No somos ajenos al entorno que nos rodea. No vivimos en una torre de marfil revolcándonos entre los Pulitzer que no tenemos o quemando las ruedas de los Ferraris que aún no poseemos. Por eso, hemos tomado el pulso de la opinión de nuestros lectores y hemos reaccionado en consecuencia.
Tenemos que confesar que nunca imaginamos que hubiera tantas personas dispuestas a quemarse a lo bonzo con tal de defender una mierda tan grande como el invierno pero así es y no podemos hacer oídos sordos a tal corriente.
Tampoco pensamos que hubiera nadie que pudiera tomarse en serio unos chistes (magníficos, sin ningún genero de dudas) acerca de la fría estación. Pero oye, así son las cosas y no se dejan nunca de aprender cosas nuevas. Por todo ello, continuamos hoy nuestra serie ¿Por qué es todo una mierda, incluyendo este post? con la necesaria entrega relativa al estío. Queremos restablecer el equilibrio en el cosmos y repartir con justicia el mal rollo también entre los amantes de la calurosa estación.
El verano era la época del año deseada por todos. Se contaban las hojas del calendario para la llegada del solsticio, de la manga corta, de los días largos. Cuando alguien se iba de vacaciones, sus compañeros de trabajo se quedaban en la oficina jodidos y esos dos universos transcurrían paralelos y en equilibrio, cada uno a su propio ritmo. Hasta que llegó Instagram y la armonía se fue a tomar por saco.
Los que andaban de descanso comenzaron a subir fotos de tintos de verano en chiringuitos de la Costa del Sol, bodegones de pies con paisajes de fondo y fotos cenitales de parrilladas de pescado. Se acabó la paz y comenzaron las tensiones. Eso fue solo el principio. Hay mucho más.
Vuelo Madrid – Móstoles, 237 euros. Noche de hotel, 141 euros. Una ración de sepia rancia, 19 euros. Doble de cerveza, 6 euros.
Y tú, que llevas 6 meses, ahorrando hasta la última pela, te consuelas durante todo el mes de agosto repitiendo como un mantra, una y otra vez, la frase «un día es un día» o «la vida está para disfrutarla». Hasta septiembre. Que el día deja de ser un día, la vida ya no se disfruta tanto y al mirar la cuenta corriente solo te queda la salida de huir a vendimiar a Francia para que no te desahucien por impago de la hipoteca.
La octava plaga tras las siete de Egipto. ¿Recordáis lo de quejaros por la invasión en estas fechas de los paletos de provincias ávidos de sobrepoblar los comercios de la gran urbe? Pues imaginad la gracia que hace cuando llegáis, con la delicadeza de la marabunta, a incluso las playas más recónditas y escondidas.
Dejáis vuestros coches mal aparcados, las tapas de las latas de atún semienterradas en la arena y nos miráis con ese aire hegemónico, muy parecido al que tienen los británicos cuando entrar en un club colonial en África.
Intentamos quereros: a vosotros y a vuestro dólares. Pero no nos lo ponéis nada fácil.
Esto, lo que denota sin atisbo de duda, es que Dios ha pergeñado un plan para joder la vida a los gafotas. Si no se puede vivir en paz con gafas ni en invierno ni en verano, ¿por qué me haces miope, sádico de las pelotas?
La culpa es de Franco. O de Vale Music, el sello discográfico que ofreció refugio a la mayoría de triunfitos. Alguien, en la época en la que en España se podía dormir con la puerta de casa abierta, decidió que en verano a la gente le apetecía escuchar música putrefacta en lugar de optar por el mismo patrón de calidad que el resto del año.
La cosa debió empezar como una broma: «Les intentamos colar estas canciones de mierda y oye, si cuela, cuela y nos echamos unas risas». Pero el chiste se fue de madre y lo que empezó con canciones de Concha Piquer o Celia Gámez, terminó de malísima manera.
Ahí nos vimos los españoles con El Koala, Georgie Dann y Juan Magán, quien a día de hoy aún no ha entregado las armas ni ha pedido perdón a las víctimas.
Los días no se acaban nunca. Y cuando se acaban y decides salir a la calle porque se ha hecho de noche y quieres tomar un poco el fresco, se hace de día otra vez enseguida. Te tomas 30 cervezas, siete gintonics y cuatro pastillas de éxtasis y ¡chas!, otra vez de día. Otra vez a sudar, si bien, a partir de las 6 de la mañana de una noche de juerga, el fluido expelido por tu cuerpo esté muy cercano a ser radiactivo.
Ni para jóvenes. Dicen que las noches con temperaturas superiores a 25 grados centígrados, el poco sueño que se consigue conciliar no es suficiente para que el cuerpo descanse todo lo que necesita. Que es una manera muy sutil de decir que hace tanto calor esta noche que, por la mañana, solo tengo ganas de salir a la calle como si fuera Michael Douglas en Un Día de Furia.
«¡Exagerado!». Un carajo. Dormir en un charco de sudor con un ventilador del tamaño de una turbina de energía eólica a un metro de la cama no consta como método de relajación en ningún manual. Ni siquiera en el de Bin Laden.
¿Qué se hace los domingos de resaca cuando no hay fútbol (o algún deporte incluso peor) en la tele? ¿Salir a la calle a derretir el cerebro bajo el sol?
«No jodas, Mr. Obvio». Que sea obvio no lo hace menos asqueroso. Cuando hace calor la cerveza se calienta. Sobre todo la de lata. Además, se dispara la transpiración hasta niveles tipo «me suda el trasero». No sois conscientes de cómo eso atenta a todo lo bello que tiene la vida.
Si hace calor, además, las terrazas de los bares están masificadas. O lo que es peor, con esos irrigadores que pulverizan agua sobre los clientes. Las organizaciones terroristas no atacan gratuitamente sino por cosas como estas.
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