A María José no la llamaban Ajo como hipocorístico, sino porque se repetía más que el susodicho. El café, para ella, no era solo café, sino café café. El cocido de los sábados no era un cocido cualquiera, era un cocido cocido. Y a su Manolo no lo quería mucho, sino mucho mucho mucho.
Esa costumbre suya de elevar al cuadrado (o al cubo, según de eufórica se sintiera) cualquier palabra o calificativo que salía por su boca solía convertirse en motivo de burla. Pero María José (o Ajo), que, de tanto repetirse a sí misma que era lista lista se lo acabó creyendo, aprendió a convertir su pequeño defecto en virtud.
Así que se especializó como aduladora profesional, porque ella era una mujer muy positiva y prefería los piropos, aunque tampoco le hacía asco a los insultos si la cantidad ofrecida por el trabajo merecía la pena. Por poco dinero, podía subir el ánimo de cualquiera que estuviera de bajón.
«María José —le escribían por WhatsApp—, ¿crees que soy fea?, y María José respondía: «¡Qué va, tú eres guapa guapa!», y tan contenta que se quedaba la usuaria. También sabía inspirar confianza en sí mismo a quien no tuviera muy alto su nivel de autoestima: «Fulanito, eres escritor escritor» o «Pentanita, eres jefa jefa». Dicen en el barrio que su negocio es uno de los más exitosos. Tanto, que hoy María José (o Ajo) está montada en el dólar y es rica rica rica.
Esas expresiones de la protagonista del relato se llaman reduplicaciones enfáticas o expresivas y sirven para eso, para dar mayor relieve y énfasis a lo que queremos decir. Porque no es lo mismo afirmar que alguien es tonto que decir que es tonto tonto, el matiz está claro. En este tipo de expresiones, un elemento de ese par modifica, por así decirlo, al otro y eso hace que no sean independientes sintácticamente. O, dicho, de otra forma, no están al mismo nivel ni tienen la misma función. Por esta razón NO SE SEPARAN CON COMA.
Esa coma, sin embargo, sí es necesaria cuando los dos términos que forman ese dúo sí se sitúan en la misma jerarquía y tienen la misma función. Veamos la diferencia con un ejemplo: «Que sí, que sí, que eres tonto tonto». Por si acaso no se ha entendido, aquí va otro: «”¡Tonto, tonto!”, gritaban sus haters». Y otro más: «No, no, no; no está bien llamar tonto tonto a alguien».
En resumen, si quieres señalar que alguien es muy algo, deja la coma en casa. Mientras que, si lo estás repitiendo por insistir, mete la coma a saco. ¿Se ve más claro así?
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