Categorías
Entretenimiento Ideas

El origen de los dichos: ¡Que te den morcilla!

Si sois amantes de este manjar, que alguien te desee tan delicioso regalo es algo que agradeces con lágrimas en los ojos. Pero no os equivoquéis. Porque podría ser que la morcilla regalada sea como la manzana de Blancanieves y os haga mucha pupita.

Se nos olvida, porque el paso del tiempo nos reblandece los recuerdos, que cuando nos dedican tan exquisita expresión nos están deseando la muerte. Así, como lo oís. Que te mueras, es lo que te están pidiendo. Pero no te desean una muerte sosegada y tranquila, en tu cama, rodeada de los tuyos que contemplan tristes tu ir apagándote, no. Te están deseando un traslado al otro mundo cargado de dolor, espasmos y sufrimiento. ¿Por qué?

El dicho data de la época en la que la rabia o hidrobobia campaba a sus anchas por las calles de las ciudades y pueblos. Las autoridades, que pensaban que los principales causantes de la posible epidemia eran los perros callejeros que habitaban las metrópolis, ordenaron que para cazarlos se les dieran morcillas envenenadas con estricnina.

La estricnina es un veneno muy fuerte, hoy prohibido, que causaba un terrible sufrimiento al animal: espasmos muy dolorosos que provocan la rigidez muscular y de las articulaciones, vómitos e incluso asfixia.

Esta práctica duró hasta finales del XIX. No es hasta 1891, según contaba Vicente Vega a José María Iribarren, que aparecen las primeras perreras municipales y el oficio de los laceros en las calles de Madrid –aunque también ocurrirá en otras ciudades paulatinamente-, empleados públicos que se dedicaban a capturar a los perros vagabundos con un lazo, sustituyendo así la animalada de matarlos con veneno. Claro, que donde los llevaban tampoco es que fueran –ni sean- hoteles de cinco estrellas precisamente, sino que recordaban más a la mansión de los horrores que a un resort.

Hoy, claro, la fuerza de la expresión está totalmente amortiguada y la usamos solo para indicar a alguien nuestro desprecio hacia su persona y/o su discurso. Pero conviene recordar que todo pasa y todo queda, como dijo el poeta, y que si es verdad que la rabia apenas tiene presencia amenazadora para nuestra salud, nuestras almas están ya más que saturadas de otro tipo de epidemias.

Es posible que, al hilo de esta enseñanza de hoy, cuando encendemos la televisión y vemos algún informativo, deseemos que le den morcilla a ciertos personajillos… Y, ¡ojo!,  puede que no estemos hablando tan metafóricamente…

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

Salir de la versión móvil