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Los punks negros que triunfaron (mucho) después de la muerte

Llego tarde a todo siempre. Llegué tarde a Jeff Buckley, al que descubrí cuando se ahogó en un río del sur de los Estados Unidos. Llegué tarde a Elliot Smith, al que descubrí cuando apareció apuñalado por la espalda en su propia casa. Llegué tarde al periodismo, cuando todo el mundo se había hecho rico vendiendo revistas de papel.

Me ha vuelto a ocurrir con un documental y una banda imprescindible a los que llego seis años después de su reflotamiento. Como ves, soy un retrasado. No es consuelo, pero más tarde le llegó el éxito a Death, la banda a la que se dedica este Piensódromo.

Es muy probable que conozcas la historia de Sixto ‘Sugar Man’ Rodríguez, un cantautor que sacó un par de discos que quedaron en el olvido a principios de los 70. 20 años después, esos discos se reeditaron en Sudáfrica y, en 2012, un oscarizado documental algo tramposo llamado Searching for Sugar Man le catapultó a la fama mundial.

Un año antes de ese 2012, otro documental contó una historia parecida aún más sorprendente. Eran negros, también de Detroit, como Rodríguez, eran punkis y se llamaban Death. Su historia se cuenta en A band called Death y aquí va un somero resumen de su entrañable trayectoria.

Negros, del gueto y punks

Los hermanos Hackney eran, por supuesto, hermanos. Vivían en una casa unifamiliar de un suburbio de Detroit, de esos que salen ahora machacados en las pelis de Michael Moore. Estaban, como ves, en un barrio negro, en la ciudad de la Motown y en los albores de los años 70.

Una indemnización por un accidente de su madre les proporcionó los instrumentos que necesitaban para dar rienda suelta a sus inquietudes musicales.

Por alguna extraña confluencia cósmica, en la ciudad de la Motown, siendo ellos negros y tocando en los 70, no fue funk o soul lo que comenzó a sonar en la sala de la primera planta de su casa, la habitación en la que ensayaban apelotonados. Fue punk. O lo que se hacía en las primera etapas del punk y que los idiotas pedantes llamamos protopunk. (Detroit sería también una de las ciudades más punks y rockeras del planeta, pero eso te lo cuento otro día).

Así comenzó la historia de Death. Y ahí, prácticamente, terminó. Grabaron un disco que no consiguieron editar, editaron 500 copias de un single de 7 pulgadas y el máster de la grabación se quedó olvidado en una vieja maleta del trastero de la casa familiar.

David Hackney, el hermano que atesoraba la capacidad de componer y el que ideó el concepto y la filosofía del grupo, tiró por un lado. Sus hermanos, por otro totalmente diferente. Y así pasaron los años. David penó por las procelosas aguas del alcoholismo hasta que un cáncer de pulmón acabó con él en marzo de 2000.

¿Fin de la historia? ¡No!

Un coleccionista de discos encontró unas de aquellas 500 copias en una tienda de discos en 2008. El típico single que te llevas porque te llama la atención el nombre de la banda o de la canción y al que no se le da más importancia hasta que lo pones en el plato.

Ese coleccionista no era un tipo cualquiera. Era Jello Biafra, la leyenda del punk, y acabó contando el hallazgo a Ben Blackwell, un músico que tampoco es un cualquiera y que estaba escribiendo un libro.

Sin entrar mucho en los detalles, que mola descubrir en la película, y por un cúmulo de circunstancias, las canciones de ese ‘insignificante’ single de Death acabaron colgadas en la revista Chunklet, de la que Blackwell era colaborador.

Por otro cúmulo de circunstancias, una persona acabó escuchando una de esas canciones de Death y fue a contárselo a un amigo, que es lo que hacen los enfermos de la música cuando descubren algo con lo que flipan. Ese amigo fue a buscar a la banda en internet y escuchó las dos canciones. Boom.

– Eh, un momento. ¡Ese que canta es mi padre!

Efectivamente, ese amigo era el hijo del cantante y bajista de Death Bobby Hackney que, por supuesto, ni siquiera sabía de la existencia de la banda.

El resto es la historia de la resurrección de Death de la muerte (nótese el fino chascarrillo), su surgimiento del underground más underground, la recuperación del másterla edición del disco que nunca se llegó a editar, la interpretación de las canciones en directo por parte de los hijos de los Hackney senior y, finalmente, la vuelta a los escenarios de los Hackney originales sin, claro, David, que no pudo resucitar.

Death -  Politicians in my eyes

Y ya que estamos con la música…

canela

Están los festivales mamotreto, que te traen a bandas que suenan como un cañón en un escenario gigante. Eso está bien. Pero conviene revisar el discreto encanto de los festivales organizados casi sin patrocinios, con carteles confeccionados con orfebrería presupuestaria, que buscan el talento escondido y propuestas alternativas y que han sido montados con el tiempo de personas que creen que montarlos es una misión evangélica.

En tres semanas tenemos el Canela Party, en Málaga, el pitote más divertido y underground del verano. Con sus Fucked up, sus Punsetes, sus disfraces y su confeti. To guapo ahí, primo.

En algo más de un mes, la Experiencia Espantapitas, en Vera (Almería) con todos los grupitos que gusta escuchar en verano cuando te alejas del asfalto y con el amor festivalero de las cosas hechas con oficio.

En septiembre está el Ruidismo, en Bullas (Murcia), en el que un entorno deliciosamente rural recibe a las bandas independientes que serán cabezas de cartel en festivales gordos en unos pocos años.

Y, en general, el verano está trufados de estas cosicas que la gente que merece la pena hace con mucho esfuerzo y poco dinero para que haya algo en lugares en los que casi nunca hay nada. Id. Y si no, el que se va soy yo, que me largo de vacaciones.

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