos que están en la red, especialmente cuando esa labor se delega a las máquinas”, escribió en su blog el pasado 10 de junio.
Preguntado directamente sobre el escándalo, el escritor lamentó lo “naive que podemos llegar a ser”, pero a la vez agradeció el estallido del escándalo como pretexto para “volver a hablar de un tema tan importante como este”.
[pullquote align=»right»]“La decisión de Ed Snowden de denunciar lo que estaba ocurriendo en el seno de los servicios secretos estadounidenses representa la intervención sensata de un humano en una situación que se estaba yendo de las manos”[/pullquote]
“¿Qué pensábamos que iba a pasar? Compartimos todo lo que hacemos y esos paquetes de información pasan por muchos intermediarios. Nos encanta tener un gmail gratuito, pero eso tiene un coste. El pago a estos servicios son tus datos. El programa Prism era ya un secreto a voces. He tenido un par de estudiantes que me han confesado que existía este proyecto pero no pude convencerles para que me dejaran escribir sobre ello. A pesar de lo grave que pueda ser, me gusta que haya salido esta información porque por fin empezamos a darnos cuenta de que esto es real. Cuando escuchamos a Obama diciendo que no nos preocupemos, que no están escuchando nuestras conversaciones, lo que dice en realidad es irrelevante. Las conversaciones es lo de menos. Los datos es lo que se pueden usar para saber lo que vamos a decir antes de manifestarlo. No les importa que hables cuando tomas drogas, les importa que estés tomando drogas. No son unos agentes sentados en una furgoneta interceptando tus llamadas en las inmediaciones de tu casa. Es algo mucho más sofisticado que eso”.
Para Rushkoff la mejor arma para luchar contra la parálisis inducida por el shock del presente es la intervención humana. “La decisión de Ed Snowden de denunciar lo que estaba ocurriendo en el seno de los servicios secretos estadounidenses representa la intervención sensata de un humano en una situación que se estaba yendo de las manos”.
“Él es un héroe porque se dio cuenta de que nuestra humanidad estaba siendo comprometida por la implementación ciega de unas máquinas con el pretexto de protegernos”.

Por Marcus Hurst

Marcus Hurst es Cofundador de Yorokobu y Redactor Jefe de Ling Magazine. Puedes seguirle en @marcushurst

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