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El orgulloso clan de los Pronombres Demostrativos

Pues resulta que había una familia de pronombres que se creían distintos a los demás. Parecían simpáticos. Al fin y al cabo, compartían raíces con sus primos los adjetivos. Se les conocía como Pronombres Demostrativos o el ‘Clan de los éste, ésa, aquéllos’. Tan distintos se creían, tan privilegiados, que acostumbraban a ponerse un sombrero en forma de tilde saltándose todas las Leyes Ortográficas que regían el país de las Letras. Todo para no ser confundidos con el resto de la plebe. Porque ellos eran eso: PRONOMBRES.
Pero un día, la Reina Academia, convencida de que todos eran iguales ante la ley, decidió acabar con todos sus privilegios y les despojó de su sombrero para siempre, obligándoles a acatar la regla de las palabras llanas y de las palabras agudas.
Fin del cuento.

Los pronombres de esta historia son “este, esta, estos, estas, ese, esa, esos, esas, aquel, aquella, aquellos y aquellas”, y ya no llevan nunca el acento gráfico. Y si la RAE dice “nunca”, es nunca. Argumenta que prevalecen otras dos reglas ortográficas que nos dicen que las palabras llanas que acaban en vocal, ‘n’ o ‘s’ no llevan tilde, como tampoco la llevan las agudas que no acaban en vocal, ‘n’ o ‘s’. Es el caso que nos ocupa.

Pero si hubiera ambigüedad sí la pondríamos, ¿no?, os preguntaréis. ¿Adivináis? Efectivamente, tampoco se pone tilde. En su opinión, las posibles ambigüedades vendrían aclaradas por el contexto o pueden resolverse por otras vías como una puntuación adecuada, la inclusión de algún elemento que impida el doble sentido o un cambio en el orden de las palabras que fuerce a una sola de las interpretaciones. O sea, muy cómodo, lo que se dice muy cómodo, no es. Un botón de muestra: en la frase de abajo, ¿’aquellos’ es el sujeto, o sea, quienes compraron libros usados? ¿O acompaña al sustantivo ‘libros’?
“¿Por qué compraron aquellos libros usados?”
¡Ale, ale, a darle vueltas al coco! Ahí os lo dejo.
En resumen, que se acabó eso de distinguir palabras con un simple golpe de vista. Ahora toca pensar un poquito más en lo que se está leyendo. Y como me pasaba con el caso de “solo”, tampoco me gusta mucho. Pero como tengo a los señores y señoras (pocas, denuncio) de la RAE por gente muy sabia cuyos consejos conviene seguir, les voy a hacer caso y no pondré el acento ortográfico a ningún ‘este’, ‘esa’, ‘aquellos’ y otros miembros de su clan. Que me convierta, si no, en Belén Esteban y me condenen a desgañitarme en Sálvame durante el resto de mi mortal existencia. Aunque, bien pensado, como liberación de estrés eso de berrear no estaría nada mal…
Imagen de Wikimedia.org

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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