El ser humano no es solo un animal de costumbres. Es, además, gregario y esclavo del criterio de las personas que le rodean. Por eso, porque el boca a boca es repetitivo, algunos lugares del mundo se ven castigados por senderos trillados por millones de personas.
Para que el universo esté en equilibrio, otros lugares disfrutan de la cualidad contraria. Están por descubrir, al menos para las masas de nuca quemada por el sol y ruta a rebufo de guía con paraguas al aire. Ahí está una de las satisfacciones que da la vida: encontrar esos rincones, volver a casa y que tus compañeros de trabajo no te digan «pues yo estuve allí el año pasado». Para eso, y guiados por una necesidad casi personal, EVO ha lanzado un recomendador de viajes que establece un mapa emocional del usuario para encontrar el lugar ideal al que mover neceser y muda limpia.
El recomendador se centra en ciudades, regiones o rutas que, si bien no son secretas –ya nada lo es–, sí gozan de menos popularidad que las capitales que aparecen en mente al segundo uno.
Los equipos de Yorokobu y EVO tenían el mismo problema: preguntaran donde preguntasen, las sugerencias eran similares: que si vete a Londres, que está muy bien en esta época del año; que si al carnaval de Venecia antes de que se hunda la ciudad; o que si a Ibiza en agosto, que hay una marcha del copón.
¿Por qué no recorrer los parques nacionales menos conocidos de América del Norte? ¿Y descubrir la cuna del cristianismo, Armenia, y los limítrofes Azerbaiyán y Georgia? ¿Por qué no experimentar el diálogo con el mar en Menorca en pleno invierno y con la isla casi desierta?
La abundancia de lugares semiocultos es, a la vez, una suerte y un problema. Nos sitúa ante la paradoja de la abundancia. Existen tantas opciones que es difícil decantarse por una. Sin embargo, es más sencillo encontrar un objetivo si se indaga un poco.
El recomendador de viajes de EVO plantea nueve preguntas al viajero que pasan por el estado de ánimo, el presupuesto, la duración del viaje, las ganas de devorar kilómetros o el ánimo para descubrir nuevas culturas y sensaciones.
Una vez analizados esos factores, el recomendador arroja un resultado adaptado a cada viajero. O alternativas, si esa no convence al usuario, ya que con solo agitar el dispositivo móvil, aparecerán nuevas sugerencias basadas en los mismos parámetros.
No se trata tanto de exclusividad como de no desperdiciar lo que el mundo ofrece al viajero. El turista ya habrá echado una moneda en la Fontana di Trevi, habrá enganchado un candado en un puente de París, se habrá hecho una foto en una cabina telefónica de Notting Hill y habrá montado a lomos de un dromedario cerca de Marrakesh. El viajero, por el contrario, estará ávido de salir de una estación y encontrarse con nuevos olores; de que la prosodia de los idiomas no le sea familiar o de probar recetas que pongan las pupilas en efervescencia.
Se trata también de derrotar a la inercia. Decía el novelista estadounidense James Michener que «si rechazas la comida, ignoras las costumbres, temes a la religión y evitas a la gente, lo mejor es que te quedes en casa». Sin embargo, lo más probable es que si te ocurre todo eso, lo que necesites sea precisamente levantar el culo del sofá y descubrir estímulos que te hagan cambiar de parecer. Con el recomendador de viajes EVO, estás nueve preguntas más cerca de todo eso.